Estoy sentado cómodamente en una de las sillas negras que han colocado en el stand de Homo Sapiens Ediciones en la feria del libro de Buenos Aires. Escucho a Perico Pérez, su editor, trazar un balance de esos días "internado" entre libros, ventas, gentes y escritores de toda laya.

Una voz interrumpe nuestras reflexiones.

‑¿Usted es el señor Vargas? ‑ escucho. Me sobresalto ante el sonido inquisidor que atraviesa mi espalda. Observo que Pérez mira al interrogador, ríe soterradamente, se levanta y me deja solo. Murmura algo que no alcanzo a entender.

Giro la silla negra que se detiene frente al hombrecito que me mira penetrante a los ojos.

‑Soy yo‑ alcanzo a responder.

‑¿Usted firma hoy ejemplares aquí?‑ pregunta, mientras observa con habilidad manifiesta un cartelito decoroso colocado en la mesa del stand que informa que el autor tal firma a tal hora ejemplares de su libro tal.

El hombrecito entonces extrae entre sus harapos una libreta de tapa dura de color rojo. Repasa algunas de las hojas garabateadas por otros autores, que alcanzo a descifrar desde la silla negra que se despliega de manera armoniosa, hasta que se detiene en una hoja en blanco.

‑¿Me da un autógrafo?‑ pregunta el hombrecito que carga con bolsas de libros desconocidos y notorios en sus manos.

‑Sí, claro ‑exclamo sin salir de mi sorpresa.

Le pregunto si tiene una lapicera. El hombrecito se encoge de hombros a modo de disculpas pero no se amilana y encara a uno de los vendedores de libros del stand y le reclama una birome para un autógrafo urgente.

Su entusiasmo me arranca una sonrisa esa tarde de domingo en la Feria del Libro de Buenos Aires.

‑Acá tiene‑ me dice, como si hubiese ganado un premio mayor, y extiende generosamente la birome.

Abre su cuaderno de tapa roja y luego de recorrer con sus dedos varias de las páginas se detiene en una de ellas y me indica con exactitud dónde estampar la firma de autor.

Firmo. Hago la hache fina, larga y flaca, con pulso firme, luego la ve corta que se extiende en el horizonte del papel en blanco, un ejercicio gráfico construido después de muchos años de adolescentes firmas en el living de la casa paterna. Mi firma queda registrada en ese libro mugriento, pobre y maravilloso.

Mi libro, un compilado sobre textos de jazz en español sobresale en la mesa del stand, está a centímetros de su humanidad pero el hombrecito lo ignora, da las gracias y se interna en otros pasillos de la Feria.

Cinco minutos después vuelve presuroso al stand. El cazador de autógrafos de presentadores de libros ‑célebres e ignotos‑ que desde hace muchos años tiene ingreso libre a la Feria porteña, recibe regalos literarios y todos los editores lo aprecian, vuelve con un reclamo atinado. Me implora que aclare que soy yo el de la firma en el cuaderno rojo.

 

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