PáginaI12 En Francia

Desde Cannes

“Lograr un gran film es un milagro”, reconoció –muy seguro de sí mismo– Spike Lee de la que sin duda es su mejor película en muchísimos años, BlacKkKlansman, y que introdujo como ninguna la cuestión política en la competencia oficial del Festival de Cannes. Desde los tiempos ya muy lejanos de Haz lo correcto (1989) y Malcolm X (1992) que Lee no conseguía una película como ésta, que tiene la fuerza de un puño negro en alto y a la vez vuela con un swing narrativo equivalente al de su extraordinaria banda de sonido, inspirada en el soul de los primeros años ‘70, de donde proviene esta historia tan verídica como increíble: la de un policía negro infiltrado en el Ku Klux Klan.

¿Cómo fue posible semejante aporía? Resumirlo sería arruinar gran parte del encanto de BlacKkKlansman, pero basta con saber que el policía negro Ron Stallworth (a cargo de John David Washington, el hijo de Denzel Washington) contó con un doble de cuerpo, otro agente encubierto dentro del KKK (Adam Driver), que para hacer aún más improbable la operación era… judío. Los supremacistas blancos, incluido su líder en aquellos años, David Duke, hoy todavía activo, nunca se enteraron hasta que fue demasiado tarde. Todo el asunto tiene no sólo el espíritu sino también la estética de Shaft (1971), famosa blaxploitation movie con un carismático detective privado negro, que dio pie a innumerables secuelas, la última de las cuales se anuncia incluso para el año próximo. Pero lo que hace de BlacKkKlansman una bomba política es el modo en el que Spike Lee asocia el proyecto de los racistas de aquella época con los que hoy finalmente llegaron por las urnas a la Casa Blanca. 

Y lo hace de diversas maneras: valiéndose de clásicos del cine como El nacimiento de una Nación (1915) y Lo que el viento se llevó (1939) para encontrar las raíces del mal; confiando en la figura legendaria de Harry Belafonte para que narre la historia de un tristemente célebre linchamiento de comienzos del siglo pasado del que se escuchan sus ecos en los que todavía hoy se siguen perpetrando; y poniendo en boca de David Duke las mismas palabras que hoy pronuncia impunemente Donald Trump. 

“Tenemos a un tipo en la Casa Blanca –no voy a decir su maldito nombre– que no sólo no condenó el ataque en Charlottesville sino que no denunció al motherfucking Klan ni a esos nazis motherfuckers”, empezó diciendo Spike Lee en la conferencia de prensa de Cannes, en la que ratificó la declaración de guerra a Trump que es BlacKkKlansman. El episodio al que aludió el director fue un ataque brutal de un grupo supremacista blanco hace menos de un año atrás, que dejó una mujer muerta e innumerables heridos, y del cual el director utilizó material de noticieros para dejar bien claro que aquello que sucedía hace casi medio siglo todavía sigue pasando hoy, pero ahora con el tácito aval del propio presidente de los Estados Unidos.

El de Spike Lee no es, afortunadamente, el único milagro de la competencia de este año en Cannes. Literalmente milagrosa resulta Lazzaro felice, una bella fábula italiana dirigida por Alice Rohrwacher, que ya había demostrado su talento en Le meraviglie, Grand Prix del jurado aquí en Cannes 2014. Ambientada en una campiña recóndita, donde unos lugareños son explotados en pleno siglo XXI como si vivieran a fines del XIX, ese grupo tiene en un muchacho llamado Lazzaro una suerte de santo inocente, capaz de ver la vida con los ojos de una bondad más allá de lo humano. 

Que Lazzaro aparentemente muera despeñado y luego reaparezca –años después, con el mismo aspecto– en medio de la ciudad donde algunos de esos campesinos sobreviven malamente en sus tristes márgenes, y a quienes él volverá a ayudar como ya lo hacía en su paese, tiene sin duda algo de fábula cristiana. Pero no hay nada de falso pietismo en el film de Rohrwacher, sino de comunión auténtica con sus personajes, desheredados de la tierra. Si hubiera que buscar un referente, se podría pensar en el humanismo de Ermanno Olmi, un cineasta hoy olvidado pero que trató en profundidad tanto el mundo campesino (en El árbol de los zuecos, ganador aquí de la Palma de Oro 1978) como la fábula cristiana (en Camina, camina, sobre los Reyes Magos). Como muchas veces hizo Olmi, Rohrwacher también rueda en el viejo soporte analógico del Super 16mm, lo que le da al film un formato y una textura deliberadamente anacrónicos. Para la directora, “en una época en la que nos asfixian las imágenes replicadas y multiplicadas, el cine todavía puede destilar, cuidar, jugar con la mirada, sorprender y sorprenderse”.