En enero, el diario de mayor circulación de Texas se preguntaba en un título: “¿Debería tocar Leon Bridges el Día de la Herencia Negra?” Se acercaba el famoso festival de acarreo de ganado y rodeo en Houston y habían anunciado la grilla musical para el día que celebra a los vaqueros afroamericanos. Lo loco de que se haya puesto en debate su actuación es que Bridges, de 28 años –el artista soporte de Harry Styles la semana que viene–, era el único negro entre los nombres principales del line-up, que incluía a clásicos del country como Keith Urban y Garth Brooks. No sólo afrodescendiente, sino además un tejano (de Fort Worth) con la historia paradigmática: el triunfo del chico criado por la madre sola, con dificultades económicas, principios cristianos y mucho amor.

El artículo del Houston Chronicle es muy concreto en sus respuestas. En principio, méritos para encabezar el festival, que fue en marzo, a Leon Bridges le sobran: su debut de 2015, Coming Home, estuvo nominado a un Grammy; es una estrella de Spotify con sus propias sesiones en vivo, tiene presencia en radio, cantó en la Casa Blanca para los Obama y en Saturday Night Live. Pero, sobre todo, era un artista adecuado para la ocasión, porque se trata de un evento familiar y su música es inofensiva. Ahora, en cuanto a su relevancia para la comunidad negra, al menos por el momento Bridges sería un equis: “La música negra rara vez mira atrás; el revivalismo no tiene mucho lugar. Los artistas y el público valoran la innovación sobre la preservación de estilos pasados”, dice el artículo. 

Al resto del mundo su música llegó a través de Big Little Lies, la serie de 2017 de HBO basada en la novela de Liane Moriarty, que ganó cuatro Globos de Oro y ocho Emmys. Digamos que lo volvió internacional una niña, la hija menor de la mujer eléctrica y preocupada interpretada por Reese Witherspoon, que en el segundo capítulo quiere hacer amigar a unos compañeritos y les pone la canción “River” del celular. “¿Cómo no querrías reconciliarte con esta canción?”, le dice después a la madre en el auto, y el tema suena sobre el silencio de ellas, se funde en los celestes de California, con esa capacidad del soul de producir un momento de sobrecogimiento. “Es una canción hermosa”, termina aflojando Reese.

Leon Bridges no planeaba ser músico sino bailarín o coreógrafo, y para eso estudiaba mientras trabajaba de lavaplatos en un bar. Pero cantaba naturalmente muy bien y un compañero tenía un teclado: todo empezó como un juego en la cafetería de la facultad, donde se armaban jams de R&B con letras improvisadas, como si fueran batallas de freestyle. Cuando se entusiasmó, le pidió a la madre que lo ayude a comprar una guitarra. Poco después le mostró la canción que escribió para ella, “Lisa Sawyer”, su historia de soltera narrada con un fraseo bien delicado, amoldado a los detalles y porvenires como pinceladas impresionistas. Parece hecha por un experto, pero él no había escuchado a Sam Cooke hasta que entonces alguien le marcó el parecido. 

Ganó experiencia en los bares micrófono abierto de la ciudad, y pasó de nivel gracias al look que cultivó de la necesidad de vestir ropa heredada. Una noche sus Wranglers anchos llamaron la atención de una chica, la novia del guitarrista de White Denim, una banda psych rock conocida en el área. Este padrinazgo hizo posible que sus pequeños poemas en guitarra se convirtieran en canciones llenas de groove, sumaran saxo y coros sin perder inocencia, cierta tristeza o picardía que sólo pueden ser originales. Así suenan en Coming Home, grabadas con total equipamiento vintage, incluida la consola de mezcla que perteneció a los Grateful Dead. Fue el tema llamado así el que conquistó a los lectores de Gorila Vs. Bear –el blog que lo “descubrió”– , y luego musicalizó al iPhone 6. El contrato lo firmó con Columbia.

En ese momento, cuando él mismo estaba descubriendo la discografía de Motown (escuchaba Usher, Genuwine, R&B de los ‘90 y 2000), fue deliberado en su intento por sonar como el soul de los ‘60: “Mi generación no llegó a experimentar eso. Yo como persona negra me preguntaba cómo ningún hermano estaba haciendo esa música”, dijo en la revista D, que tituló la nota: “Leon Bridges es el nuevo Norah Jones”. Tal vez una lectura rebuscada. Bridges es más bien un animador: se viste para eso y su música tiende al movimiento. Pero no pretender el contento doo-wop de “Twistin’ & Groovin’” o “Smooth Sailin’” en su segundo álbum, Good Thing. Las nuevas canciones también habrían existido pre Internet, pero son más pop: “No me quiero encasillar”, justificó. Puede que en total el disco sea un poco más frívolo, no genere esa escucha profunda del anterior, pero tiene momentos casi Michael y es sincero sin duda. 

Lo retro es, sobre todo, su fijación con el amor romántico. Lo celebra en todas sus facetas y desniveles con estribillos encantadores. En la intensa apertura representa al príncipe que no se puede comprometer, y aunque seguro en el futuro se va a arrepentir, ahora mismo él no vale la pena. Luego, con ritmos más chill y festivos es el buscavidas sin dinero pero el corazón lleno de gracia; o está enamorado de una chica tímida en “Shy”, que recuerda al tema de Mannequin pero ni se acerca a su valentía. “Me muero de miedo de que sea ella, de que el amor sea real, de que el zapato quede justo”, canta en “Beyond” como un D’Angelo para adolescentes.

Se le puede reprochar que no escriba canciones de protesta, pero grabó un cover de “Ohio” de Neil Young después de Charlottesvile en 2017. Piensa que va a llegar el momento de poner esa energía en una canción. Ahora es el momento de honrar su historia personal. Por caso, cuando tuvo el dinero, Bridges compró una casa en su ciudad. Y sí, es dolorosa la indiferencia cuando toca en ambientes hiphoperos, y raro cantar su “Brown Skin Girl” para una mayoría blanca, “pero no voy a dejar que eso me desaliente”, dice él.

Antes de abrir el recital del ex One Direction Harry Styles en el DIRECTV Arena, Leon Bridges presenta Good Thing el martes 22 en Niceto Club. A las 20.30.