Siete cuentos extraños, “impuros” desde lo formal y lo temático, bastan para confirmar que la escritura de Analía Giordanino (Santa Fe, 1974), en el esfuerzo por sobrepasar límites genéricos, encuentra una originalidad estimulante y a la vez recatada. Escritos sin los efectos especiales que proveen la solemnidad y la grandilocuencia, los cuentos parecen mosaicos verbales hechos con voces mínimas rescatadas de ambientes de provincias. Albañiles, damas de consorcio, adolescentes místicas y choferes de micros protagonizan episodios en apariencia inconsecuentes. Sin embargo, a medida que las voces fluyen y comienzan a contraponerse a otras, el enrarecimiento entra en escena. 

En ocasiones, la extrañeza se hace presente desde el inicio: “Cada vez que llegaban las visiones, las cuatro adolescentes tenían un grupo de gente que las contemplaba”. Ambientado en un pueblo rural, “Las poseídas” cuenta el desenlace de un acontecimiento sobrenatural por medio de varios recursos: el relato, el diario íntimo, las noticias, todos provistos de dosis similares de incomprensión y lirismo. “Los cuentos reúnen una forma de observación y de escucha que es fundamental para mí: cómo contamos historias, en qué tono, mediante qué formas, con qué ritmo de decir una voz cuenta algo”, dice la autora. 

Poeta además de narradora, Giordanino acompasa los relatos con una respiración poética. Las salas de cine que visitan las protagonistas de “El consorcio” están atendidas por “vendedores sonrisa” y el ambiente que reina allí es “todo muy vainilla”. Los signos de un trance, aclara la narradora de “Las poseídas”, no se parece en nada a un amanecer. Dos cuentos de Los impuros (uno de ellos es el estupendo “La realidad no es una obra completa”) conservan un desarrollo clásico, donde la tensión narrativa se sostiene hasta el final. En los demás, prevalecen las voces de los personajes como guías sónicas. “Cuando contamos historias, nos gusta lo que se dice pero también cómo las cuenta alguien: su léxico particular, sus revueltas rítmicas, sus silencios, lo que omite, los relatos enmarcados que aparecen, las digresiones”, señala Giordanino. En muchos cuentos, no se retoma nunca la línea central de la historia. “En el habla impura de algunos personajes tangenciales se puede advertir su propia trampa y su belleza”, agrega misteriosamente la autora.

Si bien están escritos en clave de oralidad, cada cuento tiene rastros de otras escrituras: diarios íntimos, canciones de rock, cartas sentimentales de una Penélope santafesina en “La suerte del crack”, ritornelos de frases durante un interrogatorio. “Contar no es únicamente entretener; a veces es escuchar, arrullar, sostener la voz que cuenta”, dice la escritora, que ganó este año el premio de nouvelle de la Editorial Municipal de Rosario junto con una autora de Entre Ríos, Belén Sigot. El jurado estuvo integrado por Alan Pauls, Vera Giaconi y Luis Sagasti. “¿Nunca te pusiste a pensar que a veces uno está donde no debe estar pero insiste en un destino equivocado?”, pregunta la novia del “crack” lesionado. Los cuentos avanzan por ese camino incierto.

Giordanino, egresada de Letras de la Universidad Nacional del Litoral, publicó libros de cuentos, de poesía y de literatura infantil en sellos santafesinos y entrerrianos como Iván Rosado y Diatriba. Los impuros es su debut en una editorial cordobesa. Su literatura, que se puede caracterizar de regional, encuentra en ese atributo una potencia de la que últimamente carecen los imaginarios urbanos. “Hoy hay crisis editorial y de ventas pero no de producción de escritura, y mucha escritura publicada y leída es de las provincias desde hace tiempo ?comenta?. Eso es gracias a dos escenarios: ciclos de lecturas en vivo y editoriales independientes que se sostienen con decisión de hermandad”.