La escena, entre el pop y el apocalipsis: una estética industrial de pequeña fábrica rodea el escenario adornado con paredes atiborradas de grafitis que conviven entre porongas, nombres y pintadas en defensa de la educación pública. Inquietos y en cueros sudados, más de una decena de chongos y locas de diferentes tamaños y edades saludan al público, se manosean el bulto, gritan palabras inconexas que lo conectan todo, se palmean el culo y se sacan fotos con la gente. Comienza o ya comenzó Chicos feos vol. 2 (Show), la obra escrita y dirigida por Gabriel Gavila que completa la saga de Chicos lindos, Chicos malos y Chicos feos, ahora en versión confesionario bordeando el porno y sin filtros: como híbrido de coreografía e hinchada, la manada acompaña, presenta y opina sobre los testimonios, anécdotas y calenturas que los chicos feos revelan al público: desde la primera vez con un hombre o una mujer hasta el tamaño de la pija y, a su vez, desde el rechazo al machito que presume con el tamaño de la pija hasta la autocrítica patriarcal, estética, discursiva y teatral: ¿es esto una obra o qué? ¿Cuánto más se puede decir sobre las masculinidades, sobre el teatro o sobre cualquier otra cosa en el siglo XXI? ¿Realidad o ficción?, o mejor aún: ¿a quién le importan realmente estos interrogantes?

A ritmo de ping pong frenético pero con cada participante jugando para su propio equipo, Chicos feos vol. 2 conforma una suerte de metalenguaje teatral, que más allá de los cuerpos, las ironías, la risa y los bultos, pone en tela de juicio el sentido del teatro, de la confesión, los dolores, el deseo, se burla de todo discurso normalizador, quiebra la realidad, la ficción, la corporeidad, la belleza unívoca, la crítica teatral y así continúa frente a todos los temas que discute. Entre físicos cuidados, culos trabajados en el gimnasio y un puñado de lenguas largas, la obra de Gavila analiza mediante la comedia y la sátira el sentido del discurso repetido, el lugar común de lo políticamente correcto y el alcance al que la palabra oral puede aspirar en una sociedad que consume con desesperación cualquier producto que garantice un mínimo de alienación. ¿Teatro? ¿Performance? ¿Gran ironía? A quién le importa. Es una fiesta que divierte, enoja y ridiculiza, cosa que no es poca cosa.

Viernes a las 23 en el Espacio Artístico La Sodería, Vidal 2549.