“Los anuncios de ayer del Gobierno son más de lo mismo: subir las tasas de interés, dilapidar reservas y forzar a los bancos a vender dólares. Puede durar unos días y luego volveremos a lo mismo pero más endeudados, con menos reservas y mucha menos credibilidad”, escribió el ex viceministro de Economía de Carlos Menem a fines de los ‘90, Carlos Rodríguez. Es una visión en la que coinciden economistas de distintas escuelas: el modelo de Cambiemos es inviable y las medidas desesperadas que tomó en los últimos días, desde el sacrificio de más de 7000 millones de dólares de las reservas a la suba de más de 12 puntos de la tasa de interés, pasando por el indulto a las operaciones de dólar futuro y la entrega de divisas que deberán hacer los bancos, apenas están consiguiendo contener una corrida cambiaria que barrió de un plumazo con todos los supuestos que guiaban la política oficial. De un día para el otro, los planes trazados para lograr el crecimiento económico no existen más. “Es creciente la percepción de que ‘el rey está desnudo’”, resumió, desde la otra vereda, la ex presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont. “Las tensiones que se verifican en el mercado de cambios son el reflejo de una dinámica del sector externo insostenible”, agregó la titular de FIDE. Esto es porque la fuga de capitales crece sin solución de continuidad trimestre contra trimestre, la avalancha importadora agiganta el déficit comercial, aumenta el pago de intereses de la deuda en moneda dura y suben los gastos en turismo y compras en el exterior. Frente a la multiplicación de tensiones, se espera un incremento de la remisión de utilidades de las multinacionales a las casas matrices. La agudización de todos esos frentes en materia de divisas fue lo que forzó al Gobierno a llevar las tasas incluso por arriba del nivel que tenían a comienzos de 2016, y obligará a pagar cada vez más al capital especulativo en cuanto pase el efecto de la anestesia aplicada ayer en carácter de urgencia. Es un círculo vicioso al cual las respuestas oficiales no le encuentran salida, sino todo lo contrario.

  La reaparición de Domingo Cavallo en la escena pública retrotrae a la Argentina a los días frenéticos del 2001, cuando también se pegaban manotazos de ahogado para sostener lo que todos sabían que terminaría en un colapso. El megacanje de la deuda, por ejemplo, solo sirvió para estirar tres meses el fin de la convertibilidad, a un costo exorbitante en tasas de interés, igual que se intenta ahora con las tasas arriba del 40 por ciento. El tiempo ganado entre aquella medida y el corralito bancario solo sirvió como salvoconducto para que los capitales especulativos que ya habían realizado ganancias extraordinarias pudieran terminar de huir. El paquetazo de ajuste fiscal y rendición incondicional frente al mercado que presentaron ayer Nicolás Dujovne y Federico Sturzenegger abreva en la misma lógica cortoplacista. Despeja la pelota hacia adelante con la ilusión de que la posverdad pueda seguir operando para convencer al electorado de que algún día todo irá mejor y que el saqueo producido sobre las mayorías populares no es culpa de Mauricio Macri y su mejor equipo en 50 años. Esa estrategia podrá ser o no virtuosa para los planes electorales del oficialismo, pero claramente no resuelve ninguno de los problemas que llevaron a la situación actual sino que los retroalimenta en escalas cada vez más peligrosas. Frente a ello, el debate que ya comienza en ámbitos políticos y económicos también tiene reminiscencias del 2001, entre quienes proponen medidas extremas de sometimiento al capital financiero, como el propio Rodríguez al pedir la constitución de un fideicomiso “por 40 mil millones de dólares en una institución recontra seria del extranjero, fuera del alcance de nuestras fieras, con el mandato de garantizar el servicio de la deuda externa”, y quienes plantean la vuelta a un modelo de desarrollo productivo con base en el mercado interno e inclusión social. A principios de siglo la opción del establishment financiero era la dolarización de la economía, ahora es el ajuste a sangre y fuego e imponer como prioridad absoluta el pago de la deuda. El Gobierno, cada vez más acorralado, se va inclinando por este camino, agigantando su dependencia del crédito externo y de los dólares financieros.

  Es sabido que quien acepta pagar una tasa del 40 por ciento está jugando tiempo de descuento. En el corto plazo, esa decisión “puede restablecer transitoriamente cierta tranquilidad”, explica Marcó del Pont. “Se trata, no obstante, de una estabilidad con pies de barro. Ha quedado al desnudo la labilidad de la situación macroeconómica, y esta circunstancia se manifiesta en un deterioro de las expectativas. La confianza del consumidor estimada por el Instituto Di Tella registró en abril el nivel más bajo de los últimos cuatro años”, apunta. Si esa desconfianza se traslada a los inversores que atesoran Lebacs o a los ahorristas en dólares pueden producirse dos efectos igualmente nocivos: la liquidación de letras en pesos del Banco Central para pasar al dólar, acrecentando la corrida, y el eventual retiro de las divisas hacia las cajas fuertes o el colchón. El Gobierno intentó anticiparse a cualquiera de esos movimientos disruptivos con los últimos anuncios. En diez días, el martes 15, se producirá un test clave con el vencimiento de más de 650 mil millones de pesos en Lebac. El 70 por ciento de esa cifra está en manos de empresas e inversores minoristas locales, el resto corresponde a los fondos de inversión extranjeros que desataron la estampida con su fuga hacia activos estadounidenses, con el JP Morgan a la cabeza. Forbes y el Financial Times ya dijeron que es tiempo de salir de la riesgosa Argentina, calificada como uno de los tres países más vulnerables a shocks externos por las evaluadoras del establishment internacional. “La atomización de tenencias de las Lebac complica al Gobierno. No puede garantizarse una renovación masiva llamando a dos o tres actores principales. Por eso está obligado a subir cada vez más las tasas”, explica Marcó del Pont. Por otra parte, señala, el esquema actual necesita que los inversores argentinos mantengan la estrategia de los últimos dos años de vender dólares para comprar los títulos del BCRA. “Lo que vimos las últimas semanas es un trabajo de pinzas: aumentó la demanda de dólares y cayó la venta de divisas para apostar a la bicicleta financiera. Los datos del balance cambiario muestran que las operaciones de carry trade representan en conjunto una inyección de dólares mayor al ingreso proveniente del endeudamiento externo”, indica. En resumen, el modelo no cierra si se detiene la bicicleta y hay una opción mayoritaria por la compra de divisas. “Se trata de un escenario extremadamente volátil, donde la tensión entre la tasa de interés y la expectativa de devaluación constituye una olla a presión que puede jugarle malas pasadas a la conducción económica”, completa.

  Si el Gobierno logra aplacar la corrida que arrancó con fuerza en marzo y se catapultó hasta el dólar record de 23,30 pesos, tendrá en junio otro examen crucial: la decisión de la calificadora MSCI de elevar o no a la Argentina a la categoría de mercado emergente, desde su nivel actual de país de frontera. Las señales que enviaron ayer otras dos evaluadoras, Fitch y Moody’s, alertando sobre la multiplicación de riesgos en el país, ensombrecen el panorama. Un eventual rechazo de MSCI puede acelerar la huida de capitales en lugar de atraerlos, agotando aun más rápido el tiempo de descuento que le queda a la revolución de la alegría.