“Es tentador imaginar a Tacita Dean como una hechicera, una adivina de las fuerzas ocultas del mundo. Su medio elegido es antiguo: los rollos de película. La espera es una gran parte de su método; también la observación. Y mantiene un estado constante de alerta ante el azar y la coincidencia. Ha sido coleccionista de tréboles de cuatro hojas toda su vida; y en ocasiones, perseguidora de eclipses solares. Por su búsqueda artística, ha volado en globos de aire caliente sobre los Alpes, antes del amanecer, para así capturar una bolsa plástica llena de éter alquimista”. Con tan encantadora y justa descripción, pinta el periodista inglés Tim Adams a la talentosísima bruja de los 16 y 35 mm, para la que “el cine tiene una naturaleza química y eso conecta con la magia”. Tacita Dean, hacedora de hipnóticos poemas visuales, dueña de un logro descomunal que ha acabado por coronarla como una de las más importantes artistas de nuestro tiempo. Sucede que, en una colaboración sin precedentes, tres importantes galerías de Londres han dispuesto muestras en simultáneo que la tienen por protagonista, partiendo su extensa obra -mayormente fílmica- en tres exposiciones. “En realidad, fue una casualidad. Me lo pidieron a la vez. Decidí dividir mi producción en géneros, aunque yo nunca piense en géneros...”, se quita méritos esta damisela sin par.

Singular artista que en la muestra “Portrait” de la National Portrait Gallery (primera exhibición del mentado museo dedicado a imágenes en movimiento) presenta nueve retratos fílmicos: entre ellos, His Picture in Little, un film en miniatura; o una obra donde el venerado coreógrafo Merce Cunningham “baila” la silenciosa composición 4’ 33’’ de John Cage. En “Still Life”, exposición de la National Gallery, presenta Tacita piezas como Prisoner Pair (dos peras en aguardiente que fermentan al sol), dando renovados y experimentales aires a la naturaleza muerta, desafiando la jerarquía de la pintura. En la Royal Academy, la exhibición “Landscape”: paisajes analógicos en amplísimo sentido (desde objetos naturales encontrados, dibujos montañosos de tiza en pizarra, hasta proyecciones de cintas como la flamante Antigone, donde combina múltiples lugares, geologías, estaciones). Las primeras dos muestras, vale decir, en cartel hasta esta semana; la última, hasta agosto. 

“Todas las cosas que me atraen están a punto de desaparecer”, se lamenta la mujer que antaño perteneciera (en forma marginal) a la reputada pandilla de los Young British Artists (YBA). Y que, de un tiempo a la fecha, se ha plantado como una de las más fervorosas defensoras del celuloide, liderando campañas para evitar que se extinga definitivamente. “Mucha gente me tilda de nostálgica, de anacrónica, pero la pintura al óleo es un poquito más antigua, ¿no? Y a nadie del mundo del arte se le ocurriría siquiera sugerir que se abandone la pintura al óleo...”, aboga quien suele trabajar con películas de 16 mm. Tiene sus razones: “El medio digital es demasiado deliberado, demasiado previsible. Es como trabajar con las luces prendidas todo el tiempo, y yo ansío la oscuridad, es decir, el azar y el accidente”.

En un año por muchos tildado de “consagratorio” (aunque, en honor a la exactitud, las obras de Tacita Dean han sido exhibidas desde hace añares en las más reputadas galerías y museos del mundo; y ella misma se ha encargado de aclarar que las instituciones británicas siempre la han tratado muy bien, a diferencia de la prensa, renuente a ponerla en foco), ha tenido la damisela otro motivo de albricias este 2018. Solo dos meses atrás, el distinguido festival francés Cinéma du Réel, enfocado al cine documental, dedicó una jornada completa a proyectar una cuidada selección de sus cortos y mediometrajes en el Centro Pompidou. Entre ellos, The Martyrdom of St. Agatha (1994), especulación ficticia sobre el destino de los pechos de la mutilada mártir Santa Águeda, patrona de Catania; o Kodak (2006), acerca del proceso de fabricación de la película en la planta de Kodak en Chalon-sur-Saone, entonces al borde del cierre. 

Aunque reside actualmente en Los Ángeles y Berlín, nació en UK en 1965, y creció en una casa del siglo 17 en el condado de Kent. “Mi padre era juez y estudió a los clásicos en Oxford. Por eso me llamó Tacita –femenino de Tácito, el historiador romano–. Mis hermanos se llaman Ptolemeo y Antígona; de los tres, supongo que fui la que tuvo más suerte...”, bromea esta autoproclamada “diletante”, finalista del premio Turner en 1998 con solo 33 años (perdió contra Chris Ofili), inagotable creadora de experimentales lienzos en movimiento, a la que ni una avanzada artritis reumatoide que la aqueja desde los 20 la hace aminorar el paso (aunque cada paso que da, aclara, le duele una barbaridad). 

Claro que no solo sus films llenan su hoja de ruta: también dibuja, reutiliza objetos encontrados, toma fotografías, interviene postales antiguas... Y, como si aquello fuera poco, es dueña de una técnica patentada, que antaño explicó así: “Es una técnica de enmascaramiento de la ventanilla de impresión, que me permite filmar distintas partes del fotograma negativo como su estuviera esparciéndolo a través de una exposición múltiple. Me permite mezclar el tiempo y el lugar en una misma imagen, un don para cualquier película”. “Y la investigación, ¿qué rol tiene para usted?”, inquirió un periodista curioso cierta vez. Y ella: “Para mí es importante no saber demasiado. Me gusta tener cierto grado de desconocimiento. Las ideas vienen de cualquier parte y de todas partes a la vez: una conversación, una ocurrencia desechada, una palabra. Y así, sucesivamente”.