Desde Rio de Janeiro

Faltando una semana para el estreno de Brasil en el Mundial, una encuesta reveló que el 53 por ciento de los brasileños manifestaban ningún interés por lo que ocurriría con el seleccionado al otro lado del mundo. En uno de los poquísimos países en que el fútbol no es deporte sino religión, ese desinterés revela algo más. En lugar de ocurrir como en todo Mundial, cuando los brasileños, que hoy por hoy son como unos 208 millones de almas, se transforman en técnicos capaces de proponer tácticas y estrategias salvadoras, y entre todos se transforman en analistas rigurosos, este año la indiferencia vino como prefacio de todo.

Es como si lo que se disputa en Rusia fuese un Mundial de cricket o ajedrez. Aquí en Río de Janeiro, por ejemplo, a las cinco de la tarde del sábado, día anterior al estreno de Brasil frente a una Suiza que actualmente es inferior a mi país hasta en el lucro del sistema bancario, en un supermercado de Jardín Botánico, barrio que tiene uno de los metros cuadrados más caros de Sudamérica, un funcionario colgaba banderitas entre las estanterías. Vale reiterar: a las cinco de la tarde de la víspera del estreno de Brasil en el Mundial.

En tiempos normales, las banderitas estarían colgadas desde hace al menos dos semanas. 

No hay pintadas en las paredes, no hay adornos en las calles, el asfalto en Río sigue virgen de banderas y llamados a la victoria. Nunca, jamás, se registró semejante indiferencia a un evento que siempre conmocionó el país a punto de paralizarlo.

Es verdad que desde el primer día, con el masacrante 5 a 0 de Rusia sobre Arabia Saudita, los brasileños finalmente entraron en el clima de un Mundial. Pero entraron a medias. 

El pésimo resultado alcanzado en el Mundial del 2014, disputado en tierras brasileñas, y muy especialmente el vejamen del 7 a 1 frente a Alemania, fueron factores del actual desánimo. Es como si los brasileños tuviesen temor a vejamen semejante.

Eso se vio en varias actitudes en vísperas del inicio del Mundial.

La venta de camisetas del seleccionado, por ejemplo, fue un fracaso, pero no solo por ese temor, sino por varios motivos. 

El primero, claro, es la crisis económica y el desempleo o el subempleo, que alcanza a unos 27 millones de brasileños. 

Pero también contribuyó otro dato: el movimiento callejero, claramente conducido por los medios hegemónicos de comunicación, con la TV Globo a la cabeza de la manipulación, tuvo esa camiseta como uniforme casi obligatorio. Con el escándalo en que se transformó el gobierno nacido del golpe institucional, vestir semejante prenda, que antes significaba identificarse con el seleccionado, ahora significa identificarse como golpista.

Como tercer punto, el desánimo que encubre al país luego de dos años de navegar a la deriva, rumbo al naufragio. 

Una encuesta cuyos resultados fueron divulgados cuando faltaba un día para el estreno de Brasil en el Mundial es clarísima: 63 por ciento de los brasileños menores de 30 años saldrían del país si tuviesen condiciones. Y de la población total, 43 por ciento saltarían del barco rumbo a otros puertos.

El mejor reflejo del desaliento en que el país se vio hundido desde la deposición de la presidenta Dilma Rousseff y la instalación del gobierno golpista de Michel Temer y su camarilla es la indiferencia con que los brasileños reciben al mismo evento, el Mundial, que siempre tuvo como característica centralizar absolutamente todas las atenciones.    

Para reafirmar todo eso, el estreno del seleccionado fue un reflejo de lo que vive mi país.

Una rara mezcla de falta de ganas de jugar, de falta de confianza en su capacidad, de ignorar el espacio de acción y sus propias posibilidades, de inercia, pues. 

Algo muy similar a un país que acepta, con irritante indiferencia, lo que hacen los adversarios.

En el caso del seleccionado, una manga de suizos torpes y ávidos practicantes del juego sucio, respaldados por la ceguera absurda del árbitro.

En el caso del país, una manga de golpistas torpes y ávidos practicantes del juego sucio, respaldados por la ceguera absurda de una Justicia arbitraria e injusta.

Pensándolo bien, si existen puntos de convergencia entre el país y su seleccionado.

Lástima.