El 5 de mayo de 1818, cuando Carlos Marx nació en Treveris, actual Alemania, la población total mundial llegaba a 980 millones de habitantes, y el capitalismo crecía y se expandía con una fuerza imparable abarcándolo todo, derribando todas las barreras. Así lo describió él mismo, a los 24 años, junto a su amigo Federico Engels, en El Manifiesto Comunista, ese libro que es una crítica al capital y al mismo tiempo un enorme reconocimiento de sus capacidades transformadoras, ese libro que sin duda es uno de los más leídos y traducidos en la historia de la humanidad, al menos así lo fue por mucho tiempo. Doscientos años después, la población del planeta se multiplicó por ocho, el capitalismo parece inconmovible y seguro en sus crisis permanentes y la lucha de clases parece tener como partidarios más radicalizados a los grandes concentradores del capital. Hay que decirlo, la derecha liberal internacional es “clasista y combativa”.

La biografía de Marx, se han escrito cientas, es de por sí muy interesante, una vida muy movida si consideramos que fue un hombre con una capacidad de lectura y escritura como ya raramente se ve. Periodista, dirigente político, perseguido y exiliado tuvo que salir de su país, vivió en Francia y terminó en Londres donde falleció en 1883, poco tiempo después de su compañera de vida Jenny, dejando sin terminar su obra más monumental: El Capital, de la que pudo publicar solo el primero de sus tres tomos. Los otros dos fueron editados por Engels. Se insiste en calificar ese libro como un texto de economía, cercenando que allí están desarrollados conceptos filosóficos, políticos, históricos y sociológicos que abrieron miles de puertas al pensamiento y el debate. No debe haber una sola universidad del mundo que no tenga algún texto de Marx en sus corpus bibliográficos. Una encuesta de alcance internacional realizada por la BBC en 1999 lo ubicó en el puesto número uno cuando se preguntó: ¿Quién fue el personaje más influyente en la historia del pensamiento universal?

En su propia vida pudo ser testigo del desarrollo de una cierta tendencia escolástica sobre sus escritos que lo llevaron a decir “yo no soy marxista”. Participante activo en núcleos de activismo político como la Liga de los Comunistas, fue uno de los fundadores de la Primera Internacional: “La peor lucha es la que no se hace” escribió, demostrando que su vigencia también se expresa en su estilo, hoy podría haber sido un twitero descollante: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, “La religión es el opio de los pueblos”. No es un valor intrascendente poder condensar en frases simples y profundas, que llegaron a los trabajadores, conceptos que de todas formas no se privó de desarrollar en toda su complejidad.

 Asaltado por padecimientos económicos y carencias durante buena parte de su vida, la ayuda de Engels lo sostuvo y le permitió seguir enfocado. Es uno de los nombres más citados en literaturas de mil temáticas, a veces al punto de la saturación. Nadie puede decir seriamente que Marx conserva una vigencia absoluta, sería ridículo después de doscientos años, pero nadie puede decir seriamente que no tengan una gran vigencia. En sus famosas Tesis sobre Feuerbach, que escribió en 1845, pero que se publicaron después de su muerte, la Tesis 11 suelta otra de esas frases que se clavan como lanzas: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.

En una síntesis que supo unir las ideas de la economía política inglesa, con la tradición de la filosofía alemana y la historia de la política francesa, el marxismo es una explicación del mundo capitalista con la idea de derribarlo y la ilusión de construir una sociedad sin clases.

Marx llegó a ser leído por los trabajadores, en Argentina, el socialista Juan B. Justo hizo una traducción de El Capital, y organizó lecturas colectivas en los barrios. “Hay que tomar el cielo por asalto”. No le faltaba poética.

Uno de los conceptos más interesantes y vigentes que Marx desarrolla en el tomo uno de El Capital es el “Fetichismo de la mercancía”. La idea de que la mente humana le otorga características animadas a objetos inertes, la idea de que al igual que ocurre con las religiones se humaniza el ídolo de barro a costa de deshumanizar las relaciones sociales: “La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”.

 Nos hemos acostumbrado a incorporar en el lenguaje cotidiano expresiones como “subió el dólar”, desligando esos fenómenos de las relaciones sociales que lo producen, como si el dólar tuviera la propiedad intrínseca de subir. El valor de todas las mercancías responde a una relación de fuerzas, a una actividad humana, el trabajo, a sujetos sociales en pugna, solo que eso no siempre es transparente: “La manera como se presentan las cosas no es la manera como son; y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría”.

En el océano de pensamientos que el marxismo ha desarrollado en dos siglos, sigue siendo una experiencia necesaria constatar que ese mundo del S.XIX que le toco habitar a Marx tiene algunas continuidades evidentes. El uno por ciento más rico de la humanidad concentra casi la misma riqueza que el 99 por ciento restante. Es obvio que un mundo así es insostenible, y que los aportes de Marx no pueden faltar en la caja de herramientas del trabajo de desmontar el gran fetiche.