Eudora Welty vivía cerca de mi casa en Jackson, aunque yo no lo sabía. Vivía en una mejor parte de la ciudad. Yo no era un chico precoz y no sabía lo que significaba tener a una escritora de esas dimensiones en el barrio. Ya grande, le mandé mis dos primeros libros y no me respondió. Pero cuando publiqué el tercero, ella hizo la cola con su bastón y esperó para que se lo firmara en Mississippi. Fue una de las cosas más dulces que alguien haya hecho por mi. Cuando murió, me convertí en su albacea literario. Ella está entre los mayores cuentistas estadounidenses del siglo XX.  

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Fue fabuloso crecer en un hotel de 600 habitaciones. Era el nieto del manager y pasaba mucho tiempo ahí. Ocurría todo lo imaginable y yo tenía acceso a todo. Mi abuelo era un duro, andaba con un arma. Me despertaba en medio de la noche y me llevaba a la habitación de un suicida para que viera: me hacía abrir la puerta. Creía que para que un chico estuviese bien criado, debía estar expuesto a todo. El Sur es un lugar muy anti-sindical, y mi abuelo no quería que sus empleados estuvieran sindicalizados. Así que los trabajadores se juntaban en secreto, a medianoche. Él iba con su arma y amenazaba al delegado para que se fuera. 

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Soy disléxico, pero no es un caso muy grave. Puedo leer, siempre pude, pero soy muy lento. Tuve algunos problemas de aprendizaje. Leer muy despacio fue malo en algunos aspectos, repetí años en la escuela. Pero al leer lento y con mucha atención, me acerqué a los aspectos no cognitivos de la lengua. Cuántas sílabas, cuántas vocales, la síncopa de las palabras, el aspecto mas poético del lenguaje. Creo que eso me hizo un escritor distinto al que podría haber sido si fuese capaz de leer rápido. Es extraño: algo que podría haberme alejado de la literatura, me acercó y se convirtió en una virtud. 

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Frank Bascombe no es mi alter ego. No escribo sobre mi. No creo ser una persona interesante, aunque trato de ser divertido. Darle a los lectores un libro sobre mi me parece insuficiente. Además, me la paso sentado en un escritorio. Sí es cierto que cambié mis hábitos de escritura con él. Hasta Frank, creo que no había logrado expresarme totalmente. No quería escribir sobre mi mismo pero si escribir sobre todo lo que sabía. Mejoré. Empecé a tomar notas. El proceso se hizo más intenso. Siempre es de años, ahora. 

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Los lugares, aunque son recurrentes en mis libros, para mi son inertes. Great Falls, Montana y New Jersey son mis “lugares” pero los veo desde un aspecto  utilitario. Conocer un lugar no es un gran desafío y en Estados Unidos menos, porque la gente se muda mucho. Para mi, el regionalismo está desapareciendo, gracias a Dios. Creo que la gente de Mississippi no es tan diferente a la de Montana. Es muy liberador no tener que pensar en la autenticidad, como pensaba Eudora cuando escribía. Hay escritores que están en total desacuerdo conmigo. Pero para mi los lugares no son personajes: los personajes lo son. El lugar es una presencia incapaz de generar. Uno le da animación, importancia, cualidades. Seamus Heaney decía que un lugar es un sacramento porque uno le pone cualidades sacramentales. Pero no posee algo intrínseco.  

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Estoy totalmente en desacuerdo con la máxima de Hemigway de “escribe acerca de lo que conoces”. Desafortunadamente, cada escritor que haya intentado escribir ha tenido que pelear para desprenderse de esa regla: es tan influyente y hasta se enseña. Si tuviera que escribir sobre lo que se, no tendría sobre qué escribir. Eudora, Flannery O’ Connor y Faulkner ya escribieron mejor que yo sobre lo que sabían de lugares religiosos, prejuiciosos y segregados como Jackson. Yo no tenía nada sobre qué escribir al lado de ellos. Quiero decirle a los escritores que hay que escribir sobre lo que a uno le interesa y sobre lo que pueden reclamar como propio. Empecé a escribir sobre Great Falls antes de conocer el lugar. Me gustaban las palabras: Great Falls. Grandes caídas. Uno las pone sobre el papel y ya crea, desde el lenguaje. 

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Fui un adolescente bravo. Entré a casas, robé coches. Quizá si mi padre no hubiera muerto, me habría hecho ladrón. Estuve preso pero el juez juvenil sintió pena por mi madre, no quiso dejarla sola. Entendí el mensaje y seguí el programa a partir de entonces. Nos atraparon por algo insignificante en comparación con lo que veníamos haciendo, un robo de autopartes. Robaba con un amigo que sí terminó preso.

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Las amistades literarias suelen ser volátiles pero la mía con Raymond Carver no lo fue. Fuimos maravillosos amigos. Nos conocimos en 1977 y nos hicimos íntimos. Me enamoré de él. Era generoso y gracioso y atractivo. Él estaba dejando el alcohol. No estaba bebiendo, pero había dejado hacía poco. Y tenía que escapar de su ambiente de bebedores, de sus amigos y de su esposa. Me conoció y yo estaba como ahora, vestido como un chico de la fraternidad, tenía una esposa, una casa, no tenía hijos que odiaba y creo que vio algo que quería ser. Era una vida distinta a la suya. Se mudó a mi casa y lo cuidé un tiempo. No necesitaba tanto cuidado: necesitaba colaboración. Leía mis cosas y me decía que le gustaban, aunque no creo que fuese verdad. Nos entendíamos. Los dos éramos de la misma parte del país, de familias parecidas: teníamos modos de ver la vida comunes. Después conoció a Tess, la poeta, su esposa y ella dominó su vida: lo amaba. Hicieron una vida juntos. Hace 30 años que está muerto y lo extraño. Me alegro de que en Argentina se lo recuerde. Me enteré de que vino a Rosario, por ejemplo. No se habla mucho de él en el mundo o en Estados Unidos. 

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Me gusta mucho Bruce Springsteen, desde siempre. Cuando escribí El periodista deportivo, hay una escena en la que Frank es atropellado por un auto mientras habla por teléfono en el parking de un centro comercial. Y se le acerca la chica de la hamburguesería a ver cómo está. Tenía que vestirla, imaginarme qué remera tenía. No era un personaje importante, solo tenía que verla. Y pensé: le pongo una remera de Springsteen. Porque esto era en Freehold, New Jersey, de donde es Bruce. Y pensé: no. No lo invoques. Es una figura tan icónica que dominaría todo. No podía ni decir su nombre en el libro. Se lo dije a Bruce hace dos semanas. No le pareció muy interesante. Creo que le hubiese gustado más que ella usara la remera. Pero, le expliqué, entonces hubiese sido tu escena, no la mía. No le importó. Siempre trato de impresionar a Springsteen y nunca sale muy bien.

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Escucho blues todo el tiempo. Cuando era chico, en los 50 en el delta del Mississippi había segregación pero a las fiestas de nuestra secundaria venían los músicos de blues de Chicago: Little Walter, Muddy Waters, Howlin’ Wolf. Yo me sentaba al lado del amplificador de Howlin’ Wolf. Era un ser humano de tamaño considerable. Tocaba la armónica y tenía una voz increíble. Era un gigante en todo sentido y una persona amorosa.  

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No tengo ninguna novela inédita. Nunca empecé un libro que no haya terminado. Nunca terminé un libro que no haya publicado. Nunca publiqué un libro que no haya considerado bueno. Le tengo mucho miedo al fracaso. No quiero empezar nada que no pueda terminar.