En dos películas recientes protagonizadas por mujeres que en algún momento abortan se repite la misma escena: sentada frente a un cuerpo de médicxs y psicólogxs, la mujer es interrogada y debe dar cuenta de la firmeza de su intención de abortar, de que lo pensó bien, de que está en su sano juicio como para tomar y sostener una decisión semejante. En los dos casos, por supuesto, esas mujeres viven en países donde el aborto es legal. La primera de esas películas es Nymphomaniac (2013), de Lars Von Trier; allí el personaje de Charlotte Gainsbourg, que solo quiere coger y coger, cumple con las primeras consultas preliminares hasta que harta y llena de rebeldía, decide hacerse el aborto ella misma, con agujas de tejer, en una escena sangrante y brutal. Aunque sea a través de una lente de aumento que todo lo vuelve hiperbólico, la película de Von Trier tiene el acierto de incluir el aborto en el relato de la vida sexual de una mujer, y luego hay una discusión interesante al respecto donde un interlocutor varón le dice a Joe (Gainsbourg) que él no se puede imaginar lo que es un aborto. “¿Entonces no te imaginás lo que sienten las víctimas de un terremoto porque son chinas?”, le retruca Joe. “¿No es que la empatía está en la base del humanismo?”.

En la recién estrenada Respirar, del uruguayo Javier Palleiro, es Julia (María Canale) la que recurre a la institución médica para abortar después de descubrir que está embarazada de un hombre con el que ya no está en pareja (Esteban Bigliardi). La película se trata de ese aborto y no; la historia de Julia, como la de cualquier mujer, es mucho más amplia que esa decisión puntual, y Respirar la muestra en una coyuntura inestable en la que vive con el padre, está buscando trabajo y el embarazo cae, de verdad, como una noticia inoportuna. Ya desde el primer análisis y la primera ecografía, Julia transmite con todo el cuerpo esa sensación de impostura de la mujer que no responde con grititos de alegría al primer latido, o que intenta ocultar el espanto frente al ginecólogo. En las pesadillas de Julia, los chillidos de los gatos afuera de su casa se confunden con un posible llanto de bebé, que no es precisamente la música más dulce. El plano de los sueños, que en este caso recurre a la conocida asociación entre embarazos y sueños con agua, y el de las clases de buceo que empieza a tomar para poder conseguir un trabajo en un proyecto arqueológico, conforman el otro lado, íntimo, de un personaje al que no se conoce a través de lo que dice sino de múltiples tanteos, de día y de noche, en medio de la confusión. 

Hay algo interesante en ese punto y es el modo en que la vida puede convertirse en una ficción de un segundo para el otro; entusiasmado por la noticia del embarazo, el ex de Julia le propone intentar otra vez la convivencia y allá van los dos, rumbo a la familia feliz que busca un lugar para vivir, con el embarazo como amuleto contra todo conflicto. Quizás el mayor mérito de Respirar –además de la actuación madura y extrañada de María Canale– es este retrato inusual de una mujer que tantea en la oscuridad y que no es ejemplar, oportuno sobre todo en medio de una discusión pública en nuestro país donde las mujeres debemos exponer nuestra vida sexual, nuestras razones, al punto a veces de tener la sensación de que se nos permitirá abortar –es decir, acceder a un derecho– si demostramos estar libres de culpa o hacemos méritos. En ese sentido parece casi una propuesta, como actitud posible de otra mujer frente a la autoridad, de nuevo en ese primer plano acusatorio que cada vez recuerda a Juana de Arco en la película de Carl Dreyer, la opción de Alanís (Sofía Gala) en la película de Anahí Berneri, que se reía del policía que la interrogaba y le contaba un cuento. O la de la madre de la actriz, Moria Casán, hace unos días en el programa de Andy Kustnetzoff, desarmando la escena prefabricada y confesional con un relato de sus abortos desdramatizado y simple.