En la década del 80, Norman Briski fue profesor en la Universidad Tufts. A Estados Unidos había llegado desde España, “cagado de hambre, con 60 dólares en el bolsillo”, y consiguió un trabajo como docente de creación colectiva. Este capítulo de su intensa vida parece haber inspirado, al menos en parte, la última producción que presentó en el Teatro Calibán, Al lector. La tesis de esta obra es que las universidades son funcionales al Estado. “La vida universitaria produce la aristocracia del conocimiento, y el conocimiento se equivoca tanto que la atómica bomba cae sobre la ignorancia”: con estas palabras, Briski resume el corazón del espectáculo (viernes a las 21, México 1428, PB 5).

Una de las cosas que hay que agradecer al teatro briskiano es el gesto de poner el ojo allí donde no es habitual que alguien lo haga. También el gesto que no teme a caer en lugares políticamente incorrectos. Incluso en Estados Unidos Briski hizo de las suyas: de aquellos años recuerda que montó una obra sobre la historia de la negritud en la universidad, y que estuvo a punto de dirigir una dramatización acerca de las relaciones sexuales entre profesores y alumnas. “También fui profesor de secundaria, pero me echaron. Y en la universidad sabía que iba a trabajar dos años y me rajaban. Pero me hice un departamento”, dice el actor, autor y director de 80 años, que se había exiliado por la dictadura militar.

El “coágulo”, la imagen inicial de Al lector, fueron cuatro hombres parados en una azotea que comienzan a ver humo. Estallan bombas, lo suficientemente cerca como para asustarlos y preocuparlos, pero eso no ocurre. Estos intelectuales (Alexis Rellan, H?tor Bogani, Fernando L?ez y Emmanuel Melgarejo) observan lo que podría ser el comienzo de una guerra y se abocan a interpretarlo fríamente. “Los aspectos científicos han provocado catástrofes, guerras, muertes; y las universidades comparten con el Estado un proyecto común de civilidad”, sostiene Briski. El que sigue es un ejemplo del autor: “El último invento fue el pelo. En INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial), un grupo de jóvenes inventó una fórmula para el crecimiento del pelo. Está en la farmacia, lo podés comprar. Es a base de café descafeinado. Se está vendiendo en Europa. Es una fuente de divisas. ¡Mire adónde va a parar!”. 

Aparte de esta propuesta que llega en el centenario de la reforma universitaria, la cartelera del Calibán ofrece otras del mismo director. Unificio, destacada obra en la cual la humanidad entera comparte sus días en un mismo edificio, continúa los sábados a las 21. La conducta de los pájaros es la próxima novedad. Estrena el 22 de mayo. Escrita en conjunto con Vicente Muleiro, pone en escena la reunión entre un intelectual, Rosa Luxemburgo y Manuel Ugarte. Actúan Romina Ricci, Juan W. F. Astorga y Federico Rodríguez Moreno, con música original de Fito Páez (martes a las 21, también en Calibán). “La Ricci estudió conmigo, es una actriz interesante. Una artista. Vino Fito a un ensayo, es un generoso total. Se entiende el porqué de su éxito: es un tipo tan entusiasta. Hizo una música que no tiene nada que ver con lo que conocés de él, y decís ‘¿quién es éste?’”, anticipa Briski.

–La cuestión de género aparece en el texto.

–Aparece la desigualdad entre los géneros. La historia de esos cuatro es una historia de dominadores, machistas. La obra trata de focalizar en algo a lo que no le ponen luz: la universidad ligada al poder. Yo lo aprendí en Estados Unidos: me metí en la interna de dos universidades americanas donde, claramente, estaban preparando a la gente para entrar a los conflictos bélicos, los planteos estratégicos. La estrategia sobre Vietnam se originó en Harvard. Y la terminación de la guerra también. Las universidades tienen los mejores profesores, entregan un material de investigación, que pagan como estarían pagándose aquí ciertos estudios de orden sociológico, de jurisprudencia… cosas que tienen que ver con cómo se defiende el poder de determinados asuntos que serían complejos sin la asesoría de estos tipos. 

–¿Y quiénes son estos personajes? ¿Qué es lo que encarnan?

–Esta es una joda de machos y se desarrolla una vinculación exquisita. El lenguaje tiene una sofisticación parecida al de una película de Hitchcock. Estos tíos utilizan la inteligencia para el cinismo. La definición de cinismo la aprendí de Tomás Abraham: el cinismo antes era demostración de rebeldía frente al sistema, después cambió. No se sabe cuándo ni cómo, el cínico empezó a ser el que no tiene ningún miedo de joder a los demás. Esa nueva acepción es divertida. La definición era benigna pero empezó a ser extremadamente maligna; es peor que ser hipócrita. Haciendo la obra quiero denunciarlos, al mismo tiempo admirarlos en el juego perverso de sus conocimientos y astucia. Los puse como los que tienen menos miedo a morir. Los vi como los verdaderos enemigos, un factor no iluminado, no estudiado: universitarios al servicio de la corona. La inspiración más clara de la obra fue: tipos que están en el techo y ven salir humo. Y la advertencia. Acá nadie está pensando que en cualquier momento hay un misil. Se supone que si hubiese una universidad seria hubiera advertido que este territorio podía ser atacado cuando fue lo de la AMIA. No somos muy importantes, y es probable que el misil no llegue por eso. Pero con este presidente nos ponemos en un peligro internacional.