“Soy Reina. Estoy muy alegre, me sacaron en libertad, ya me sacaron la pulsera que tenía. Muchas gracias por todo lo que me han ayudado, han caminado mucho por mí.  Harto me alegro y gracias a ustedes mujeres hermanas. No sé ni cómo me siento, estoy como mareada; ni llorar puedo. Harto les agradezco.” Reina Maraz dijo esto en su quechua madre, iluminada por los colores de una chaya improvisada en papel picado y pétalos que sus compañeras derramaron sobre ella y su hija, Abigail, aupada en un mundo nuevo que se les abre inclusivo, amoroso y feminista. “La imagen de Reina Maraz libre, con su niña en los brazos, chayada por las bolivianas (el papel picado) y homenajeada por las argentinas (su ramo de rosas en las manos): testimonio de solidaridad y capacidad de lucha del movimiento feminista argentino y boliviano, que no claudicó hasta verla fuera de la cárcel. Victoria para la justicia, derrota para la élite de juezas y jueces racistas y misóginos que no tienen criterios civilizatorios para ejercer sus funciones. ¡Viva!”, posteaba emocionada la antropóloga Rita Segato desde su muro de facebook, la red que en cuestión de minutos se convirtió en una cadena de celebraciones azoradas por la comprobación de que las últimas semanas de este año aún pueden deparar noticias que saben a sororidad, a alegría, a que juntas somos poderosas y que derrumban el patriarcado, exclama Eugenia Lara, referente de la Federación de Organizaciones de Base (FOB) y activista de la Campaña Nacional Contra las Violencias hacia las Mujeres, colectivos que acompañan y asisten a Reina hace años. “Nuestra hermana, la mujer quechua parlante, migrante boliviana condenada sin pruebas a cadena perpetua por la Justicia patriarcal, racista, clasista y colonial está en libertad por nuestra empecinada lucha.” El miércoles 21 de diciembre, después de casi seis años presa injustamente, la intervención fundamental de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) junto con el feminismo organizado lograron lo que en algún momento pareció inalcanzable pese a las marchas, las consignas alumbradas en acciones directas y las luchas contra una Justicia que sigue abrazando soberbia sus verdades absolutas y arcaicas. El viernes pasado, por dictamen de la Cámara de Casación, Reina firmó el documento que habilita su libertad en el Tribunal Oral N° 1 de Quilmes a cargo de Silvia Etchemendi, Marcela Alejandra Vissio y Florencia Gutiérrez, las juezas que la condenaron a prisión perpetua por homicidio doblemente agravado por alevosía y premeditación en un fallo misógino y disciplinante. Jamás creyeron en su relato aun cuando narraba las múltiples violencias y los abusos sexuales a los que la sometió su marido, Limber Santos, y “Tito” Vilca Ortiz, un vecino que solía tomarla como prenda de pago hasta que Limber saldara sus deudas de juego y alcohol. Ellas, como los policías que la detuvieron, despreciaron sus argumentos por ser indígena, migrante y pobre, se aprovecharon de su desconocimiento del idioma español y ni siquiera consiguieron una intérprete que facilitara la comunicación. Prefirieron encerrarla en 2010 durante siete meses, en una comisaría de Quilmes sin aire, luz ni posibilidades de cuidado para luego trasladarla a la Unidad Nº 33 de Los Hornos, sin comprender el proceso penal. Un año después, en una de sus visitas habituales a esa unidad, las abogadas de la Comisión Provincial por la Memoria se encontraron con una mujer aislada junto a su hija, aterrorizada por las amenazas que sufría a diario. Les llevó tres años lograr que la Justicia aceptara asignarle la intérprete de lenguas originarias Frida Rojas. Su libertad logró torcerle el brazo a la violencia como política de Estado hacia las mujeres pobres. En la casa de su alfabetizadora, Gilma Calicho, migrante boliviana y quechua parlante de la FOB, sueña con volver a tejer esas frazadas con terminación bonita que aprendió a hilar en Avichuca, el pueblo de Sucre donde aún vive su madre. Y se dispone a caminar en lucha junto a las que le preparan un futuro de acompañamiento con acceso a salud, educación y subsistencia, fortaleciendo su propia voz. Insumisas, alegres y enteras, “furiosas contra el maldito patriarcado que nos oprime a todas y del que nos vamos a liberar juntas”. Que así sea.