Un año no es suficiente para los balances, que seguramente requieren de una profundidad que también incluye el factor tiempo. Pero lo ya transcurrido del gobierno de la alianza Cambiemos da, sin embargo, para analizar la orientación del “cambio” y para cotejarla con lo que desde antes de las elecciones e inmediatamente después de asumido el nuevo Gobierno se podía sospechar.

Este no es un intento de sopesar todos los temas que pueden incluirse en el debate, pero sí varios de ellos que están en el centro de la estrategia del oficialismo.

El Presidente autoevaluó su gestión con un ocho. No es excesiva generosidad de su parte para consigo mismo o condescendencia con su propia tarea. Para comprender el sentido de la calificación es imprescindible ponerse en la perspectiva y en el lugar de quien evalúa. Seguramente no es ocho para los asalariados, ni para aquellos que reingresaron al ejército de desocupados, ni para los que volvieron a ser considerados dentro de las estadísticas de la pobreza. Tampoco para los pequeños y medianos industriales que quebraron en el último año o para las víctimas de un Poder Judicial que actúa cerca de la política pero muy lejos de la letra y del espíritu de las leyes. Pero no es desde allí que el Presidente hace su autoevaluación. Cambiemos, con Mauricio Macri a la cabeza, llegó para hacer un ajuste que favorezca a los sectores más concentrados de la economía. Hizo las tareas y cumplió con muchos compromisos en esa línea: sigue despidiendo trabajadores del Estado con el argumento de reducir el déficit fiscal, transfirió ingresos hacia los sectores más ricos, liberó importaciones, veta leyes a modo de escarmiento y ejercicio abusivo de la autoridad, entre otras medidas. Con esto Macri llegó al ocho, pero no alcanzó el diez. Sencillamente porque lo realizado no es suficiente. El capital, sus socios y a la vez sus mandantes, quieren más. El ajuste es brutal aunque parte  de los voceros del oficialismo hablen de “gradualidad” para dejar tranquilos a quienes reclaman mayor contundencia en las medidas. Las nuevas designaciones ministeriales quizás apunten a dar satisfacción precisamente a quienes sostienen que con lo hecho no alcanza.

Como parte de la misma tarea, el gobierno de Cambiemos dio pasos simultáneos para seducir con la billetera a gobernadores y legisladores (también intendentes) que rápidamente se enrolaron en un rebaño de mansos corderitos teñidos de amarillo para sumarse a las fotos que les propuso el Gobierno. Algunos argumentaron “gobernabilidad” (la propia y la del gobierno nacional) y muchos otros se escudaron en “no poner palos en la rueda”. A pesar de ello el carro sigue sin funcionar y los que pagan las consecuencias son, como casi siempre, los que menos tienen.

El autoritarismo del Poder Judicial aplica permanentemente el doble estándar para elegir qué investiga y qué ignora, qué mediatiza y que oculta. Funciona como la mano larga de la venganza pretendiendo emparentar con la corrupción a todo aquel que estuvo ideológicamente enrolado con el gobierno anterior. El desatino parece no tener límite. La ofensiva de fin de año, antes de la feria judicial, es una muestra más de lo mismo. El intento de escarmiento apunta no solo a los directamente acusados sino mucho más allá. Pretende convertirse en una amenaza que discipline a quienes tan solo intenten imaginar una manifestación en contra de aquellos que hoy, en uso y usufructo del Gobierno, pretenden cínicamente seguir presentándose como paladines del diálogo, la libertad, la tolerancia y el republicanismo. 

El Poder Judicial actúa hoy, en el marco de una institucionalidad fraudulenta, como un brazo represor más. Sobran los ejemplos. No importan las pruebas porque lo que se castigan son las ideas. Y si esta es la manera de “disciplinar” a la dirigencia, a los actores populares que se atrevan a ganar la calle les espera la represión directa. Macri quiere calles sin piquetes ni manifestaciones para calmar al coro mediático que le reclama un “orden” que no es otra cosa que hacer ostensible la lógica del poder capitalista: pocos mandan, la mayoría obedece, sin cuestionar ni reaccionar. 

A la puesta en escena de poses descontracturadas, el estilo gentil y las sonrisas forzadas aun en situaciones dramáticas, se ha sumado también el asistencialismo al que este Gobierno recurre emulando una vieja receta  del conservadurismo popular. Recurso que –sin hacer juicio de valor por ello– aceptan dirigentes supuestamente opositores con el argumento de la necesidad y seguramente sin evaluar el costo político y social que ese tipo de acuerdos puede tener en el mediano y largo plazo.

Todo lo expuesto forma parte integral del cinismo con el cual el oficialismo construye su relato, negando lo obvio, ocultando lo evidente, llamando “sinceramiento” al blanqueo que esconde delitos, “transparencia” a la mentira y adjetivando como resultado del diálogo y la apertura lo que son evidentes derrotas políticas. Claro está que nada de esto ocurriría sin la complicidad de un sistema de medios que, sin ser decisivo es importante para sostener el costado falaz del relato oficialista.

Sin embargo... todo esto no alcanza. Los “brotes verdes” no llegaron, el “segundo semestre” se convirtió en el cuarto, en el quinto... o... en algún momento, las inversiones no llegan y los empresarios y financistas, siempre insaciables, reclaman más.

Comenzamos entonces a transitar un 2017 con mucha incertidumbre. Se reincide en el argumento de “la pesada herencia” para justificar la impericia, la ineficacia o directamente la perversidad de las actuaciones. Y en tiempo electoral se agitará también el fantasma del “regreso del populismo” para extorsionar, intimidar y coaccionar voluntades con el argumento de que los capitales de todo el mundo que pueden cambiar la historia de la Argentina y que están haciendo cola para venir a invertir en nuestro país, solo aguardan que el PRO y Cambiemos terminen de consolidar su poder con un nuevo triunfo electoral.

Porque lo hecho no alcanza. Es decir que el daño causado no es todavía suficiente. Sin embargo esta realidad también puede verse y leerse desde otra perspectiva: los actores populares pueden estar confundidos y desorientados pero tienen memoria y guardan reservas para reaccionar en función de sus intereses vitales. A eso se refieren y a esto le temen cuando dicen que todavía no alcanza. La ofensiva supuestamente demoledora del Gobierno aún no alcanza para revertir el rumbo que se cimentó en más de una década y destruir las capacidades desarrolladas por muchos actores del campo popular. Y en esto radica la mayor esperanza de cara al futuro.