Si la psicodelia tiene que ver con la evasión y la apertura a otras dimensiones sensoriales, este año fue más necesaria que nunca. Cuando todo lo racional y objetivo parecía fuente de insatisfacción, el sideshow Music Wins de Brian Jonestown Massacre en Niceto Club (15/11) fue muchas cosas, pero sobre todo catártico. El mayor mito indie de las últimas décadas, los reventados de Dig!, los californianos rolingas y shoegazeros a la vez, obsesionados con las drogas y las referencias, y desde siempre envueltos en un aire de leyenda y peligro –gracias a la fama de genio impredecible de su líder, Anton Newcombe– se presentaron, después de mucho amague, ante su muy manija público local. Y lograron lo casi imposible: elevar su condición sagrada en vez de convertirse, con el deseo consumado, en algo terrenal.

Niceto reventaba, hacía calor y el trance espacial se extendió poco más de tres horas vividas como una, y que podrían haber sido seis sin que nadie se quejara. Entre temas fumaban, abrían birras, discutían con seco humor y Newcombe se confesaba y reflexionaba –brillante, honesto y cínico– sobre los grandes temas de la vida: “Yo quería ser una estrella de rock y terminé siendo sólo el que se cogía a las novias de otros, y todo el mundo se enojaba conmigo”.

El show fue un todo: una masa sónica que mutaba de retro a alternativa, de sesentosa a futurista: tres guitarras, bajo, batería, sintes y teclados, guiada por Newcombe y la pandereta del showman Joel Gion. Si tocaron tal o cual tema, qué importa cuando sus discos (más de 15, todos increíbles) son viajes. Si lo más parecido a un hit que tienen es la de Boardwalk Empire, y pudieron ni tocarla sin que nadie se diera cuenta. Porque todos son hits en el planeta de BJM y sus afortunados fans.

Gracias a Newcombe y compañía por un show imposible de reseñar, por revivir el poder transformador que se supone que debe tener la música en vivo. Serán los más grandes de las bandas chicas: pero son los más grandes del mundo.