El monólogo nace en ese momento donde la mujer se escapa del auto y queda perdida frente a un kiosco-ventana como si fuera la mayor de las anomalías. El tiempo que se dilata más de la cuenta la lleva a filosofar sobre la vida de esa otra mujer que atiende su negocio en su propia casa y no necesita vestirse de modo especial para ir a trabajar. Pero después vuelve a ella. Porque la vida de las otras es un material perfecto para pensarse a sí misma.

En Rayito de sol el descubrimiento del propio deseo no presenta la certeza de la añorada felicidad, aun cuando la protagonista se aventura a nuevos amores que la sorprenden en la cocina de su casa, cuando ella creía que solo se trataba de espiar por la ventana al jardinero de cuerpo primoroso que vencía a su marido en estampa y belleza. Pero el texto de Natalia Villamil se presta tanto a la acción que la protagonista revive para instalar personajes e imágenes con la contundencia de su actuación, como a cierta indagación meticulosa e improvisada que la mujer de esta historia realiza para saber quien es, sorprenderse de sí misma y establecer con los hechos una complicidad maltrecha.

Ninguna mujer parece salir ilesa de su condición, según la creencia de la protagonista. Hay algo áspero en la euforia que Leticia Torres reconoce en su manera violenta de entrar en su personaje como si quisiera zamarrearlo en escena y mostrar hasta sus vísceras. Es que hay en ella una voluntad de hacer de la actuación un ejercicio de arrojo, un temperamento que nunca se detiene, como la carrera del personaje sobre ese cuerpo que le habla con sus dolores, con esa picazón del amor que le sube cual peste que no se puede dominar. Hay en el texto de Villamil una relación extrañada entre lo más sentimental e intuitivo y un pensamiento que surge de la experiencia y que la protagonista entrega, a veces como un panfleto y otras como una confesión que necesita ser comprendida. 

El punto de vista del personaje que interpreta Torres es una totalidad y, tal vez, la mayor virtud de Rayito de sol sea la de haber podido entrar en la singularidad de una mujer que se corre todo el tiempo de las zonas que podrían encasillarla, que avanza y retrocede porque concretar el deseo no la ubica en un lugar definitivo y porque volver a lo conocido puede ser una alternativa. Dejarlo todo, abandonar la familia, es para la protagonista parte de una escena que le permite reflexionar sobre un amor sin tiempo. En esa noción que descubre con la misma ferocidad de esas flores que crecen en su jardín y que su marido decidió aplastar con cemento, aparece una verdad que la lleva a decidir, a distinguir lo que vale la pena y también a extrañar. A pensar que ella puede ser la otra, la que todavía no se fue, la que dejó atrás. 

En el relato donde Villamil enreda un habla coloquial con una posibilidad poética, un poco para asegurar que en la mujer de pueblo se esconde una filosofía arraigada y sabia que siempre es descalificada por su entorno, se establece un contraste entre la mirada más amplia de la dramaturga y todo aquello que el personaje naturaliza. En esta línea se mueve la dirección de Cintia Miraglia para hacer de estos dos ejes un plano del conflicto que se desarrolla en la estructura y en la relación que la actriz establece con la platea. La impactante capacidad de empatía que genera Torres no evita la mirada crítica del público que, en muchos casos, se manifiesta desde el humor que ella propicia. La violencia que esta mujer sufre no es cuestionada por el personaje pero en sus acciones se revela una respuesta, una rebeldía apagada que se restaura en la negrura de esa casa de familia.

Rayito de sol se presenta los sábados a las 22.30 en Espacio Callejón. Humahuaca 3759. CABA.