Bruno A. Comas es un pibe gay de 26 años, artista escénico, recientemente imputado, en Paraguay, por obsceno. Vive entre Buenos Aires y su ciudad natal, Asunción. El pasado jueves 17 de mayo subió al escenario del festival Besatón, organizado por las asociaciones Lesvos y SomosGay, en Plaza de Armas, entre el Congreso y la Catedral de Asunción. Un festival de lucha por los derechos igualitarios de lesbianas, gay, travestis y trans. Bruno, realizó la acción escénica “Paraguay, no me mates”, donde se autoflagela con un látigo; se rocía con sangre artificial que brota de un corazón de plástico, mientras suena un audio con comentarios de odio de autoridades, periodistas y pastores paraguayos. 

En esa misma plaza, como medida de protesta, se encuentran acampadas, desde el año pasado, varias familias indígeneas que fueron desalojadas de sus tierras y otras que se quedaron en la calle por las inundaciones. Los hijos de los desterrados se sumaron al público sexodisidente. 

Al mismo tiempo, en otra esquina de la plaza, unos pastores Pro Vida, custodiados por la policía, instalaron sus parlantes para insultar al público y arengar a los niños a la quema de la bandera de la Diversidad. Los pastores filmaron con sus teléfonos celulares diferentes momentos del Festival, incluyendo el instante de los besos masivos. Y como no consiguieron que los niños le obedezcan viralizaron los videos bajo la consigna “abuso infantil en flagrancia”. La Secretaría Nacional de la Niñez y la Adolescencia de Paraguay reaccionó con un comunicado que reprodujeron los medios compulsivamente donde se declara “inadmisible la utilización de niñas, niños y adolescentes como medio para reclamar derechos de terceros”, y denunciaron a Bruno en la Fiscalía por “actos exhibicionistas y obscenos que ofendan el pudor de las personas”, y por  “actos homosexuales contra menores”. A lo que Bruno respondió: “Obsceno es como utilizan a los niños para criminalizarnos”. El titular de la Secretaría, Ricardo González, declaró que “el hecho más grave es el de una persona adulta que se toca los genitales frente a los niños”, haciendo referencia a Bruno, en el momento que sacaba la purpurina de su short para tirarse encima del cuerpo. 

Acto seguido, el funcionario protector de la sexualidad de los niños del Paraguay twiteo: “Mientras sigamos teniendo adultos de pueblos originarios viniendo a la capital, vamos a seguir teniendo niños en la calle”. O sea, para el Estado paraguayo y sus pastores es más violento para un niño reconocer un beso nuestro, que nos damos cuando queremos, que la intemperie de la vida en la calle, sin derechos básicos como el agua, la alimentación, la vivienda, la educación. En su paranoia hetero-sexista de control de un “mundo normal” la sociedad capitalista y sus instituciones siguen fabricando pobres y homosexuales, sucitando a cada momento su propio límite. Nuestro ano -o cómo organizar los cuerpos- sigue siendo el arma más poderosa y modesta para combatir al Capital y crear otras formas de vida.