Desde Brasilia

El bloqueo de rutas, iniciado el lunes por parte de miles de camioneros, desató una de las crisis más graves desde que Michel Temer asumió  como presidente de facto en 2016. Ayer fue obstruido el tránsito en carreteras  de al menos 25 de los 27 estados brasileños en demanda de la baja del precio del diésel que se encareció más del 50 por ciento desde julio debido a la nueva gestión “empresarial” de Petrobras. Según la Asociación Brasileña de Camioneros, alrededor de 300 mil vehículos participan en la medida de fuerza que no es exactamente una huelga, y tiene algo de lockout porque participan pequeños y medios empresarios. Entre los grupos que tomaron las carreteras hay algunos que reivindican la “intervención militar ya”. Pero no se sabe si representan al grueso de los inconformes. Por la noche, representantes del gobierno y de los transportistas llegaron a un acuerdo por el que se estableció una tregua de quince días que implicaría el levantamiento de la protesta.

Los piquetes impidieron la circulación de los camiones tanque que abastecen a las flotas de colectivos de grandes capitales como San Pablo y Río de Janeiro, donde hubo una considerable caida en la circulación de ómnibus, que este viernes puede ser aún más pronunciada. Tampoco se permite el paso  de los camiones con alimentos. Comenzaron a escasear productos en los supermercados así como en los centros mayoristas de frutas y verduras: el precio de la bolsa de papas de 20 kilogramos saltó de 70 reales (19 dólares)  a 300 (80 dólares) o más en Río de Janeiro.

La Compañía de Almacenes de San Pablo, el mayor mercado de abasto de América del Sur, informó la falta de verduras, melones, sandías, mamones y frutos de mar. Las exportaciones, especialmente de granos, cayeron en picada con el impedimento del ingreso de vehículos a los puertos de Santos, en San Pablo, y Paranaguá, en Paraná. Trece aeropuertos comenzaron a tener problemas por falta de kerosene. El de Brasilia informó que sólo autoriza el aterrizaje de aviones que no necesiten reabastecerse de combustible.

El desabastecimiento hizo trepar hasta 10 reales (2,9 dólares) el litro de nafta en algunas estaciones de servicio de Brasilia, donde había largas colas de automóviles intentando abastecerse  a pocas cuadras del Palacio del Planalto, donde Temer se reunió  con Pedro Parente, el titular de Petrobras,  en busca de una respuesta a las demandas de los transportistas.

Parente ordenó bajar el precio del diésel un diez por ciento transitoriamente pero aseguró  mantendrá su política de aumento de precios atada a las oscilaciones del barril de petróleo a nivel global.. Al contrario de lo que ocurría en las gestiones del PT, cuando el valor estaba regulado.

La crisis en curso  parece haber devorado la credibilidad de Parente en el mercado - que era alta-, ya que las acciones de Petrobras se desplomaron casi  un 15 por ciento. “Parente tiene que renunciar y ser acusado de delito de lesa patria”, demandó Paulo Pimenta, titular del bloque de diputados del PT.

La depreciación de las acciones  está en consonancia con la devaluada autoridad de Temer, del Movimiento Democrático Brasileño, que hace dos días desistió de ser candidato a la presidencia en las elecciones de octubre: tiene el 0,9 por ciento de intenciones de voto. Su impopularidad y falta de comando parecen haber  causado no una crisis más, sino una crisis de gobernabilidad.  Ni sus aliados  obedecen a Temer. Legisladores “emedebistas” cuestionaron medidas del más que liberal Pedro Parente. Desde la oposición se denunció el desguace de la petrolera. El aumento del diésel determinado por los “golpistas” para aumentar las ganancias de los accionistas de Petrobras,  “hundieron al país en un caos sin precedentes”, dijo el senador petista Humberto Costa.