Por segunda vez llovieron los anuncios cargados de racismo interior y exterior, sobre las y los migrantes. Solo cambió de gobierno, pero impulsados por la misma ministra. Esta vez fue anunciada por el vocero presidencial que también añora y quiere volver a cuando “la Argentina era ese país al que llegaban en barco personas que venían a hacer grande la patria” dejando en claro que el problema no es la migración sino el medio de traslado. La ecuación es simple: si llegaste o llegás por tierra sos deportable bajo los más horribles cargos en tu contra, sean verdad o no. Si llegás en avión (siempre que vengas del otro lado del océano), sos bienvenido, y si traés plata, la ventanilla de venta de residencias estará siempre abierta para vos con sonrisas, café y una mano amable para estrechar la tuya dándote la bienvenida.

Así el gobierno nacional anuncia leyes que contrastan con la historia, la constitución, las leyes y los sentimientos de la mayoría de los argentinos. Para corroborar eso basta con andar por los barrios de la Provincia de Buenos aires, donde viven algo más de un millón de migrantes entre paraguayos, bolivianos, peruanos y venezolanos. O sea, ciudadanos que llegaron por tierra y suman su esfuerzo a la producción y el consumo, y aportan riqueza cultural al país. Ya se habló hasta el hartazgo de esto. Ya se habló en serio, en broma, en enojo y en miedo, porque el ejercicio de la crueldad necesita de esto último.

El relato xenófobo tiene (una vez más) su escalada porteño-centrista. Primero fue que los de provincias pagarían lo servicios de los hospitales públicos de la Capital Federal, a la que nunca jamás llamaré CABA. Es la capital de un país federal que tiene tres millones cien mil residentes y donde habitan diariamente cerca de cuatro millones más de personas y circulan casi dos millones de rodados entre autos, colectivos y camiones. En esos medios de transporte llega comida de todo tipo, obreros, empleados, médicos, y todo aquello que hace dinámica a la ciudad. Incluso llegan los camiones que retiran la enorme cantidad de basura que generan las viviendas porteñas para llevarla, claro, a la Provincia de Buenos Aires.

La tarea pareciera ser multiplicar el miedo y el rechazo para contentar a los porteños y para eso es fundamental la falsedad en los datos y en los conceptos que la gente con menos luces repite como loros amaestrados: los extranjeros (no lo de los barcos, no los que vienen avión o con plata, sino los terrestres) vienen a sacarte el trabajo. Son los mismos extranjeros que llenan nuestras universidades usando la plata de tus impuestos. Cuando vas al hospital tardan en atenderte porque tu turno, el que te corresponde porque este es tu lugar de nacimiento, se lo dan primero a un extranjero de estos, y si faltan gasas o vendas o un dexametasona inyectable, es porque se lo dieron a ellos que vienen llenos de alergias de vaya no a saber dónde. Y sin entrar en detalle de la cantidad de presos extranjeros que llenan nuestras cárceles y a quienes mantienen con tus impuestos. Una calamidad y todo culpa de esta gente que viene aquí a vivir en el mejor país del mundo.

Ahora bien, nadie compra algo que no quiere. Este relato que sale de vez en cuando es absorbido, digerido y vomitado sin pasar jamás por el cerebro, porque el racismo y la ignorancia no necesitan de este noble y poco usado órgano de personas que añoran las épocas del esclavismo donde todo estaba en su lugar y no había que andar respetando a quien producía y trasladaba su comida y construía sus casas y limpiaba las calles y curaba a toda la familia y llevaba adelante todos aquellos tramites que permitían que un país funcione como debe ser. Pero resulta que hay allí unos datos que serán ignorados por esta gente. Pero existen.

Según datos oficiales, desde el año 1869 hasta el 2022 los residentes argentinos nacidos en países limítrofes, anduvo siempre entre el 2 y el 3 por ciento. Batir el parche sobre la inexistente crisis migratoria es apenas una forma mas de alimentar con mentiras el anti kircherismo, ya que fue Néstor Kirchner quien promulgó la ley que tiene profundas raíces humanistas, aquello de “no hay migrantes, hay ciudadanos” y bajo esa lógica fue que impulso la ley que dice que el derecho a la migración es esencial e inalienable” y otorga a los migrantes el acceso a los mismos derechos civiles, sociales y políticos que los ciudadanos nativos, lo que claramente y según las cifras oficiales no provocó una ola de extranjeros cruzando las fronteras, invadiéndonos. Todo se mantuvo como venía.

Sobre la población carcelaria, según la historiadora e investigadora en migración Florencia Mazzadi, de las 111 mil personas detenidas en cárceles federales y provinciales, solo 6.644 son extranjeros, de las cuales solo 4.040 tienen sentencia. Si no me falla el cálculo, el noventa y seis por ciento de los presos en argentina, son argentinos. Así y todo en el año 2017, el gobierno de Mauricio Macri con la misma ministra de ahora, consiguió deportar a tres mil extranjeros, acciones que fueron cuestionadas por la justicia, especialmente porque la ley de migración de Néstor Kirchner tenía anclaje en varios convenios internacionales que tanto aquel gobierno como este no tiene por qué respetar. Se sabe que la derecha es profundamente institucionalista… cuando no está en el poder.

Que el sueño húmedo del gobierno es que pase aquí lo mismo que en Estados Unidos, donde civiles armados se dan a la tarea de buscar, rastrear perseguir y secuestrar inmigrantes, no es una novedad. Y me refiero a aquellos que tienen la osadía de migrar hacia la Capital Federal, ya sean de Bolivia, Paraguay, Jujuy, Gonzales Catán o Tapiales, donde parece que hay un mercado lleno de verduleros o algo así.

Todo esfuerzo es poco para acabar con la causa de nuestros males.