Entro al bar y no veo a Osvaldo, el mozo. El salón está vacío. El cocinero me da la espalda desde atrás del mostrador, y cuando me acerco a llamarlo, Osvaldo aparece por el otro costado.

–¿Qué le pasa. está apurado?, pregunta desafiante. Ya sé que su malhumor le dura poco, así que no le contesto.

–Déle Osvaldo, un cafecito y no lo jodo más. Cortado y bien caliente, déle.

–Caliente, caliente estoy yo, que ando con la espalda a la miseria. No me puedo agachar ni para levantar un billete. Con esta humedad el lumbago me vuelve loco.

–En vez de quejarse vaya al médico, tengo la mala idea de sugerirle.

–Al médico fui. Me cobró dos lucas y acá me ve. Con lumbago y con el estómago arruinado por las pastillas que me recetó. Le dije al tipo que tenía la espalda a la miseria, que no me podía agachar ni para atarme los cordones, ¿y sabe lo que me contestó?

–No.

–Que use mocasines. ¡Que use mocasines me contestó! Y mirando la radiografía murmuraba: bisturí, bisturí. Bisturí las pelotas jefe, yo no dejo que nadie me meta mano en la espalda. Usaré mocasines nomás.

Cuando se lanza, Osvaldo habla sin parar, así que me resigno y lo escucho. Pero admito que sus historias me divierten.

–El Beto, mi hijo, influenciado por su mujer, me aconseja terapias alternativas. Papá si seguís así te mando a Cuba que allá te curan seguro, me dice.

–¿Te curan?, lo jodo, te curran, querrás decir. No sabe cómo se enoja el Beto, que cada día está más zurdo. En su taller, al lado del banderín de San Lorenzo tiene una foto del Che y, en la otra pared, una de Fidel junto a un póster de Coloccini, que es un ídolo pero no da para tanto. ¡Con los goleadores que tuvo San Lorenzo!, Sanfilippo, Scotta, el Beto Acosta, cómo va a poner a Coloccini, ganas de joder nomás. Y mi pibe se ríe. Vos no entendés nada, papá Fabricio es un fenómeno de jugador y de persona, me dice. Hace trabajo solidario por el interior, escuelas de fútbol, reparte libros, ropa, hasta casas ayuda a construir para  los más necesitados, repite mientras tomamos mate juntos en el “yerta”.

Luciana, su pareja, va a la cancha con él. La mina es bárbara pero muy de izquierda. Estudiaba veterinaria, largó y se fue a filosofía. Un par de materias y se recibe en historia. Una genia. Lo bueno es que por lo menos al Beto lo hizo terminar la secundaria. Porque mi hijo para laburar es un fenómeno, pero para el estudio me salió durazno. ¿Sabe cómo la conoció el Beto a Luciana?

–No, no sé, le digo, y le vuelvo a pedir el cafecito.

–Le cuento y se lo traigo, porque si interrumpo me olvido. La memoria también me está fallando. La chica es de Lanús, donde el Beto tiene el taller ¿vio?

Un día cayó con el auto, se lo había chocado al viejo y lo quería arreglar rápido para que el tipo no se diera cuenta. El Beto estaba tapado de laburo, pero hijo ’e tigre, no se la iba a perder, así que dejó los otros trabajos para meterle mano al Fiesta de Luciana.

Vení a buscarlo en dos días le dijo. Y esa misma tarde me contó: Papá conocí una chica que me volvió loco. Porque el Beto me cuenta todo. Yo vi que le brillaban los ojitos y me hizo acordar a cuando me enamoré de Olga, su mamá. ¡Qué época! Ahora me olvido hasta de los aniversarios y la bruja me putea, pero quién nos quita lo bailado.

Osvaldo se va por las ramas, salta de un tema al otro pero nunca pierde el hilo.

–Mi café Osvaldo déle, traigame el feca y seguimos charlando.

–Uy disculpe, es lo que le digo, me olvido hasta del café suyo–. ¿En Cuba también curarán la amnesia?

La cuestión es que a los dos días Luciana volvió al taller y el auto estaba como nuevo. La piba feliz y el Beto, en pose de Galán, le dice vamos a probarlo.

No sé qué iban a probar porque el auto lo único que tenía eran dos raspones, pero el Beto no perdona, jefe, no perdona.

Salen, dos cuadras, tres, agarran la avenida, Luciana al volante y el Beto que se le iba acercando, según me cuenta mi pibe después: papá, yo ya ni veía de la calentura, me dice. Era nochecita, paran el auto en una cortada y ahí nomás le planta un beso. Qué capo el Beto. Estaban así hasta que pasó lo que pasó, pobres chicos.

–Qué pasó, le pregunto a Osvaldo porque sé que le gusta crear misterio y hacerse rogar para terminar la historia.

–Pasó lo que tiene que pasar en este ispa. Meta beso no vieron llegar a los dos grandotes que le abrieron la puerta de atrás, se subieron, le metieron un fierro en la cabeza, les hicieron arrancar el auto, los llevaron a un descampado y los dejaron con lo puesto. Menos mal que no les pusieron una mano encima, porque si llegaban a tocar a la piba terminaba en tragedia. El Beto no se la iba a bancar. Cuando fueron a la comisaría para hacer la denuncia los gastaron. Esperaron más de dos horas hasta que un poli les preguntó a qué habían ido. Ustedes deberían estar en la iglesia agradeciendo que no les hicieron nada, en vez de perder el tiempo acá en trámites inútiles. ¿O se creen que los vamos a encontrar?, de estos robos hay mil por día. Vayan, vayan y vuelvan mañana que estamos sin personal. Y los echó.

Desde ese día, hace cinco años, Luciana y mi pibe no se separaron más. Ella se acuerda y se ríe: batí los records dice, en una tarde me apretaron tres veces; primero el Beto, después los chorros, y por último la policía.

Al Fiesta lo encontraron una semana después destruido, pero el padre de la piba no se puede quejar. Mi hijo se lo dejó como nuevo y la suya se enganchó con el mejor muchacho del planeta.

Mire si serán buenos que no putean ni a los ladrones. Luciana dice que en Cuba estas cosas no pasan porque hay trabajo y educación para todos. Yo no sé si es por eso o porque Fidel les metía bala a los delincuentes, pero los que viajan dicen que es cierto, allá problemas de seguridad no tienen, en cambio acá estamos cada vez peor. Vamos a tener que salir a chorear para pagar la luz.

Y quién le dice, a lo mejor  nos vamos los cuatro a la isla. Ya lo vi al Beto pispeando en Internet los precios de los pasajes. Si nos invitan a ir con ellos vamos, porque sólo con la jabru no me animo. Cuando fuimos a las Cataratas nos peleamos todo el día. Y si en la isla me curan el lumbago con “terapias alternativas”, cuando vuelvo descuelgo el cuadro del Lobo Fisher y el de la Oveja Telch y cuelgo el de Fidel y el Che, cambio el tinto por el Mojito y el tango por la pachanga. Hasta comunista me hago si me curan el lumbago. A la vejez viruela, como diría mi vieja. Y se va a traerme el cortadito.