Desde Chicago y Barcelona

UNO Semanas atrás, Rodríguez entró a un cine en Chicago a ver Avengers: Infinity War. El viernes 27 de abril, día del estreno del mundo mundial. Y, sí, Rodríguez era muy consciente de estar traicionando a su hijo, en Barcelona; pero también sabía que su hijo, en Barcelona, no iba a dudar en traicionarlo a él. Y verla ese mismo día e, incluso –por (des)cortesía de la diferencia horaria– al mismo tiempo que él. (En realidad, uno y otro habían pactado y disculpado su traición mutua hacía días.) Rodríguez consiguió entrada –no paraban de añadir pases de la película– para una función a las 10 de la mañana. Y lo cierto es que le gustaba la idea de sentirse estadística y de estar siendo parte activa y contribuyente para lo que, se supo enseguida, sería la prèmiere más cósmicamente multitudinaria en toda la historia del cine.

Así que ahí estaba Rodríguez: sala con butacas mega-reclinables y extra-extendibles y ultra-mullidas con servicio de camareros que te traían popcorn o hamburguesas o sushi a regar con jarabes gaseosos o alcoholes espirituosos de tu preferencia. Y –luego de previews y advertencia mostrándote el rumbo de evacuación por si alguno de los espectadores sacaba arma de asalto y comienza a disparar onomatopeyas de comic sin ninguna gracia– se hizo la oscuridad y comenzó la luz de la película. 

DOS Un par de horas largas después, Rodríguez salió de allí y atrás habían quedado explosiones visuales, gags verbales, Wakanda, más explosiones y el llanto desconsolado de varios niños por la muerte o algo por el estilo del joven Spider-Man junto a varios de sus amigos volviendo al polvo del que vinieron. Y Rodríguez encontró particularmente conmovedora y perturbadora la última escena, antes de la consabida mini-coda luego de esos eternos créditos finales. Ahí se despedía, por ahora y hasta la próxima, el despótico y titánico Thanos: luego de tanta muerte y caos, contemplando bucólicamente el atardecer como si fuese un hacendado sureño en el porche de su plantación. Satisfecho y con su deber cumplido.

TRES A la salida del cine, Rodríguez entró en ese palacio del libro usado que es Myopic Books y se compró la última novela de Colin Harrison. La novela tenía un título muy Thanos: You Belong to Me. Y Harrison –alguna vez editor en Harper’s de los ensayos de David Foster Wallace– es lo más parecido que jamás hubo a un Tom Wolfe (R.I.P.) quien, en una dimensión alternativa, se hubiese dedicado a la escritura de brillantes thrillers urbanos y neoyorquinos. Novelas en las que (como en las de Wolfe) la trama es lo que menos importa y, en ocasiones, es tan incomprensible como inverosímil. Lo que vale y destaca y hace la diferencia en lo de Harrison es la data precisa sobre los asuntos más diversos (los hábitos de las ratas de ciudad, los mapas antiguos, el cómo vender departamentos a ricas mujeres menopáusicas, la historia de la cinta adhesiva o el singular sabor de testículos humanos acompañados de una bebida energética) así como su mirada de rayos-x sobre el paisaje norteamericano. Territorio compuesto siempre por mujeres fatales y hombres fatalistas para quienes “lo extranjero” es siempre materia inflamable y volátil. Un panorama tan triunfalmente decadente y contrario a los espejismos de Trump como las turbias nebulosas a las que Thanos aspira a aclarar y pasar en limpio. Allí, en las páginas de la Manhattan noir marca Harrison, algunos deben morir para que otros puedan seguir viviendo en globo terráqueo que se desinfla. Así, uno de los personajes de Harrison –como Wolfe, un conservador progresista– contempla la Estatua de la Libertad y la define como a “una reliquia sentimental de tiempos en los que Francia era importante y podía permitirse grandes regalos al nuevo mundo, aunque ahora no era más que uno de los tantos estados-museos de Europa en disolución, un poder económico de segunda clase sin petróleo, con onerosos costos laborales, y una población de iracundos y marginados islamistas quienes acabarán destruyendo su célebre cultura protectora de las libertades que ninguno de ellos disfrutaría en los países de los que llegaron sus padres y abuelos”. Así, otro personaje se refiere a unos Estados Unidos desunidos en “vastas regiones del país económicamente irrelevantes, sus habitantes hipnotizados por internet, convertidos en zombis por el consumo de fármacos, drogas ilegales y palabrería cristiana, con la estructura familiar quebrada por décadas sucesivas de divorcios, desempleo y violencia doméstica. Y este era el tipo de verdad que jamás oirías en boca de políticos, porque era una verdad histórica, y nadie, en especial los políticos, tenía respuesta alguna cuando había que hacerle frente a las constantes presiones de la Historia”. 

Y sí: más trabajo para Thanos.  

CUATRO Y Thanos es un eugenésico defensor de la idea de “re-balancear” el universo superpoblado y entrópico. Thanos es un convencido de que la mitad de los seres vivos deben ser sacrificados en nombre de la supervivencia de la otra mitad.  

De regreso en casa, Barcelona no es Manhattan. Y Catalunya no es una potencia en problemas sino una impotencia sin solución. Lo que no quita el que Rodríguez vuelva a sentir el agotamiento inagotable ante un nuevo giro en falso y redondo de los acontecimientos. Ya se sabe: nuevo “molt honorable president” puesto a dedo por el auto-exiliado Puigdemente. Un tal Joaquim Torra quien –como Thanos– parece más que decidido a gobernar exclusivamente para la mitad independentista de los catalanes llamando a la “desconexión mental” con España, esa “jaula” de la que “hay que escapar”. Y que el resto ya hecho polvo –los no independentistas pero sí catalanes– que se las arregle como pueda. Y para ellos –disolviéndose en el aire de sus fantasías– fueron esos perturbadores tuits y artículos de prensa de hace un tiempo. Expresiones e ideario (cuándo se darán cuenta las personalidades públicas del presente que en más de una ocasión conviene no teclear lo que se piensa) donde Torra se regocijaba en xenófobas y supremacistas expresiones del tipo “Aquí no cabe todo el mundo” y “Fuera bromas. Señores, si seguimos aquí algunos años más corremos el riesgo de acabar tan locos como los mismos españoles”. Torra, claro, intentó borrarlos; pero La Red tiene memoria no intachable aunque sí muy difícil de retocar. Y Torra –a la hora de asumir responsabilidades, antes de una ceremonia casi clandestina de tan minimalista ya habiéndose admitido como “provisional” y luego convocando a presos y fugados para seguir con la diversión– masculló apenas un “Pido disculpas si alguien las ha entendido como una ofensa”. Lo que, claro, no es desdecirse. Y, apenas ungido, Torra se fue a Alemania a “despachar” con su jefe, quien vendría a ser algo así –o así quiere verse– como el todopoderoso Galactus: alguien que, de desearlo, “puede otorgar una fracción de su poder a sus heraldos y luego arrebatárselo para dejarlos expuestos e indefensos”. 

CINCO “Hasta aquí, el asco y la vergüenza; ahora viene el miedo”, escribió temblando Javier Cercas en El País. O sea: más de lo mismo (y, por supuesto, Rajoy & Co. ya amenazan con represalias y allá vamos de nuevo con la conga de este retorcido twist), pensó Rodríguez, ya de vuelta de USA y de casi todo. Consolándose con que, el año que viene, llegará la segunda y última parte de Avengers: Infinity War. Y algo le dice a Rodríguez que Thanos va a terminar peor de lo que comenzó o quedó al final de la primera entrega; contemplando ese crepúsculo rebosante de defectos especiales que, por desgracia, ya no es solo suyo sino de todos. Y –Rodríguez siguió leyendo el apocalíptico y desintegrado You Belong to Me, donde Harrison advierte que “cuando la Historia se mueve, a veces te deja en la estación de tren, cargando con una maleta muy pesada y con un pasaje a ninguna parte”– a ese crepúsculo pertenecemos. 

 Después, Rodríguez se fue a ver de nuevo Avengers: Infinity War. Pero, esta vez, con su hijo. Y ya que estaban, también, Deadpool 2.