Lo primero que viene a la mente cuando se nombra a Nicolás Maquiavelo es la maldad. No por nada su nombre se convirtió en un adjetivo que habla de precisamente los planes conspirativos, actitudes de astucia, engaño y manipulación empleadas con algún propósito ulterior. Es que Maquiavelo fue un escritor, diplomático y filósofo político italiano del Renanacimiento, cuyo libro más conocido, El príncipe, parece haber incrustado la frase “el fin justifica los medios” en la Historia. Uno podría preguntarse: ¿Qué tendrá que ver el pensamiento de este hombre tan polémico, padre de la ciencia política, con el teatro? Mucho. Maquiavelo es el autor de tres comedias, entre ellas La mandrágora, una pieza emblemática del Renanacimiento. Claro que no es este género –el teatro– el que más se conoce de este período histórico famoso por su pintura, escultura y arquitectura. Y por eso mismo es tan interesante su rescate. 

Actualmente se puede ver una desfachatada y a la vez precisa versión de La mandrágora en el teatro Payró, en manos de un elenco joven comandado por Fernanda Alarcón. Esta directora viene desarrollando un camino paralelo entre la academia y el teatro que en los últimos años se ha a empezado a cruzar. Es investigadora y docente de la UBA y UNA, donde explora los cruces entre los estudios de género, la historia del arte y el cine. En paralelo se formó como actriz en el taller de Paula Acuña y Laura Paredes, y actuó en obras como Agreste de Elisa Carricajo y Capitán de Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob. A la vez ha hecho el seguimiento y asesoramiento teórico de un conjunto grande de directores que se metían en problemáticas contemporáneas. En esta oportunidad los dos caminos se encuentran en su debut en la dirección.  

La mandrágora es una obra compleja y a la vez ligera. Es una historia de enredos amorosos construidos adrede, de estrategias complejas que se despliegan para lograr un fin muy simple: la consumación amorosa. Su protagonista es Calímaco, un galán residente en París, que está obsesionado por una mujer florentina de cuya belleza ha escuchado hablar mucho. La mujer es Lucrecia y está casada con un doctor algo ingenuo y mayor llamado Nicia, con el que no parece poder tener hijos. Para lograr su objetivo, el de poder estar con ella, Calímaco se hace pasar por médico. Con la ayuda de Ligurio, un pícaro mentiroso, de Fray Timoteo, un fraile corrupto, y de Siro, su criado, planea y lleva a cabo una estratagema para acceder a la alcoba de Lucrecia. El tratamiento exótico que le va a proponer al matrimonio incluye una pócima hecha de mandrágora, una planta misteriosa que puede curar la esterilidad a la vez que desatar otra clase de insospechados instintos. 

Fernanda Alarcón cuenta sobre el inicio del proyecto: “Fue casi como si el mismo Maquiavelo lo hubiera planeado, el encuentro con la obra puede explicarse desde la buena fortuna. Es el resultado de un descubrimiento fortuito y una larga preparación. Años atrás me dediqué a estudiar el cine de Lucrecia Martel prestando especial atención a la naturaleza, el paisaje, el jardín y las plantas en sus películas. Curiosamente la finca donde transcurre La ciénaga se llama La Mandrágora. Fue así que en medio de una larga búsqueda di con esta obra escrita por Nicolás Maquiavelo. Desde la primera lectura, la obra me atrapó porque a primera vista podría ser considerado un material misógino pero en realidad presenta una crítica fuerte y cómica de la sociedad burguesa florentina, incluida la distribución de roles de masculinidad y feminidad.”

Parece increíble que un texto que está cumpliendo 500 años (1518-2018) posea una elasticidad tal que puede alcanzar el presente y desafiarlo. La versión de Alarcón hace lugar para que sus sentidos se desplieguen con una puesta sobria e inquietante: un espacio nocturnal en el que refulgen de fondo plantas intensamente verdes, como una amenazante enredadera que en cualquier momento puede tomar la escena. El elenco –Agustín GagliardI, Nicolás Levín, Katia Szechtman, Guido Pécora, Luis Petriz, Sol Sañudo, Esteban Schemberg y Gabino Torlaschi– se destaca por sus dotes cómicas engalanadas con lujosos trajes de época. Circulan perfumes de un autor ‘malicioso’, súbitamente cercano a este tiempo. Fernanda dice: “El año 1518 está marcado por la transformación, una tensión que me resultó cercana al presente porque está signada por el intento de tratar de entender el complejo entramado socio-sexual que configura diferentes modos de ser de hombres y mujeres. La actitud renacentista frente a la religión, por ejemplo, se muestra cambiante, tolerante a veces, otras burlona, una mezcla de antigua superstición, misticismo y moderno escepticismo. Quiero decir con esto que no me interesa dialogar con los fantasmas de Maquiavelo, ni con la historia del Arte con mayúsculas sino construir una comunidad que, función a función, se ramifique y genere interrogantes sobre el presente y el futuro cercano, a través de la experiencia de volver atrás en el tiempo desde el puro presente compartido del teatro.”

Que el iniciador de la ciencia política haya escrito un comedia de alcoba, que es a su vez una crítica a las costumbres de su tiempo, es una poderosa lupa para multiplicar y quemar capas de automatismo y pensamientos del presente. Una vez más, como decían las consignas feministas de los años setenta ‘lo personal es político’. Así afirma Alarcón: “La obra, sin que hiciera falta demasiado esfuerzo, contiene una fuerte preocupación sobre el deseo privado y personal de ser madre, a través del personaje de Lucrecia y del deseo de su esposo. El texto de Maquiavelo abre lugar a una enorme cantidad de apreciaciones de una potente contemporaneidad como lo son la discusión en torno al aborto, el culto al amor romántico, la economía y la iglesia como redes de conspiración, reproducción y aceptación de un sistema de vida.”

Ahí donde la mirada convencional, tipificada por los abordajes clásicos o canónicos de Maquiavelo, señalaría una mirada misógina, se ve una apertura. Descubrimos que la ambigüedad instalada por la poción opera como una salida, una oportunidad, la bellísima  y monstruosa invitación a la metamorfosis que concentra la naturaleza.

La mandrágora se puede ver los viernes a las 23 en Teatro Payró, San Martín 766.