La decepción entre los hinchas rosarinos que prefirieron ver el partido en uno de los bares del Paseo Pellegrini en la fría mañana de ayer fue indisimulable. Había sobradas expectativas por el debut de la selección ante Islandia en Moscú. Por eso, y tras el empate, el equipo que dirige Jorge Sampaoli y que conduce el ídolo de la ciudad, Lionel Messi ‑‑por escándalo el que más despierta admiración‑‑ fue despedido con tibios aplausos y con toda la incertidumbre a cuestas.

La mayoría de los hinchas que se acercaron al tradicional bar ubicado en la esquina de Pellegrini y Paraguay para ver el debut de la selección tuvieron que abonar una consumición mínima de 150 pesos. "Abajo hay gente, pero arriba estamos a media máquina", dice con sinceridad la persona que custodia el ingreso.

El menú incluye café con leche, un exprimido de naranja, y medio tostado. De regalo van un gorrito y una bufanda provistos por una reconocida marca de cervezas. Hay señoras que improvisaran vinchas de tul celestes y blancas. Varias jóvenes tienen pintada la bandera en la cara. A medida que se acerca la hora del partido, se van animando con los canticos y las cornetas. La televisión muestra a Diego Maradona y se escucha la primera ovación.

Los nervios y la ansiedad se calman cuando el árbitro pita el comienzo. Insultan a los islandenses ante cada entrada fuerte y suspiran aliviados cuando el 8 se pierde el gol en una de las pocas jugadas de peligro de los europeos. El tanto de Agüero convierte el bar en un solo grito de felicidad, que efectivamente duró muy pocos minutos, hasta el empate de Finbogasson.

En el entretiempo, los que no aguantan las ganas de fumar van a la vereda. "Pensé que no nos iban a meter un gol, pero todavía falta el segundo tiempo", se entusiasma Gabriela, la futbolera del matrimonio. Entre los lamentos por el penal que le atajaron a Messi, el pedido de los hinchas de Central para que lo pongan a Lo Celso, y los gritos por algunas situaciones de gol desperdiciados, se fue terminando el partido.Pablo cuenta que viene al bar por cábala. En el Mundial pasado vio los dos primeros partidos y después los siguió en su casa. Es hincha de Boca, y como muchos pide por Pavón. A diferencia de otros parroquianos que se van amargados, el muchacho le dice al cronista mientras espera por el 144 en la parada del colectivo: "No pasa nada, el próximo vengo. Y poné en el diario que llegamos a la final y que esta vez la vamos a ganar".