“...Todo.../ está bellísimo/ ¿Qué más puedo hacer?” Los versos son de Fernanda Laguna y figuran en La princesa de mis sueños, un volumen que reúne todos los poemas y cuentos publicados por Laguna en plaquetas entre 1994 y 2003, desde una autoedición que fue la prehistoria de Belleza y Felicidad hasta esos pliegos abrochados de fotocopias que circularon en lecturas de poesía. Volver a poner en circulación estos textos era fundamental; Iván Rosado lo hizo en un libro que los presenta en orden cronológico y al final incluye las tapas de las plaquetas, con la conciencia de que son textos que pierden algo cuando se los separa de su origen proletario y punk, vinculado a una época –los noventa y el auge de las editoriales independientes– y a un impulso, el “hacelo vos mismo”, que tuvo en Belleza y Felicidad su vertiente más queer.

Es importante precisar esa belleza a la que se refiere el poema citado, sin embargo, porque ahí reside todo el secreto de la aparente simplicidad de esta poesía. Todo lo que se ve es belleza, y eso despierta un entusiasmo infinito, y no hay problemas para decir ese entusiasmo porque el lenguaje poético no es un tema, ni una materia que ofrezca resistencia. Todo lo contrario, es de una disponibilidad absoluta. ¿Cómo puede ser? El recorrido que hizo la poesía desde que bajó de la torre de marfil y fue repetida en voz alta por escolares obligados a la rima y a las pobres higueras, y conquistó su lugar en las cartas de lxs amantes, el lenguaje amoroso de las telenovelas, las canciones pop, los diarios íntimos de las adolescentes, los posters, las figuritas, tarjetas, señaladores, afiches, hasta esos pequeños papelitos en los chocolates Dos corazones que unx descarta con una sonrisa condescendiente, es largo y tiene varios siglos. Pero Fernanda Laguna, y esto es transparente, escribe al final de ese recorrido, cuando no hace falta más que echar mano del repertorio aprendido a lo largo de una vida, uno que es común a cualquier sujeto escolarizado y ni siquiera tanto: “El gato es lindo/ se lo ve a través de la ventana”. “Corazón,/ no me dejes/ no te alejes de mí”.

Pero esto no es la poesía hecha por todos, más bien es la poesía hecha por nadie, o solo por Fernanda, porque nadie más que ella se entregó con semejante falta de prejuicios a ese lenguaje descastado. Mal que les pese o les haya pesado hace veinte años a los poetas serios, es una versión desquiciada y femenina del genio que abraza amorosamente su bagaje girlie pero lo metamorfosea en una figura mucho más inquietante, donde la decadencia y la alegría están a la par. En la poesía de Laguna, lo que se lee es un estado alucinado donde la maravilla y el horror se mezclan en partes iguales, como se mezcla todo: los géneros, las figuras de maternidad, los estereotipos femeninos, el orden de la seriedad o verosimilitud de la lengua, el sinsentido, la lucidez, las lágrimas, en una lógica trastocada de Alicia en el país de las maravillas pero sin madriguera del conejo, sin la tranquilidad de desdoblar el mundo.

A la mayoría de nosotrxs nos enseñaron puntillosamente lo que debía tomarse en serio y lo que no, y lo acatamos al pie de la letra. Laguna no. Con una poesía llena de humor y relampagueos de genialidad, donde lo bobo no justifica su presencia sino que simplemente está ahí, hace equilibrio en la cuerda floja del arte y no, que es lo mismo que decir que hace pie allí donde parecía imposible. Los efectos sobre la poesía circundante son catastróficos. Y sobre la crítica también. Lo demuestra una reseña muy reciente de Télam en la que Martín Prieto, a esta poética que es extraterrestre, la acomoda en la biblioteca junto a Borges y Rubén Darío. ¿Hay una crítica machista? ¿El patriarcado llega hasta la literatura? Si alguna vez sienten curiosidad al respecto, lean la nota de Prieto. Lo que se deduce de ella es que hace veinte años, Daniel García Helder y él no sabían qué decir sobre los poemas de Fernanda Laguna, y ahora Prieto tampoco sabe. Pero en lugar de admitir esa limitación o hacer el humilde esfuerzo por leer a Laguna, cree que lo disimula ingeniosamente.