Carol 

Todd Haynes

Las miradas de Cate Blanchett y de Rooney Mara son lo más porno que un romance melodramático puede encuadrar. Lo que parece lesbianismo chic es otra de las revoluciones glam de Haynes, quien está convencido de que la estilización retro es una molotov cargada de futuro. Por eso vuelve otra vez al estilo recargado de elegancia certera de Douglas Sirk y cada vez que la Blanchett da una pitada a sus cigarrillos lo que exhala es el mismo humo que Lauren Bacall y Bette Davis nos echaron en la cara como hechizo. Queer & clásico. El mejor melodrama lubricante: terminás toda mojada, del lagrimal hasta la raya.

Taekwondo

Marco Berger y Martín Farina

Casaquinta con pileta y multitud de chonguitos clasemedieros zarandeando la chota muerta, aunque nadie se hace cargo de lo megagay de ese nudismo viril. Bueno, casi nadie: Berger & Farina lo saben desde antes de empezar a filmar, porque primero está la fantasía colectiva y después el cine. Entre tanto pibe que se hace el boludo en bolas, llega una loca y levanta la térmica con dos frases y pocos minutos de pantalla. Lo que empezaba siendo una apología del fetichismo virilizado se transforma sin querer en monumento al puto deslenguado. Se sabe: una loca vale más que mil pacatas.

La noche

Edgardo Castro 

Oda al telo tenebroso, al dark room, al sexo donde sobra la sombra. Lo más cercano a una adaptación cinematográfica de El mendigo chupapijas de Pablo Pérez, donde Castro, director-actor, sostiene la puesta en escena con el cuerpo con una potencia porno que nadie alcanzó en el cine local, y compararlo con el Fassbinder de Alemania en otoño no le queda grande. Realismo puto, trava y trola, a veces casi al filo del costumbrismo perplejo, pero igual mejor cortarse con ese cuchillo. En sus mejores momentos logra la utopía del aburrimiento como orgasmo y creación del cine de Warhol. El chongo con el pecho quemado con polenta es el mejor fetiche de lo fantástico ordinario de este año.

Tangerine

Sean Baker

Furia travesti en forma de cuento de hadas de barrio marginal de California. Recién salida de la cárcel, Sin-Dee, quiere vengarse de su novio, quien la engañó durante su encierro. Para eso hace alianza con su amiga Alexandra, también trans y prostituta, y juntas taconean las calles abriéndose paso entre la mugre en la víspera de navidad y redefiniendo lo que es vivir prendida fuego. Filmada con celulares, la película tiene el impulso de supervivencia de personas que viven en la calle, en yiro permanente, para terminar convertida en el retrato de una célula de solidaridad de la comunidad trans. Urbanismo travesti como villancico con todas las luces para electrizar el árbol de navidad. 

Las decisiones formales

Melisa Aller

Filmada en Super 8 y blanco y negro pero sin sensibilidad retro, sino con vigencia y urgencia: Kimby, travesti buscavida y cantante, vive al día en una frontera porosa entre el realismo sociológico y la poesía introspectiva, con la misma fluctuación con que parpadea la luz en la pantalla. Es urgente porque la película piensa presente y futuro tras la Ley de Identidad de Género, mirando el mundo sin miserabilismo sino con la certeza de seguir construyendo fuera de parámetros opresivos y disciplinarios. En un sueño algo lisérgico, Kimby desea ganar el concurso de belleza para ser “Reina de la Sierra”. Y ese es un buen inicio: cambiar el mundo es cambiar nuestros propios sueños.