Desde Moscú

“Hay que calmar la ansiedad”, dice Adrián De Benedictis cuando advertimos que hace como un día que estamos en Moscú y todavía no pudimos ir a la Plaza Roja. Tiene razón, hay que terminar primero con todos los trámites: instalarnos en la casa que nos servirá de centro de operaciones, cambiar rublos, gestionar la acreditación, hacer la burocrática cola para que nos den los tickets del partido inaugural, y una especie de SUBE mundialista para viajar gratarola en trenes, subtes y colectivos.

Habíamos arrancado tempranito desde Skhodnya, a unos 40 minutos del centro de la capital rusa, una especie de General Pacheco, en la periferia, rodeados de mucho verde y algunos palomares grises y cuadraditos, de los que le aseguraban vivienda a todo el mundo. Una hora y media para llegar hasta el estadio Luzhniki, para llegar al centro de prensa. Los estudios previos de las redes de transporte urbano que habíamos hecho fueron convenientemente cambiados por preguntas a gente que sabe. Sabia decisión. Un minibus de asientos más estrechos que los aviones de Flybondi nos llevó hasta la primera estación de metro: 40 minutos. Y ahí empezó el raid bajo tierra: ocho estaciones de la línea morada hasta llegar al que denominamos círculo central, primer anillo, dos estaciones de la línea marrón y dos más de la colorada en la última escala. Doce estaciones de metro en Moscú viene a ser como entrar al Museo del Prado, ver dos salas y salir. No viste nada y te quedas con las ganas de más. 

El Palacio del Pueblo tiene 200 estaciones, 44 de ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad, así que volveremos por la revancha. La encuesta a vuelo de pájaro en uno de los recorridos nos dejó resultados más o menos previsibles: celulares 12, libros 3. Uno de los contrastes más llamativos se dio entre un gordito joven que movía los pulgares con velocidad de Paco de Lucía, y seguro que se estaba peleando con su pareja, y una señora que sonreía línea por línea, que parecía estar leyendo “Area 18” de Roberto Fontanarrosa. A un día del inicio del Mundial ni una camiseta, ni un cartelito en el subte, ni nada. 

Ya en el centro de prensa, Adrián aceleró los trámites de entrega de los tickets tras una larga conversación con una simpática y bonita voluntaria paulista. Medio que le hizo un reportaje en porteñol.

–¿Vocé ya traballó en otros Mundiales?

–Sí, y también en Sudáfrica.

–¿Cuántos brasileiros son venidos aquí?

–Cinco o seis. 

–¿Cuál de os campeonatos estuvo mejor organizado?

–El de Sudáfrica no, Brasil mais o menos, este viene muito bem.

–¿El viaje te lo pagas voce?

–Sí, es lo único. Me dan ropa, hotel, comida y la posibilidad de hacer una experiencia extraordinaria.

Uno creía que el tipo iba a seguir preguntando más cosas ya avanzando hacia otros sectores de la cancha, pero no, la cortó ahí.

–Hay que calmar la ansiedad, dijo.