El debate del proyecto para despenalizar la interrupción del embarazo dio cierta visibilidad a expresiones que buscan contemplar la diversidad de géneros. Como toda propuesta de cambio respecto de una norma y una tradición, este dificultoso proceso cultural genera resistencias, unas rabiosas, fóbicas y llenas de odio, otras atendibles. Propuesta de aristas complejas, apasionantes para quienes gustan observar la paleta multicolor de la expresión humana, que no hay forma de paralizar. También zonas grises, dudas que no pueden resolverse con sentencias fáciles ni golpes sobre la mesa de la autoridad lingüística, oficial o “alternativa”.

Complejidad, porque la expresión se inscribe en la cultura –si adherimos para este caso a la concepción que emana de la antropología–: viene de ella y en ella interviene. Zonas grises, porque formas de expresión destinadas a crear inclusión se deslizan, mediante algunas de sus voces, a la descalificación de quienes no aceptan el cambio, o no lo comprenden del todo, o necesitan tiempo para interpretarlo y adoptarlo.

La expansión de fórmulas que superen la nominación de las personas e instituciones por el género masculino, que la norma original de la lengua entiende abarcadora del femenino, tiene el propósito irrebatible de igualar en visibilidad al segmento que las prácticas de la cultura –otra vez, en la acepción amplia– mantienen aún relegado.

Esto legitima intentos de reemplazo de la “o” varonil. El “nosotras y nosotros”, el “ellas y ellos” van por ese camino, así como el “todos y todas”, cuyo empleo tuvo escalada institucional y política por el compromiso que ponía, en cada acto, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Esta multiplicación de enunciados y palabras convive con un fenómeno inverso, también difícil de interpretar: la compresión del lenguaje, la tendencia a la estrechez oral y escrita. Asfixia que incluye y a la vez excede a los enunciados sobre géneros. Nombres cercenados y empobrecidos a su primera sílaba, fechas coartadas –“13 J”, “11 M”–, exasperante multiplicación de sílabas para evitarse nombrar completas a instituciones, organizaciones, grupos, vienen imponiéndose entre los usos coloquiales y formales, incluidos los medios de comunicación. La riqueza de sonidos e imágenes que puede paladearse en Ciudad de Buenos Aires está pulverizada por la monocorde y reseca sigla CABA.

¿Cómo nombrar más, cómo incluir a todas y todos, empleando menos tiempo y menos espacio? 

Por cierto, el rechazo lleno de odio de algunos comentaristas hacia estudiantes que en los días del debate por la despenalización hicieron intentos con palabras nuevas como “todes”, “nosotres”, “compañeres”, arrastran mucho más que su mal disimulada fobia hacia la vocación inclusiva: portan descalificación política, discriminación por edad, invalidación cultural hacia quienes, se presume, deben limitarse a bajar la cabeza, obedecer a docentes y demás autoridades. Teclean, estos y estas, como voceros de la adultocracia y la aristocracia.

A su pesar, el movimiento seguirá. Nadie podrá moldearlo a su gusto. Ningún comunicador, grupo militante ni movimiento feminista, ni ninguna rabia retardataria por su machismo, podrá desenredar en soledad la madeja, cuya comprensión requiere conocimientos imposibles de concentrar en un solo actor o ámbito: historia de la cultura, de la lengua, de la comunicación, entre otras ciencias.

En tanto, todo intento es respetable y, por qué no, discutible. Es el caso de los que en el buen propósito de la comunicación inclusiva terminan incomunicando, por usar fórmulas que emanan de su discrecionalidad, de su gusto o su gueto, es decir que manejan el lenguaje como instrumento a disposición de la prepotencia subjetiva y no como bien social compartido: las escrituras con “x” y “@”, para ahorrarse un todos y todas, crean palabras impronunciables, que no causan conexión, sino lejanía.

¿Cómo se crea y se asienta una palabra nueva en el formidable universo de una lengua? ¿Cómo se vuelve bien común, cómo se incorpora a la fiesta de la expresión y del intercambio? Y, lo que tanto quisiéramos saber: ¿cuánto tiempo tomará? En cuanto a estos usos nuevos, tal vez no nos toque verlo a nosotros. Ni a nosotras.

Hugo Muleiro: Escritor y periodista, presidente de Comunicadores de la Argentina (Comuna)