Rector de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.

Este 25 de mayo se cumplen 44 años del fallecimiento de uno de los mayores símbolos de la dignidad de la inteligencia nacional: Arturo Jauretche.

Imposible resulta en estas pocas líneas condensar la personalidad de este argentino entero, como lo juzgó Atahualpa Yupanqui, paisano a caballo entre dos movimientos nacionales a los que dio continuidad: un radicalismo que sucumbía a costa de abandonar su carácter revolucionario y un peronismo que emergía para cambiar de una vez y para siempre el rostro vasallo de la Argentina. 

Su inspiración fue siempre la política: los repliegues del movimiento nacional lo empujaron a entrar de lleno en aquella república de las letras de la que sería uno de sus más lúcidos detractores. En plena década infame, máuser en mano, participó del levantamiento cívico militar que condujeron los coroneles Bosch y Pomar. Tras esa derrota y desde la cárcel reflexionó en poéticas estrofas sobre el destino del movimiento fundado por Yrigoyen en El paso de los Libres. A poco de andar, fundó FORJA junto a Scalabrini Ortiz, Manzi, del Mazo y Dellepiane, y buscando aun la resurrección del radicalismo se topó una década después con la irrupción del peronismo. 

Tras el fatídico 1955 resurgió el escritor. Dispuesto a que la derrota política no se convirtiese en derrota cultural, sentó las bases de una epistemología nacional señalando que uno de los mecanismos más eficaces del sistema de coloniaje consistía en introducir en nuestra cultura mecanismos permanentes de “denigración de lo propio” y “exaltación de lo ajeno” a través de la transmisión de “zonceras” que permitían que ese proceso se reproduzca y se transforme en autodenigración. 

Su obra tuvo gran influencia en la nacionalización de los sectores medios, principalmente estudiantiles, en 1960 y 1970, sobre todo con Los profetas del odio, El medio pelo en la sociedad argentina y el Manual de zonceras argentinas con los que enseñó a varias generaciones a “pensar en nacional”, dado que “lo nacional es lo universal visto por nosotros.” Realizó allí una titánica tarea de demolición político-estética de la cultura aristocrática de una “intelligentzia” rectora que había trabajado en contra del destino común. A través de sus enseñanzas, logró alterar en sus gustos a las clases medias cuya norma había sido copiar a la oligarquía para reorientarla hacia su confluencia con los trabajadores. Y aquí quiero detenerme. Porque analizar a las clases medias es de alguna manera analizar a los argentinos. Salvo el 17 de octubre de 1945, cuando la irrupción de los trabajadores torció el rumbo del país, las clases medias han sido siempre políticamente decisivas. El peronismo ascendió cuando las incorporó y cayó cuando las perdió. La oligarquía triunfó cuando logró poner a los sectores medios contra el proyecto popular y quedó aislada cuando no lo consiguió.

Ellas han dado el tono y el rostro al país, enmascarando muchas veces el conflicto profundo entre pueblo y oligarquía por el modelo de país, ocultando los problemas estructurales de la dependencia, los bolsones de marginación y pobreza, disimulando el gran drama nacional.  El “medio pelo”, explicó Jauretche, se siente producto de su esfuerzo individual pero no del país, sino a pesar del país. Quiere darle a la Argentina una engañosa imagen de tranquilidad y “buenos modales.” Y este rostro argentino que dibujan es característico porque muestra el autoengaño en que vivimos, el fácil consenso a los golpes militares en el pasado, la pasividad frente al atropello de los más débiles en el presente, el menosprecio constante  que lleva  a nuestros sectores medios, a convertirse en victimas reales de sueños que, en el fondo, les son ajenos. 

Jauretche había comprendido como pocos  sus cambios bruscos, su inescrutable carácter y su típica ingratitud. “El antiperonismo, que es tan hecho social como el peronismo -decía-, se convirtió en la principal pauta con la cual el medio pelo creía conectarse con las clases altas.” Allí radicaba la importancia de la tarea de esclarecimiento del mecanismo cultural por el cual se daban estos vaivenes y que se completaba con la colonización pedagógica, con una política de la historia falsificada y con  el mismo aparato neocolonial que hoy impera en nuestra Patria.