El dólar pisa los 25 pesos en la city porteña. Maxi sonríe al pasar delante de una casa de cambio camino al supermercado chino para comprar su almuerzo, justo a la vuelta de su trabajo en el microcentro. Él, igual que otros trabajadores, pudo comprar unos dólares poco después de que empezara la devaluación de la semana pasada.

Lo que la sonrisa de Maxi no refleja todavía es  lo que perdió en los últimos 7 días. Mientras que sus 1000 dólares comprados al inicio de la corrida le generaron 5000 pesos de ganancia por una única vez, su sueldo en pesos deberá esperar al menos hasta el año que viene para  intentar alcanzar los nuevos precios post-devaluación. Las vacaciones que venía planeando hace más de un año serán suspendidas debido al encarecimiento de los pasajes, la estadía, el transporte y la comida. Los supermercados remarcarán los precios y el asado semanal con sus amigos del secundario será ahora quincenal, ya que el costo de la  carne se incrementará por la mayor cantidad de pesos recibida por dólar (al exportar al precio internacional sin desacoplarlos con retenciones, las cuales también disminuyeron en estos últimos dos años).

La empresa en la que trabaja tendrá que disminuir su producción dado el aumento de precio de sus insumos importados, y la expansión de la fábrica prevista no sucederá al menos hasta el año que viene, cuando el dueño decida si es conveniente una inversión en el sector real, mientras el sector financiero paga 40 por ciento de interés sin costos laborales de por medio. Todos los días extrañará a sus compañeros  despedidos, y tendrá que buscar la manera de decirle a Franco, su hermano menor, que la entrevista laboral para la que lo había recomendado tendrá que esperar una mejor oportunidad.

En los próximos años habrá que pagar los intereses del crédito Stand By del FMI. Los condicionamientos no serán suficientes, y el salario será afectado por los alimentos y las paritarias, también por el ajuste de las tarifas de servicios públicos como la luz, el gas, o la nafta y el transporte, imposibles de subsidiar por la reducción del gasto público.

Maxi sale del chino con la bolsita de comida. Pagó lo mismo que ayer, la inflación no es más que una sensación. Quizás en dos meses, cuando pase por la misma casa de cambios, no se acordará más de esos 5000 pesos que gastó en una picada para compartir con sus amigos el primer partido de la selección en Rusia 2018, pero todos los otros cambios estarán más presentes que nunca. Su sonrisa desaparecerá para dejar visibles sus ojeras: la preocupación de no llegar a fin de mes no lo dejará dormir tranquilo.

*Economista UBA