• Cuando el músico se cansa de los hoteles, la distancia con la gente, las notas pautadas, si es aún sensible buscará la felicidad remota en la enseñanza, con la gente de a pie. Fue a dar clases a un pueblo de Santa Fe y la cita se dio en la biblioteca municipal, atendida por dos señoras de edad muy encantadoras. Tomaron té con galletas, torta de manzana y a la hora prevista, ni un minuto más ni uno menos, empezó la charla y el posterior recital pequeño en el lugar. Intuyendo que no tendrían dinero para el hotel, atisbó entre los libros un gran diván y pidió hospedarse allí. La noche lo sorprendió en ese pueblito, yendo al bañito a lavarse los dientes, abriendo un paquete primoroso con comida naturista mientras afuera pasaban autos con música bolichera. Estaba lejos de las cámaras, con el alma en paz, rodeado de libros y habiendo cobrado menos de lo acoradado merced a su bonhomía. A la mañana siguiente vino en persona el intendente a pedirle las disculpas del caso, por "las molestias" pero él se sonrió y solo dijo: "Amigo, esta es la forma que elegí de ser feliz".

    El funcionario se rascó la calva y le entregó el sobre de billetes con pudor. Luego, bajando la cabeza, solo murmuró lo que al músico le llenó el alma: "Lo felicito de corazón". Y no mencionó el apellido porque no se acordaba quién era el visitante.

     
  • Ocurrió que aquel músico trovero que se había mudado a la city recordando sus andanzas de pobreza, se apiadó de aquel visitante y le dio asilo sin preguntarse nada. Le bastaron descubrir su hambre y su aparente voluntad de levantar cabeza. Lo alimentó, protegió,le dió techo, comida y cigarrillos. Le confió su carpeta de prensa para que le hiciera copia. Al tiempo, viendo que la máquina no avanzaba, le requirió el preciado objeto: "Ya lo estoy haciendo, culiao", alargó con su tonadita confianzuda. El músico empezó a desconfiar por la evasiva. Desde afuera levantó el audio en la máquina de mensajes y grande fue su sorpresa cuando oyó en el aparato la voz del visitante aclarando que allí vivían el impostor y el dueño y que no estaban en casa y que dejara su mensaje luego del bip. Aquello lo sublevó. Y estalló cuando se lo encontró en el centro para arrebatarle la carpeta vestido de él mismo, es decir, con su propia ropa colocada en otro cuerpo sin permiso. Lo llevó a un bar, le extirpó la llave de la casa y le ordenó se descambiase por completo en el baño. Le tiró el bolsito miserable que había recogido prudentemente antes de su casa, como presintiendo el final. Le dió plata para el pasaje y sin ponerle una patada en el culo como se merecía dejó al infame a una cuadra de la terminal. Esos bichos, esos aliens, esas almas chupadoras de energía se prenden a los músicos laburantes con una saña tal que hay que desprenderlos a los manotazos como a una chinche. Sin culpa. Sin adiós.

     
  • Spinetta venía a Rosario a presentar Durazno sangrando. Y en los módicos afichitos aparecía como un corazón que los oficiantes oscuros de la Liga de la Decencia interpretaron como una vulva menstruando. Por ello hicieron sonar las trompetas del Apocalipsis alertando sobre el mal que se acercaba en voz de un cantante que proclamaba vaya a saberse qué cosa pecadora. La cuestión es que esa anoche en el Cine Real, donde se presentaba el disco, había Guardias Korps, policías de a caballo. Solo faltaban algunos tanques Sherman para completar. Los perros, los milicos de azul completaban la escena. En una corrida me apretaron contra un lateral de la esquina y me encontré sin salida. Sentí que alguien me elevaba ‑Soy yo, boludo, hacete el que te llevo detenido. Era un cana, hijo de un comisario de mi barrio de infante quien habiéndome reconocido me sacaba del embrollo igual que en un film de acción. Me dejó como un templario en la puerta despejada y saludó con dos dedos sobre su sien, sonriente desde su altura de caballero de la ley, justiciero con los bohemios, ex compañero de juegos, separados ahora por un uniforme y vidas distintas. Lo saludé y entré de un empujón a ver el show.

     
  • Se encontraba el músico de la Trova en apuros económicos. Era la Era del Hielo, donde predominaba el monstruo Cavallo y el horroroso Carlos Menem. Decidió entonces llegarse hasta la companía donde se editaban sus temas, cantados por otros intérpretes. Pidió cita y lo atendió un jefe de marketing o algo así. Un cincuentón de pelo blanco, dientes perfectos artificiales con sonrisa encantadora. Le contó el problema y le pidió que le valuaran sus temas, para ceder una parte de derechos, cosa de perder regalías por algunos años, obteniendo algo de efectivo a cambio de un anticipo que creía podría ser jugoso y sacarlo del pozo. El empleado desde su escritorio evaluó el pedido, entendió que el músico estaba acorralado por el hambre y largó una cifra:

    -- La companía te ofrece 3.000 dólares por todo.

    -- ¿Por toda la obra?

    -‑ Sí, es una buena guita, mintió el usurero. El músico, sin amedrentarse, pero ya decidido, pidió permiso para ir al baño.

    -‑Andá a este que es mío -dijo el productor, señalando una puertita inmaculada. Lo que el músico hizo y dejó allí de regalo es imaginable. Luego, de vuelta sentado frente al tipo, solo murmuró una cifra que escribió en un papel.

    -‑ Esto pido -dijo y el otro se escandalizó. Eran 300.000 dólares.

    ‑- ¿Qué le hace a una compañía como la de ustedes unos ceros de más?

    Y se fue sabiendo que dejaba de recuerdo una muestra de la rebeldía y una ofrenda escatológica a la altura de quienes se atreven a robar la obra ajena.

     
  • A Rodolfo García, ilustre baterista de Almendra, lo conocí una tarde en que vino con Tantor, un grupo de los '80, y alguien recomendó mi casa como residencia temporal: no había dineros para hoteles ni comida. Así que lo esperé un poco nervioso, pues era uno de mis ídolos. Se presentó con un bolsito y pidió de bañarse. Lo hizo y luego me pidió por favor si tenía tevé. Había una, de esas rojas, en blanco y negro. Era Rodolfo fana del boxeo y peleaba Muhammad Alí. Yo, un pichi idealista, nunca imaginé que un fulano como él sería capaz de admirar ese deporte donde se matan por una bolsa de dinero. Luego se fue al show, y a los veinte años posteriores lo encuentro en Buenos Aires, en calle Corrientes. Mi estado era desesperante, así que sin medir lo que hacía le solicité que me prestara una garantía para alquilar. Con total y natural modestia, me contestó que lo consultaría con su esposa. Y que lo llame a la tarde. Gracias a ellos pude alquilar vivienda y tranquilizarme. ¿Cómo alguien de su estatura espiritual y artística pudo otorgarme a mí, un cuasi anónimo el papeleo de su propiedad ¿En que basó su confianza si apenas me conocía? Sencillo: así como miraba boxeo sabiendo que constituía una lidia entre guerreros, él, como cualquier guerrero, sabe que no debe dejar a un colega en la estaqueada. Hoy es mi amigo del alma y le estoy debiendo una vida. Soy su samurai, por si hiciera falta.

     
  • Enero, 2 PM y a alguien se le ocurre tomar helado en esa tarde terrible. Recojo la idea y en calzoncillos como estaba subo al Citröen y parto para el centro. De vuelta, lo inimaginable: un operativo de tránsito esquizofrénico en pleno sábado. Son tres señoras zorras amigables. Una se acerca y comprueba que no solo estoy casi desnudo sino que mi desnudez abarca todo el papeleo del auto inclusive. Le digo mi apellido, capaz que opera de llave mágica y me reconoce y así poder liberarme.

    -‑ ¿Quién sos? -y levantando el mentón y la voz a hacia las otras dos, casi gritando, dice aquello de "¡Che, Estela! ¿Vos conocés a algún Mamonizio?.

    Las tres se miran, y obviamente me ignoran. Luego, como en film de comedia, la que vociferó, con una voz encantadora se acerca a mi ventanilla y susurra: "Mejor andate; parecés buen pibe y estamos yéndonos a almorzar. Pero no nos vendría mal un kilito de helado ¿No te parece?

     
  • Todos sabemos que para alejar la mufa se debe uno tocar los genitales o los senos. ¿Qué hacer cuando alguien nombra un jettatore y uno no puede hacer el gesto porque está en cámara o sencillamente puede ser tomado como una falta de respeto?

    Con un amigo establecimos que la ausencia de manoteo preventivo se podía alargar no más de los cinco minutos posteriores al hecho. Una forma ética de no dejar de labrar una costumbre sagrada. De allí que me acostumbré a llevar un reloj en la muñeca, cosa de controlar el minutero y ejercer el ejercicio payé para la prevención de las desgracias antes de los trescientos segundos que pueden ser fatales si transcuren y uno no se ha cubierto con el protector manto que otorga tocarse las partes como el rito consumado de la superstición criolla.

 

[email protected]