“Después de declarar (en el juicio contra seis prefectos), lo corrieron por la calle, le gritaron ‘¡Ahí va el buchón’.” Con la voz entrecortada por el llanto a lo largo de todo su testimonio, Janette Villanueva relató ante los jueces del Tribunal Oral 9 de la Capital Federal la odisea vivida por su hijo Ezequiel, a los 15 años, cuando fue privado ilegalmente de su libertad, hostigado, torturado y amenazado de muerte por los imputados. La mujer confirmó que hoy, a casi dos años de lo ocurrido en la noche del 24 de septiembre de 2016, continúa la persecución contra el chico, que sigue siendo menor de edad, de parte de otros integrantes que llevan el uniforme de la Prefectura Naval Argentina (PNA). Janette dijo que su hijo le contó cómo le pegaron en una garita y en un baño de la PNA en la Villa 21-24, donde viven, cómo lo hicieron arrodillar y cerrar los ojos mientras uno de sus captores hizo un disparo que pasó muy cerca de su cabeza y cómo lo desnudaron, dejándole puesto sólo un boxer, para luego ordenarles a él y a su amigo Iván Matías Navarro, que se tiraran a las sucias aguas del Riachuelo, “sugerencia” que ellos se negaron a cumplir. 

En el marco de la reiteración de hechos de violencia institucional por parte de la fuerza que dirige la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se realizó ayer una nueva audiencia en la planta baja del Palacio de Tribunales, en la que también declararon los padres de Iván. Fue conmovedor el testimonio de la mamá de Ezequiel, que había prestado declaración en una sesión anterior, sin público ni periodistas, porque hoy tiene apenas 17 años. Janette recordó que cuando vio a su hijo la noche de los hechos, lo encontró “llorando, casi sin poder hablar porque tenía la boca destrozada, los labios partidos, golpes en la cabeza, en la espalda, y marcas rojas en las manos”, producidas por las esposas que le habían puesto los prefectos que lo retuvieron, sin motivo ni acusación alguna. 

“El tenía apenas 15 años y estaba todo golpeado, con marcas en las muñecas y sólo tenía puesto un boxer”, porque durante las horas que estuvo en manos de los integrantes de la PNA, le sacaron –y le robaron, de hecho, porque las prendas nunca más aparecieron– el jean, las zapatillas, una remera y un camperón con capucha que llevaba puesto, porque era una noche muy fría a pesar de estar en el comienzo de la primavera. Lo único que pudieron recuperar fueron las medias. La madre de Ezequiel, luego de describir el impacto que le provocó ver tan lastimado a su hijo, señaló que ella se preguntó entonces “¿Por qué tanta maldad, por qué le hicieron tanto daño?”. El encuentro madre-hijo fue en la casa de la abuela del chico, donde le sacaron fotografías para certificar el estado en que había quedado luego del maltrato recibido, como paso previo a llevarlo a realizar un estudio médico en el Hospital Penna, donde le sacaron radiografías que “por suerte confirmaron que no tenía ninguna fractura”, a pesar de que le habían pegado trompadas, patadas y bastonazos en todo el cuerpo. 

La parte de mayor tensión fue cuando relató que le habían hecho una especie de simulacro de fusilamiento: “Lo hicieron poner de rodillas, le ordenaron que cerrara los ojos, y le hicieron un disparo con un arma que le pasó muy cerca de una oreja”. En algún momento de esa trágica noche, tal como había relatado antes Iván, los llevaron hasta la orilla del Riachuelo, les ordenaron que se desvistieran y que se tiraran al agua. “Ellos no se tiraron y por eso después los hicieron correr y les decían que si no corrían los iban a matar.” La mamá de Ezequiel confesó que su hijo sigue atemorizado, al punto que no quiere salir a la calle y le pide a ella que se vayan de la 21-24 de Barracas, donde todavía el chico es hostigado por compañeros de los seis imputados, Leandro Antúnez, Osvaldo Ertel, Ramón Falcón, Yamil Marsilli, Orlando Benítez y Eduardo Sandoval, a los que puede sumarse, en el futuro cercano, un séptimo implicado, Félix de Miranda. 

El chico está recibiendo apoyo psicológico porque “tiene mucho miedo” de andar caminando por el barrio, motivo por el cual se fue a vivir un tiempo a la casa de su madrina, en Flores. Después de las preguntas de la fiscalía y los querellantes, los defensores de los seis prefectos volvieron a incurrir en los mismos planteos insólitos o en preguntas que nada tienen que ver con el esclarecimiento de los hechos. Uno de los defensores llegó al colmo de preguntar por qué lo llamaban “Ezequiel” y no por su primer nombre, Roberto. “Yo lo voy a llamar Roberto”, amenazó, como si eso pudiera cambiar el rumbo de su labor profesional. 

Gabriela Carpinetti, una de las abogadas querellantes, le dijo a PáginaI12 que “la estrategia de los defensores es presionar a las víctimas y a los testigos cuando declaran, con la intención de ponerlos nerviosos o de intentar demostrar que no fueron víctimas, que no les pasó nada, y por eso estigmatizan a los testigos y al barrio”. Carpinetti consideró que por el hecho de tratarse de “una defensa puramente ideológica, llegan a extremos en los que se cae en la ridiculez jurídica”.