No faltan escenas ni imágenes de desesperación en la Argentina de 2001, ni en años posteriores o anteriores. No faltan hoy –cualquier día de éstos– en la televisión personas testimoniando con angustia por un hecho delictivo, por un atropello, por una injusticia. Tan es así que hasta pueden generar cierta indiferencia en el espectador o, me corrijo, cierto acostumbramiento, cierta anestesia. Pero esta foto con su rostro intacto y un trasfondo de vecinos que caminan casi con indiferencia o cotidianidad como ajenos al llanto del hombre, sigue capturando la atención, activa la memoria, trae recuerdos y los instala con fuerza en el presente. Se suele asociar lo oriental a cierto gesto impávido, una aura contemplativa, un imaginario de lo imperturbable. Todo lo que esta foto desmiente. ¿Volveremos a ver rostros así?