Desde Barcelona

UNO Spoiler alert continuando con lo de la semana pasada: cae Troya y Odiseo vuelve a casa pero, además, demora mucho en hacerlo (diez años de lucha primero y diez años de viaje después) y, por el camino, le pasan tantas pero tantas cosas y...

DOS ...lo cierto es que Rodríguez ha estado pensando todo el tiempo en el griego Odiseo (Ulises, para sus amigos romanos, y brillante estratega al que se le ocurre eso del caballo hueco a rellenar con guerreros y, según Dante, por esa astucia castigado y envuelto en las llamas del Hades) para así intentar no pensar en el madrileño y flamante jefe de gobierno español Pedro Sánchez. Ese a quienes los periódicos internacionales apodan “Mr. Handsome” o “El Guapo” alabando fotogenia similar a la de Antonio Banderas. Y por “intentar no pensar” Rodríguez en realidad quiere decir “conseguir no ilusionarse”. Porque de acuerdo este ex-basquetbolista (comparado con mucho de lo que le rodea y cercaba, especialmente aquellas estampas de Mariano Rajoy haciendo marcha rápida) es de buen ver. Y hasta es capaz de decir tres o cuatro frases seguidas coherentes (lo que no necesariamente significa que sean verdades) sin, como su predecesor, necesidad de apoyarse en arcaísmos y refranero o tener que leerlas en unos papelones a los que miraba con ojos desencajados porque, según propia admisión, en ocasiones no entiende su propia letra. Tampoco se le conocen frases extrañas de es esas que solía pronunciar el recién salido de Moncloa del tipo “Somos sentimientos y tenemos seres humanos” o “Una cosa es ser solidario y otra serlo a cambio de nada” o “Haré todo lo posible e incluso lo imposible, si también lo imposible es posible” o “Esto no es como el agua que cae del cielo sin que se sepa exactamente por qué” o “It’s very difficult todo eso”. Y lo más importante: Sánchez habla inglés (ninguna maravilla, pero comprado con sus antecesores en el cargo suena como Laurence Olivier), domina el francés y se maneja bien en italiano y portugués (o al menos eso dicen). Y ha formado un buen y sólido equipo de ministros –para un más que inestable y fragmentado parlamento que arderá más que Troya y donde ya están todas las xifos y kopis desenvainadas– con muchas mujeres y hasta un primer y único argonauta, perdón, astronauta español y un rapsoda sensible un tanto fuera de lugar (rostros que, para bien o para mal, vienen a reemplazar a máscaras que ya asfixiaban). 

Sí: algo de fresca brisa en las velas luego de tantos años de flotar inmóviles. Pero –lo siento, lo siente– a Rodríguez no van a engañarlo otra vez. Y desoirá cualquier eufórico augurio de Oráculo de Delfos o profecía de Sibilia de Cumas. Y no va a creer en nada ni en nadie que no sea el mítico pero lógico Rafa Nadal. 

Aunque es verdad, también, que lo de Sánchez tiene cierto y certero mérito: cegó al Cíclope Felipe González, dejo muy pero que muy caliente (no en el sentido sexual de la expresión) a la Circe con poca gracia que es Susana Díaz, y se sobrepuso a que más de un miembro de confianza de su tripulación acabase siendo un verdadero cerdo con él. Y Sánchez –como Odiseo– descendió al Inframundo y retornó de entre los muertos luego de haber sido descartado como cadáver político para llegar a Ítaca y despachar a todos los pretendientes a su puesto en el PSOE. Y días atrás –en la más loca e inesperada de las épicas cortesanas, con la ayuda de los volátiles mercenarios vascos– se las arregló para enviar al destierro al hasta entonces inamovible “muy español y mucho español” Rey Rajoy. Aquel quien se despidió en el Congreso con un “Yo seguiré siendo español” sin que hiciese falta la aclaración; porque pocas cosas más folk e ibéricas que ese último almuerzo-merienda-cena de ocho horas que se pegó junto a su más incondicionales y nerviosos acólitos aquel jueves negro de la exitosa para unos y catastrófica para él moción de censura por, en sus palabras, obra de “un desordenado conjunto de partidos políticos” en un “ejercicio de posverdad”. “Donde los japoneses se hacen el harakiri los españoles aceptan el orujo de la casa”, ironizó David Trueba en su columna de El País; mientras en otra página de ese periódico se anunciaba que la próxima entrega del video-game Assassin’s Creed se titulará Odyssey y tendrá sitio y tiempo en esa olímpica Antigua Grecia, inspiración directa para buena parte de lo que milenios después se dibujaría en la justiciera DC y en la vengadora Marvel. 

Y la caída de Rajoy no fue homérica sino algo que recordaba un poco mucho a febril sketch politiquero de Saturday Night Live. Cuanto todo hubo sido consumado y consumido, allí y entonces, a pesar de no ser un dios (recordar a Odiseo rechazando el regalo de la inmortalidad que le ofrece Calipso) y tal vez consciente de que también él pasará, Sánchez se las había arreglado para recrear el universo político español en seis días. 

Y al séptimo día prometió su cargo –por primera vez en democracia–  sin crucifijo ni Biblia y “por mi consciencia y honor”. 

Como un hijo de Ítaca.   

TRES Así, nada de “Hágase la luz” sino un “Háblame, oh Musa, de aquél varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida... ¡Oh diosa hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas.” 

Y ahí está Sánchez ahora: por el momento sobreviviendo para contarla y atado al mástil de su convencimiento y empecinamiento. Con un Partido Popular del que Rajoy se despidió casi entre lágrimas pero sin dejar de colgarse medallas y denunciar movidas conspiranoides. Y, admitirlo, se va a extrañar su capacidad para desconcertar desde el desconcierto en plan Chance Gardiner. Su sucesor aparentemente natural y postergado (aunque por ahí también aletean esas furibundas erinias que son Cospedal y Sáenz de Santamaría) es el también gallego Alberto Nuñez Feijóo, será algo así como un más tenso  Dr. Jekyll que llega al plácido Mr. Hyde que se va. 

Y ahí están todos: ya anunciándole a Sánchez la más feroz de las oposiciones (para empezar cuestionando los presupuestos que ellos mismos propusieron días atrás, en otro planeta y era). Y ahí está Sánchez: rodeado por los aullidos de sirenas exigiéndole compromisos y pactos de muy variado –por usar una palabra socialista– “talante”. Un cacofónico y desafinado coro griego (que incluye a esa reaparecida vocecita sibilina y ese bigote invisible de Giges que porta José María Aznar, mitad Cerbero y mitad Hidra, siempre listo para la reconquista y rescate de su imperio de sombras) que, si bien no augura el fin de los tiempos, si anticipa tiempos de esos que Rodríguez y millones de españoles, más pronto que tarde, desearán que lleguen a su fin...

CUATRO ...para buscar mejor memoria (como Odiseo, negándose a olvidar contra los deseos de Poseidón) en las playas del ayer y teniendo muy presente que la línea que separa a Odiseo de Quijano es muy delgada: uno es fantástico mientras que el otro es fantasioso. 

Rodríguez –por ejemplo– se acuerda de cuando, en un cine que ya no existe, entró a ver aquella Ulises con Kirk Douglas. Le gustó mucho como, cuando era un niño, mucho le gustaba Kirk Douglas. Uno de esos actores que siempre hacía de sí mismo, con ese mentón; pero siempre haciendo de alguien muy diferente. Alguien a quien Rodríguez ahora piensa como actor con filmografía a emular por Sánchez en sus logros; pero teniendo mucho cuidado de no caer en tramas y tramoyas porque –se canta en la Odisea– “De todas las criaturas que viven y se reproducen en la Tierra, no existe ninguna que sea más débil que el hombre”. Kirk Douglas quien –para Rodríguez, además del Ulises sin rumbo pero con destino claro– fue y es y siempre será el tan límpido como asqueado Coronel Dax en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, el Coronel Casey que aborta un golpe militar en USA, el Ned Land a bordo del Nautilus, el alucinado Van Gogh. Y, por supuesto –quiera Zeus que Sánchez no terminé así, piensa Rodríguez– ese Espartaco que creemos ser todos pero que, a la hora de la verdad, nos descubrimos siendo tanto más  parecidos a esa Penélope que espera y espera y espera...