Para recibir al 2017

 

I.

El primer beso que sea colosal, una infiltración erótica. No un beso de despedida, un beso para dejar atrás el año, tampoco un consabido beso de bienvenida. Hablo de una embriaguez inenarrable, de una niebla penetrando otra niebla, de un cuchillo desgarrando otro cuchillo.

 

II.

Que el segundo beso se quede en la garganta. Que bloquee el aire. Que Crujan las arterias y el flujo sanguíneo se detenga para llegar al origen de todos los orígenes.

 

III.

Que el tercer beso no pueda ser más hondo ni más orientado a la pulverización de los malos recuerdos.

 

IV.

Que el cuarto beso arranque el viejo chirrido adherido en todas las cosas.

 

V.

Que el quinto beso libere las pasiones enjauladas.

 

VI.

Que el sexto beso venga desde abajo, encendido y terso como una manzana, sin detenerse una sola vez a tomar aliento.

 

VII.

Que en el séptimo beso los labios recorran aquella extensión silenciosa de oquedades movedizas hasta deshacer las sombras.

 

VIII.

Que el octavo beso llegue con su llave maestra y rote en la cerradura hasta que se abran los portales.  Que rote toda la noche en la cerradura abriendo todos los portales con la lengua.

 

IX.

Que el noveno beso no quiera saber de otra cosa más que ser beso.

 

X.

Que los pequeños pájaros nacidos del décimo beso se abreven en las aguas donde brota la flor de las maravillas.

 

XI.

Que el decimoprimer beso sólo busque un lugar propicio para vivir y multiplicarse.

 

XII.

En el decimosegundo beso, que la noche sea toda blanca y la luna toda negra.

 

XIII.

Que el decimotercer beso sea doble y hermoso como un misterio.

 

XIV.

Que el decimocuarto parta en una nave espacial  llevándose todas las  horas del desamparo.

 

XV.

Que el decimoquinto se llene de acasos.

 

XVI.

Que el reflujo del decimosexto beso traiga lava, encajes, jabalinas, taladros de nubes, palabras.

 

XVII.

Que el decimoséptimo beso se vea recompensado con creces.

 

XVIII.

Que el decimoctavo sea el siempre aparecido, el nunca negado. 

 

XIX.

Que el decimo noveno sea el beso devenido relámpago.

 

XX.

Que durante mucho tiempo el vigésimo beso sea castigo maravilloso de no latir,

no latir,

no latir,

hasta que la primera partícula de oxígeno comience la resurrección y el pecho se descontrole en una supervivencia erótica.

 

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