Desde París
No existen placas conmemorativas, ni monumentos, ni las fechas están inscriptas en ninguna celebración oficial. Sin embargo, 50 años después y a pesar de los esfuerzos persistentes de un grupo de conservadores y ex izquierdistas que cambiaron su fusil de mano, Mayo de 1968 persiste en la memoria colectiva como un hecho que cambió la historia moderna de Francia. Decenas y decenas de ensayos, profusos debates en los medios y un agitado contexto político propulsaron el cincuentenario del mayo francés a un primer plano permanente. La que hoy se denomina “la revolución de los abuelos” no perdió su vigencia como punto de reflexión aunque no como articulación de un modelo. Mayo es París, la juventud enfrascada que rompió las barreras, los obreros mal pagados y la convergencia entre ambos en un movimiento que le sacó el fórceps a la sociedad y renovó parte del modelo francés. “Salarios livianos, tanques pesados”, decía uno de los célebres carteles de esos años. De aquello no queda nada. Las geografías urbanas de París donde se desplegó la revuelta que nació en la Universidad de Nanterre han sido ocupadas por los emblemas de la sociedad de consumo contra la cual los jóvenes del 68 salieron a la calle: el Barrio Latino es hoy una sinfonía repetitiva de boutiques de grandes marcas mundiales de ropa o de comida rápida que se tragaron a las librerías. Los más de 500 afiches del Mayo francés pintados en el 68 en Atelier Populaire (así se rebautizó a L’Ecole des Beaux Arts en aquellos tiempos) son ahora un objeto subastado por los que se pagan varios miles de dólares. La empresa de remates Artcurial puso en venta buena parte de ese patrimonio (Mai 68 en 500 affiches) al mismo tiempo que, sin fines de lucro, la Escuela de Beaux Arts organizó una exposición con los carteles, con obras de arte, pinturas, esculturas y películas (La Culture visuelle de l’extrême gauche en France, 1968-1974) con la cual busca mostrar “la historia política de lo visual”.
El Mayo francés resistió a todo, empezando por la contra ofensiva lanzada por los intelectuales de izquierda que participaron en aquellas revueltas o las respaldaron: Régis Debray, Alain Finkielkraut, Pascal Bruckner, Jean-Pierre Le Goff. Los conservadores, desde luego, con el ex presidente Nicolas Sarkozy. Cuando empezó a emerger con fuerza en el horizonte político Sarkozy activó la artillería pesada contra los valores heredados del mayo francés. En 2007, Nicolas Sarkozy llamó a sus electores a “liquidar de una buena vez por todas” las herencias de mayo mientras los ultras conservadores remaban para restaurar “la pérdida de valores y la moral” enterradas, según ellos, en los adoquines de París. La batalla por el mayo pasó de lo político a lo cultural. Pero la fecha siguió en pie. Críticos de adentro o de afuera no pudieron con él. Al contrario. Resistió y aún lo hace ante el pelotón de fusilamiento de los neoconservadores que retratan al mayo con burlas y caricaturas. El mayo fue el grito “del pueblo adolescente” (Jean-Pierre Le Goff, La France d’hier) de una sociedad que había dejado de ser tradicional y aún no era moderna. Obreros y estudiantes, en las calles, la precipitaron a la modernidad. Tal vez por ello una aplastante mayoría de franceses no lo rechaza sino que lo reivindica. Un estudio de opinión realizado a principios de mayo de 2018 por la consultora Viavoice para el matutino Libération muestra que el 70 por ciento juzga positivamente la herencia del Mayo del 68. “De los ejecutivos a los obreros, de los testigos directos de los acontecimientos a los jóvenes de hoy, todos comparten en su mayoría una posición positiva a propósito de Mayo del 68”, explica Aurélien Preud’homme, director de estudios políticos de Viavoice. La encuesta también revela otros datos significativos: 51 por ciento de los franceses considera que lo ocurrido en el 68, especialmente las exigencias de emancipación, no son una cuestión nostálgica sino un hecho de mucha actualidad.
Pese a estos datos, la fecha es objeto de un proceso permanente orquestado por el batallón de periodistas y analistas neo conservadores. La primera acta de acusación consiste en decir que sus líderes “traicionaron la causa”. Cuatro se destacan: Alain Geismar, Jacques Sauvageot, Daniel Cohn-Bendit y Serge July. Nada es más falso. Geismar fue maoísta y luego integró las filas de los movimientos de izquierda más clásicos. Sauvageot trabajó como maestro y, desde un anonimato voluntario, nunca dejó de promover los ideales del Mayo. Daniel Cohn-Bendit, el famoso Dany El Rojo, jamás dejó las filas de los movimientos alternativos, a los que se unió en Alemania antes de convertirse en diputado ecologista en el Parlamento Europeo. Serge July fue el único que, de alguna manera, llegó al poder cuando asumió la dirección del diario Libération fundado por Jean-Paul Sartre en los años 70 (lo dirigió durante 33 años). Daniel Cohn-Bendit suele decir con mucha razón: “contrariamente a lo que se dice, ninguno de las personas del 68 se volvió ministro o presidente”. En cuanto a los intelectuales que fueron la cabeza teórica del movimiento y los padres del pensamiento crítico, a ninguno se los puede procesar por traidores: Jean-Paul Sartre, Guy Debord, Louis Althusser, Herbert Marcuse, Henri Lefebvre (Gilles Deleuze o Michel Foucault intervinieron mucho más tarde). El segundo proceso se arraiga no en el Mayo mismo sino en el devenir de la generación que lo protagonizó. En el libro de Jean-Pierre Le Goff La France d’hier el autor la califica como una generación que “pasó de la contracultura al conformismo social” y dejó “una herencia imposible’. Esa es la crítica más expandida y está perfectamente resumida por la filósofa feminista norteamericana Nancy Fraser en las páginas del semanario Le Nouvel Observateur. Fraser explica allí que aquellos jóvenes que iban de Mao al Che terminaron acuñando el pensamiento “neoliberal progresista” que impera hoy. En suma, que fue la generación del 68 la que, a partir de los años 90, ofreció “los códigos culturales” sin los cuales el neoliberalismo no se hubiese impuesto. Fraser sostiene que “los militantes progresistas pactaron con el neoliberalismo”. Al Mayo francés le disparan de todos lados: la extrema izquierda sectaria lo acusa de conformista y traidor, la derecha de haber roto la “cohesión de los valores” y los neoconservadores de hoy de ser el responsable de todo, desde la inmigración hasta la dimensión multicultural de las sociedades.
El famoso Mayo del 68 está en todas partes y en ninguna. No tiene un centro, ni una placa. Atraviesa todos los fantasmas y los anhelos, es un relato abierto a todas las interpretaciones. La actualidad política marcada por las reformas de corte liberal del Presidente Emmanuel Macron agregaron ingredientes y coincidencias. El movimiento comenzó de hecho el 22 de marzo de 1968, el mismo día que, 50 años después, se inició la huelga en la función pública contra las reformas de Macron. En en 68, en la Rue Saint Guillaume donde está la sede del centro de estudios más elitista del país, la Universidad de Ciencias Políticas, los estudiantes colgaron un cartel que decía: “No a la dictadura”. Medio Siglo más tarde, hay otro cartel que denuncia “la dictadura macronista”. Sería imposible pensar hoy una repetición de aquel mayo. Lo que se repudió en las calle es objeto de una fascinación planetaria: el consumo masivo y destructor del planeta. Hoy hay plataformas, líderes, sistemas de comunicación muy organizados. En el Mayo inicial nada de eso existía. Serge July lo relata con mucha modestia en el diario Libération: no sólo se trató de un movimiento “en el que nadie quería líderes” sino también de una revuelta “que sorprendió a todo el mundo. Desde la cumbre del Estado hasta los analistas más finos, pasando por todos los líderes de las organizaciones revolucionarias. Cada día fue una sorpresa”. Y sobre la verdadera identidad de las revueltas, July explica que “a nadie se le ocurrió la idea de que íbamos a tomar el poder. En Francia, por lo esencial, el 68 fue una revuelta cultural y social, muy poco política”. Hay tantas leyendas buenas y malas que todo cabe como sentido y falsas afirmaciones. Serge July, por ejemplo, cuenta que “nunca hubo una insurrección. Existe un cliché que hay que destruir. En el momento de las barricadas, el movimiento de los estudiantes fue desbordado. Durante los enfrentamientos (en el Barrio Latino) mucha gente distinta se unía a nosotros: obreros, transeúntes, vecinos que nos traían sándwiches y bebidas”. Protagonistas centrales, simples estudiantes de aquella época, profesores que simpatizaban con ellos, obreros o empleados, cuando se los interroga hoy sobre lo que piensan del Mayo francés, antes que la ideología o las reformas sociales o los cambios culturales, todos evocan una momento envuelto en magia colectiva: “tengo el recuerdo de un momento de libertad, de efervescencia, libertario en todos los planos. Fue un largo momento de estupefacción. La libertad colectiva era mágica. Todo el mundo le hablaba a todo el mundo” (Serge July). A veces, harto de que siempre le pregunten lo mismo, Daniel Cohn-Bendit suele decir: “me pasé 49 años hablando de Mayo del 68. Ahora ya es un poco aburrido”. Dany el Rojo, contrariamente a otros, no reniega de su liderazgo de aquellos años ni de lo que aportó el Mayo francés, que está envuelto en muchas cosas: “Mayo del 68 desgarró el paisaje tradicional de muestras sociedades. Mayo del 68 puso en movimiento a la sociedad. Luego se desarrollaron los movimientos de mujeres, de homosexuales, los movimientos ecologistas. Mayo del 68 es el inicio de una puesta en tela de juicio de las tradiciones de nuestras sociedades. Hoy, a la derecha se ve un deseo más o menos consiente de una revancha sobre el 68. Suelo tener la impresión de que la derecha quiere volver a una época anterior a la del 68. No lo logrará”. A su manera, 1968 vuelve a empezar como un libro de lecturas infinitas donde cada lector vuelca sus sueños o sus aversiones. El Mayo es un camaleón que aparece allí donde no se lo espera. Así surgió hace 50 años, precedido por uno de los artículos más famosos de la historia del periodismo francés publicado en primera plana por el vespertino Le Monde el 15 de marzo de 1968. Lo firmó el periodista Pierre Viansson-Ponté. El autor hacía un análisis de la Francia de entonces, una Francia en estado de letargo, burguesa, nada festiva, que vivía en paz, sin guerras ni conflictos ni desgarraduras. La conclusión de Pierre Viansson-Ponté fue escribir: “Francia se aburre”. No se sabe si acertó o se equivocó porque una semana más tarde, el 22 de mayo de 1968, se gestó lo que se sigue celebrado 50 años después como una liberación inolvidable.