“Esto es una competencia”, anuncia el jefe del clan Logan al comienzo de Succession. Y como en toda familia ligada al poder, la lucha por el trono no será por medio de un piedra, papel o tijera, sino con sangre, sudor y lágrimas. Pero la ficción creada por Jesse Armstrong añade un impensado cuarto elemento: risas negras. Algo inapropiado para Dallas o Dinastía pero que en esta nueva versión del Rey Lear shakespereano calza perfecto. El mandamás ha decidido pasar a retiro lo que da pie a que sus cuatro hijos luchen sin cuartel por el legado, incluso a riesgo de implosionar un conglomerado mediático de los pesados. La entrega ayer tuvo su estreno por HBO y sus nueve episodios restantes irán los domingos a las 23.

La ingeniería de esa guerra es el centro de interés de la ficción que se enfoca en Logan Roy (Brian Cox) y en sus herederos. Los cuatro adultos que viven bajo su sombra, caprichos y achaques que hacen bajar abruptamente las acciones de Waystar Royco. De hecho, el hombre no tiene problema en insultar a un psicólogo porque en una sesión le sugiere que sus hijos posiblemente le temen. Algunas escenas después le espeta a uno de ellos que es un Don Nadie mientras que otro de sus vástagos lo definirá como un “Kim Jong Pop”. En el cuarteto se destaca Kendall (Jeremy Strong) quien se autopostula para ser el nuevo CEO y por eso el resto lo desprecia. Roman (Kieran Culkin) es el pequeño sarcástico y se mueve con garbo en ese mundo de mucho capital y poder. Shiv (Sarah Snook) es una rival temible aunque se muestre reticente y diga que su interés es la política. Connor (Alan Ruck), el mayor del cuarteto, es un absoluto misterio con su andar y modos alejados de lo terrenal.

Como es usual en las ficciones sobre potentados, las frases son hirientes, pululan personajes secundarios ruines, el entorno es magnificente y gélido (salas de reuniones, grandes habitaciones y helipuertos), y hay una absoluta falta de escrúpulos en su accionar. Como una propuesta de casamiento en un hospital mientras el viejo se debate entre la vida y la muerte o apostar millones por conectar un home run en un béisbol doméstico. Similar al universo de financistas y tropelías que se ven en Billions, con la diferencia de que aquí la sangre pesa. El placer es asistir a ese teatro de operaciones maquiavélicas que funcionan al caldo de recriminaciones y despechos. Particularmente en su protagonista. “Es un hombre de negocios despiadado”, describió el escocés a cargo de interpretarlo. “Logan tiene miedo de convertirse en una víctima de su situación. Es un misterio para sus hijos y para sí mismo. Miramos a Rupert Murdoch y creemos que lo conocemos, pero nos olvidamos de que es un ser humano. Eso es lo que me interesa de estos personajes: son de carne y hueso”. 

La mención al todopoderoso hombre de medios australiano no es casual: el origen de esta entrega fue un guión escrito por Jesse Armstrong donde lo imaginaba reunido con su familia en un cumpleaños. El boceto estuvo dando vueltas por Hollywood pero nunca vio la luz. Finalmente Adam McKay (Talladega Nights, Anchorman), amigote y socio de Will Ferrell (quien aquí aparece como productor), decidió dirigir el proyecto. En Succession sobrevuela el sentido de su tragicomedia La gran apuesta, película donde se destacaban diálogos al ritmo de montaña rusa, referencias al showbizz y la mutación de lo doliente en carcajada. Al igual que en aquella, la malicia es ley y sus interlocutores VIP bordean el ridículo. “Un dramón es demasiado sonoro y autoconsciente y no es una verdadera representación del mundo, porque de alguna manera da demasiada credibilidad a la forma en que las personas más poderosas se retratan a sí mismas. La verdad es que todos tienen frustraciones y problemas de relaciones que son hilarantes, y si excluís eso, estás mintiendo”, expresó Armstrong.