Desde Moscú. El mundial de fútbol se disputa en Rusia pero el clima futbolero -en la previa- es importado. La indiferencia de los rusos, que siguen su vida cotidiana como si nada pasara, se conjuga en Moscú con una ciudad que vive la previa del mundial manteniendo su propio ritmo. No hay color mundialista ni mucho menos clima en la capital rusa. La única referencia a que algo está por suceder en la “Ciudad de los anillos” es el bullicio que se empieza a escuchar al acercarse a la Plaza Roja, copada por hinchas latinoamericanos, que en los últimos días pasaron a formar parte de un extraño atractivo para los ciudadanos locales, incapaces de comprender -y no únicamente por una cuestión idiomática- los cánticos que no cesan, las banderas que no dejan de flamearse y los vasos de cerveza que se vacían con alegría entre turistas provenientes de lugares tan lejanos. Al menos hasta que mañana la pelota comience a rodar, el Mundial de Rusia solo se juega alrededor de la Plaza Roja. Y la pretendida Patria Grande que la política no logra encauzar, en las calles moscovitas encuentra gestos a cada paso entre los hinchas. El fútbol une lo que la política separa. Al menos durante un mes.

  El gesto adusto pero pasivo de la milicia rusa circulando alrededor del centro histórico contrasta con la alegría de quienes vienen a vivir el Mundial con la pasión con la que también sienten el fútbol en sus propios países. “¡We love Rusia! ¡We love Rusia!”, le cantaban un grupo de mexicanos y españoles hermanados por el fútbol y el alcohol a los policías cada vez que pasaban con cara de pocos amigos. Por suerte, las fuerzas de seguridad optaron por las risas antes que por los palos. Por ahora la pasión del fútbol parece ser un efectivo antídoto a la prometida mano dura rusa.

  “Nosotros no venimos a ganar el Mundial sino a disfrutar de la alegría de poder jugarlo”, cuenta Rafael, un peruano que llegó a Moscú para ver a su selección, que tras 36 años regresa a la cita. Los peruanos, justamente, son los hinchas más numerosos y eufóricos de estos días. Paradojas del destino: la última selección latinoamericana en clasificar -se impuso en el repechaje a Nueva Zelanda- es la que calienta la previa de un evento que los rusos -los primeros clasificados por ser el país sede- miran de reojo. 

  La frialdad de los locales no tiene que ver solo con su espíritu. La organización del Mundial de Fútbol le demandó un dineral, que se calcula en 15 mil millones de dólares, muy superior a lo estipulado inicialmente. Tal como sucede cada cuatro años, el último mundial es el más caro de la historia. No es la excepción el de Rusia, que modificó y amplió su presupuesto. Ese “gasto” millonario para la realización en su tierra de la Copa del Mundo de un deporte del que no son potencia es visto por algunos como innecesario. Sin embargo, otros celebran silenciosamente ser el país anfitrión de un evento que será visto por miles de millones de personas en todo el planeta. Es que la indiferencia que expresan no implica comprender la importancia geopolítica de que Rusia vuelva a ser protagonista de la agenda mundial. La melancolía imperialista no sabe de fútbol pero sí de política.