Era distinta. Atributo melodioso de un cuerpo que había aprendido a moverse sobre el escenario en un viaje de equilibrio entre los clichés del teatro español de Cunill Cabanellas y los mandatos de Stanislavski. Era distinta en la gramática de sus pausas, resonancias poéticas, distinta en su miopía y en sus vestidos, distinta en su pelo de peluquería casera que en ruleros la igualaba en simulada igualdad con los pelos de las otras mujeres. Fue distinta cuando dirigió a Miguel Ligero en Las aventuras del Soldado Schweik y cuando a fines de los ochenta subió al escenario literarios guiños chejovianos. La vida de pobreza culta en Coronel Suárez con un padre que actuaba en los cuadros filodramáticos que había en el interior, y que pudo haber sido un asesino pero eligió no serlo, y que siempre supo (igual que su madre) que su hijita (que no era pizpireta ni extrovertida) era actriz, los mudó a Buenos Aires cuando Margarita (Inda) tenía doce años. Tuvo que esperar cuatro para poder entrar al conservatorio. En la espera su papá murió y su mamá escribió las reglas del claustro. “No tenía vida fuera de las obras, era una actriz monja, no debía casarme, no debía enamorarme, no debía tener hijos por supuesto,  mi madre era gente cálida pero conocía las exigencias (…   ) nunca me quisieron explotar, así que eso equilibraba las cosas”. Debutó con Arata dirigida por su profesor Cunill cuando todavía era una alumna y cuando se decía que lxs alumnxs no debían trabajar. Por mimada, por elegida, Inda junto a otrxs tres compañerxs disfrutó durante un año el éxito de El avaro. Después llegó su Ersilia Drei, la protagonista de Vestir al desnudo de su amado Pirandello: “Servir…   , obedecer…   , no poder ser nada…   Una bata de servicio, ajada, que todas las noches se cuelga en un clavo de la pared. ¡Dios mío, qué cosa tan horrible, no sentirse ya verdaderamente nadie…   !” Una actuación extravagante y de vanguardia, con bolsas de agua caliente sobre la piel durante los ensayos  para que el cuerpo recordara ardores en función, y un cierre relámpago a propósito desprendido en escena son algunos recuerdos que repiten conmovidxs quienes la vieron.    

Enseguida se dijo que era demasiado temperamental, inmanejable y que cuestionaba todo, no solo la souplesse de Cunill. Y fue ese desborde, ese mandarse hacia el incontrolable estado trágico el que eligió Petrone para dirigirla en El gato sobre el tejado de zinc caliente con Duilio Marzio. Inda recordaba la compresión al límite de Petrone cuando volvía sobre sus palabras: “déjenla, es Rosa Zapata” (como se llamaba a sí misma después del exilio mexicano la hija pequeña de Petrone). “Petrone entendía lo que me sucedía con aquel papel endemoniado y me unía al juego de carácter con el que jugaba su propia hija” (...) no es que yo me mandara la parte, es que eran estados muy interesantes, de entresueños (…) soy fuego y acción y ese estado emocional solo lo controlo en escena”. Bienvenida la alquimia. La “comunista confesa”, que decía que había sido y seguía siendo marginada por su ideología, y no solamente cuando la censuraron en el Cervantes por Hombre y superhombre de Bernard Shaw, fue una de las primeras mujeres en desmantelar en primera persona la hipocresía del aborto penalizado. Una comedia exitosa con Ernesto Bianco, Mi querido mentiroso, un premio entre muchos por Orinoco y una Medea colosal por citar tres obras en la desprolijidad de la memoria que la recuerda en una entrevista por televisión diciendo que a quién le importaba esa estupidez de hablarle a un espejo como si del otro lado estuviera su padre si ella había ido ahí para hablar de las elecciones en el sindicato de actores, traen lo perdido tan buscado y lo sirven como cielo rebosante en el plato vacío.