El turista y el paisaje nacieron juntos. Fueron creaciones del Romanticismo, hijos díscolos de la Revolución Industrial. Ubicado en segundo plano mientras no peligraba, el paisaje natural cobró valor de tema autónomo para la pintura cuando comenzaba a desaparecer, borrado por la naciente industria, eso sí: reciclado como recorrido turístico. Un turista empezó siendo alguien que iba a ver, a verificar más bien, si ese paisaje que había visto en un cuadro existía en el mundo real.

En su magnífica exposición individual titulada "Turista", Juan Balaguer (Rosario, 1972) se presenta como pintor. Viene pintando desde hace años, casi en secreto, en su taller de Pichincha. Cada tanto obtiene un merecido premio o deja ver un tramo de su obra en el país o en el exterior. Esta vez expone en el sexto piso del Espacio de arte de la Fundación Osde (Boulevard Oroño 973). Al igual que en algunas de sus exhibiciones anteriores, cuenta con la curaduría del prestigioso artista Eduardo Stupía, quien eligió un rojo imperial en el afiche y la pared para desplegar su amplia selección de pinturas, contradictorias en tono y lenguaje, unidas por el dominio del oficio.

La muestra, que puede visitarse hasta el 3 de junio, reúne las diversas vertientes de su producción. La sátira social a las clases altas y a sus proyectos de ingeniería ideológica, tan vigente hoy en día, se expresa en una mirada de sutil ironía sobre los estereotipos del mundo empresarial. Ya a comienzos de este siglo, en su serie de "Bañistas", Juan Balaguer ridiculizaba el ocio de esas clases; ahora pinta en tono de farsa los ideales que ellas imponen al trabajador.

Otra zona de su obra es de un realismo extremo, donde el pincel borra la huella de las pinceladas. Esta vez, abarca piezas en pequeño formato, basadas en selfies y en otros retratos tomados con el teléfono móvil. Es en el propio rostro donde explora los detalles. Antes lo hizo en aquellas naturalezas muertas compuestas por diversas piezas de carne de res. Algunas de esas obras pueden verse con sus bocetos como parte de la muestra colectiva "Realidades" en el nuevo edificio de la institución donde Balaguer enseña dibujo: la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario (Corrientes 745).

Lo más interesante, por lo novedoso para el público local, son sus pinturas recientes que, como se lee en su página web, "no esconden más la pincelada, manchas o chorreaduras, sino que intentan apoyarse en estos recursos para lograr una imagen más poderosa".

Lejos del mero gesto gratuito, los elementos abstractos le sirven para reforzar el sentido de la obra figurativa. De nuevo aflora el estereotipo social: "El boludo alegre" (2016) es una pintura grande donde la cita a la técnica del dripping (chorreado), último grito de la moda artística a mediados del siglo veinte, refuerza en una versión multicolor la expresión maníaca del rostro del personaje. Este parece encarnar la tonta felicidad que hoy desde el poder se alienta como ideal político.

La crítica está presente como autocrítica en un autorretrato donde el rostro del autor aparece rodeado por palabras como "mirame", "seguime", "pose". Es el encuadre de la pantalla que desmaterializa, pero el pintor repone la materia a través de la insistencia del gesto.

El asado es un tema recurrente en la obra de Balaguer desde aquellas composiciones con sobras que se vieron en Osde hace siete años. Aquí retorna bajo la figura de un asador que de pie junto al parrillero sirve de excusa para el despliegue de trazos y manchas de color que expresan la genuina alegría de pintar. Hasta el estampado hawaiano del short es tratado como forma pictórica, como hacía Matisse con sus figuras de odaliscas o Gauguin con las modelos polinesias.

El post impresionismo, con su colorido salvaje, parece revivir en algunas obras de gran formato de la serie "Selfie", donde los rostros (el del pintor incluido) se reconstruyen y reorganizan como acertijos de color puro. Desde el acto contemporáneo de la selfie, el artista busca además conectar con toda una tradición moderna del retrato intimista que abarca desde Joaquín Sorolla hasta Juan Grela. Una operación similar efectuó con el género de la naturaleza muerta.

Otro estallido cromático de alto impacto es "Calesita" (2015). Allí la imagen de un hombre y un niño en una moto amarilla irrumpen como una aparición de seres en peligro en medio del tránsito hasta que el título nos avisa que sólo están divirtiéndose. El de Balaguer en su obra madura es un modo de narrar que remite a la dupla de narrador y artista plástico configurada por Juan Pablo Renzi y Juan José Saer. Decía Renzi de su obra que un pintor "acuna accidentes encontrados". Los tres Juanes hacen historia mezclando abstracción y figuración.