Pongamos a la pregunta en remojo: los antiabortistas, ¿están, realmente, “a favor de la vida”? ¿De la vida de quiénes?

Justamente, porque “la vida es sagrada”, se está a favor del aborto legal, seguro, gratuito y solar. Pero ojo: no nos olvidemos de los abortos posteriores.

Sepan disculpar los gentes de bien. Ustedes, los que se definen pro-vida son eficaces portadores de la bacteria de la confusión. Todo el tiempo cambian el eje de la discusión, como si legalizar el aborto significara alentarlo a granel. Quienes se nombran antiabortistas no sólo desenvainan el jodido dedito de acusar sino que, además, vienen apropiándose sin pudor del excluyente rol de “custodios de la vida”. Los agraciados argumentan que “todo aborto es una interrupción de vida.” Cuando argumentan agrediendo, confunden. ¿Vamos a poner la otra mejilla? Los reverendos derechos y humanos merodean el “por algo será” y se permiten afirmar que, si el embarazo es por violación, hay que salvar a la criatura donándola a una “familia amorosa”. Sentimientos, futuro y la vida misma de la madre importan nada. Joder: si tanto los preocupan los venideros, ¿por qué no se hacen cargo de las presentes miles de criaturas que gimen ateridas entre los desgajados de la palpable realidad sembrada por el neoliberalismo?

Ahora traigo las voces de dos mujeres desatadas: Alicia Moreau de Justo y Mercedes Sosa. A Alicia Moreau la entrevisté en diciembre de 1985;  ya tenía los cien años de su edad. Conversamos largo; por ahí me dijo que el día más feliz de su vida fue el de su primera menstruación. “Ese día pude hablar horas con mi padre; nos hicimos amigos.” Le pregunté si como médica ella “interrumpió alguna gestación”. Respondió: “Sí, naturalmente.” Y agregó: “Enfrentada a una situación determinada actué objetivamente, científicamente.”

Al promediar el año 2002 después de Cristo yo escribía la biografía de Mercedes Sosa. Cierta tardecita, sin que mediara pregunta, la Negra me sorprendió; me dijo para su biografía y para siempre:

“A fines del 67 quedé embarazada y elegí abortar. Fue un paso tan doloroso... ¿Tener otro hijo para que lo críe mi mamá y andar todo el tiempo despidiéndome de él? Nooo. Además yo tenía problemas con mi metabolismo; si seguía con el embarazo lo más probable era que dejara sin madre a mi Fabián, el hijo que ya tenía. Mi médico no estaba a favor del aborto, pero me convenció: “Debe hacerlo.” El dolor ahí abajo es terrible, es como parir, con la fiera diferencia que después del parto del aborto una se va sin el hijo... Una se siente como una perra, como una bestia despreciada.

–Con el tiempo, ¿te arrepentiste, Negra?

–Aborté dos, tres veces... Mirá, no es fácil vivir y mucho menos siendo mujer. Imaginemos las jovencitas y no jovencitas que, empujadas por miseria, tienen que arrancarse el hijo en rincones clandestinos y sórdidos. Cuando empecé a trabajar para la Unicef les dije: hablaré por los niños y las mujeres y por la despenalización del aborto. Estoy en contra de la hipocresía y de la clandestinidad terrorífica a la que son sometidas sólo las mujeres pobres. Una cosa es abortar como yo, en una clínica con calefacción y música funcional, y otra cosa es abortar en un rincón inmundo con unos fierros terribles que te meten ahí, adentro, para arrancarte un cuajo de vida al que, si se lo deja vivir, se lo condena al hambre y al analfabetismo.

–Los antiabortistas argumentan que “la vida es sagrada”. (La Negra, vadeando su hondo llanto, me respondió:) 

–A los hipócritas que están contra la despenalización les pregunto: ¿ellos no provocan miles de abortos cada día?... Abortos cuando cierran fábricas; abortos cuando condenan a chicos al hambre que los descerebra. Y que se dejen de joder las madres que quieren mantener la nena virgen y zurcida hasta el casamiento. ¡Caretas de mierda! ¿Cuándo reconocerán que la hija puede acostarse y hacer eso tan bello que es el amor? Esas hijas pueden quedarse gruesas al ser educadas para la hipocresía. Realmente, quienes favorecen las siniestras condiciones para el aborto son esos que impiden la legalización. Ay, yo quiero que cada mujer sea dueña de su cuerpo y de sus ovarios y de su destino... Conozco señoras que opinan contra la despenalización, pero ellas, calladitas, se los hacen. La Iglesia manipula; mientras frenan esto no permiten que los curas puedan casarse para que no hagan macanazos. Estamos manejados ¡por farsantes! ¡por caretas! El único modo de estar contra los abortos es evitando las causas que los provocan. Se combate el aborto reabriendo fábricas, educando... A ver, ¿quién tiene derecho a impedirle a una mujer de Tucumán o de La Matanza que decida abortar sabiendo que el hijo estará condenado al hambre? ¿Es o no es un aborto cada niño que se muere a los cinco, a los siete años? Pero que se vayan a la puta que los parió ¡hipócritas!”

Pasaron quince años de aquel llanto furioso de Mercedes Sosa. En este junio del 2018 después de Cristo, succionados por el Mundial, me permito soltar las semillitas de preguntas, para reflexionar sobre los “otros abortos”, los miles, los millones que suceden después del vientre: ¿Acaso quienes dicen estar a favor de la vida no interrumpen vidas de cualquier edad condenando al desempleo, analfabetizando a través de los medios de descomunicación? Telegramas de despido y balas de obediencia debida que matan por la espalda, con anuencia y felicitación mandataria, ¿no son abortos posteriores? Y más aún: los horrores de los efectos colaterales, y los miles de desaparecidos, y las criaturas secuestradas y robadas de cuajo desde la placenta, ¿no son también abortos posteriores?

Pregunta al pie: a ver, ¿cuántos abortos posteriores está provocando por estos días el alevoso, voraz y suicidante préstamo del amoroso Fondo Monetario? 

¿Cuánto tiempo más vamos a permitir, sumidos en la repugnante indiferencia activa, que nos agredan con el negacionismo, con la campante hipocresía, con la confusión, con la incesante violación de la libertad de la mujer? 

En realidad, a los que proclaman la “defensa de la vida”, eso, la famosa Vida, les importa una mierda. Porque ellos, alegrísimos portadores de globos, en sí mismos son una bendecida mierda sin olor. No se lea esto como descalificación o insultación: es apenas descripción. La madre (y el padre) que los parió: ¿hasta cuándo los que se nombran antiabortistas conseguirán hacernos mirar la punta del dedo y no lo que el dedo señala?

* Periodista.