Carla Peterson es Laura, una rubia cheta con casa en Puerto Madero y problemas con su marido, abogado como ella, comparten dos hijos y el estudio. Otra mujer, Antonia, interpretada por Nancy Dupláa, es su mejor amiga, más bien rolinga, vendedora de una inmobiliaria y amiga y compañera de trabajo de Paul, el hermano gay de la rubia. Antonia tiene una hija adolescente lesbiana, Juani, y un marido músico que sigue esperando los quince minutos de fama que no le llegan nunca y un PH que parece de cartón pintado en algún barrio que queda cerca de la Costanera de Vicente López. La socia de la rubia, una amiga de las dos medio Susanita y bastante hueca, devota esposa de un marido que tiene otra. Otra familia y otra vida en San Antonio de Areco. Antonia tiene un secreto: su marido y padre de Juani, Coco, interpretado por Pablo Rago, no es el padre biológico de Juani. Eso se sabe en los primeros capítulos, el padre es un médico que vuelve al país después de 18 años, Diego, interpretado por Luciano Castro, un antagonista fuerte para Coco: Diego tiene un lomo de revista, tiene plata, es buena onda y sigue enamorado de ella. 

La tira se llama 100 días para enamorarse y es apenas otra tira costumbrista. La produce Underground y la dirige Sebastián Ortega pero la podría haber producido Polka y la podría haber dirigido Adrián Suar. O podría ser un spin off de Los Campanelli: es una comedia romántica que intenta reproducir con ingenuidad y poco presupuesto –o por lo menos eso parece por la poca sofisticación de la fotografía, el guión, la música y todo en general– algo de la vida cotiana de las familias argentinas de hoy. En esa cotidianeidad las parejas de adultos están en crisis de un modo u otro. Las familias sanguíneas, los padres de los adultos en crisis, tienen menos peso que las redes de amigos. Y que la nena o el hermano soltero sean lesbiana y gay no es un problema para nadie. Salvo para los compañeros de colegio de ella. Y para Fidel, el muchacho que le gusta a Paul, que se debate en un clóset que incluye ex mujer e hija. Y es profesor de la hija de Antonia. En ese sentido, 100 días para enamorarse tiene algo para decir: puede ser que esté todo bien con la salida del clóset de la nena en casa: mamá pregunta “¿Te gustan las chicas?” y nena responde “sí, ma, ¿y qué?” y se acabó la conversación, la criatura se pone los auriculares y se va. Pero en el colegio es un problema. Y Juani, interpretada por Maite Lanata, lo padece. Es una adolescente con el pelo rapado a los costados y largo pero siempre con rodete y metido adentro de un gorro, ropa enorme, skate en mano o bajo los pies. Algunos de los pibes dibuja en el pizarrón una caricatura de su cara con la leyenda de “Soy lesbiana, ¿y qué?”. Juani se enfurece, su mejor amigo –hijo de Laura– no sabe cómo defenderla y entra Fidel, el profesor enclosetado, y les da un discurso que podría sintetizarse en esta fórmula: “Todos somos raros” y del que de algún modo se hace cargo la tira en la construcción de los conflictos de todos sus personajes; no es más rara Juani que el hijo de Laura o que su misma madre, Antonia. El discurso no parece afectar mucho a los alumnos pero es bastante popular en las redes. Juani está enamorada de Emma, una compañera que, al menos por ahora, no se pierde ni uno de los clichés de género que se le podría suponer a la mayor parte de las chicas de 17, tiene hasta el novio de musculatura inflada a fuerza de fierros y rugby que ninguna comedia americana le negaría a una de sus heroínas populares. Y reacciona con crueldad cuando logra meterse en el cuarto de Juani para sacarse la curiosidad sobre la lesbiana del colegio: Juani hizo collages con fotos. Con fotos de ellas dos donde parecen estar juntas. Y los tiene pegados en la pared. Y de fondo de pantalla en la computadora. Emma le saca fotos a todo y las comparte con su novio y con sus compañeros. Por otra parte Fidel, que en algún momento concreta con Paul, le dice que hagan de cuenta que eso “lo que pasó anoche” no pasó, que “está mal”. Entonces podríamos concluir así: al costumbrismo nacional siglo XXI los personajes queer no le molestan ni necesita hacer de ellos personajes grotescos, al contrario, no son representaciones reaccionarias. Pero asume, y debe tener razón, que tampoco está tan fácil la cosa en el mundo para nosotros.