Hace demasiado frío en Nizhni Nodgorov.  Ya pasaron casi dos horas del partido en el que Croacia dejó casi eliminada a una Argentina que fue una sombra. Con su bandera en el hombro, casi tocando el suelo, Diego está desolado. Pero no solo porque el resultado del partido dejó a la Argentina de Sampaoli con un pie y medio afuera de los octavos de final, en lo que sería un nuevo papelón histórico para una camiseta bastante golpeada en los últimos tiempos. Diego está desolado porque se traicionó. Traicionó todo lo que piensa desde que se descubrió que las decisiones pensadas le ganaban a sus sentimientos a la hora de obtener mejores resultados. Diego no puede creer cómo fue que se dejó llevar, por tanto tiempo. O quizás no tanto, pero embelesado por haber salido de su zona de confort emocional dejó que los roles a la hora de tomar la decisión más importante de los últimos tiempos hayan cambiado.

A Diego sus amigos del barrio lo usaban de ejemplo para decir que “era todo lo que estaba mal”. Y algo de razón tenían porque él nunca -o casi nunca- priorizó el sentimiento por sobre la lógica. Es que no importaba si lo que dirimía la cuestión era una pelota rodando y 22 tipos corriendo atrás de ella. Él siempre pensaba con su cabeza, analíticamente, sin importar el afecto que podía tener él estaba metido en el medio. No importa si de un lado jugaban sus amigos de toda la vida y del otro el clásico curso del secundario con el cual no compartían nada. Él siempre, pero siempre, decía que los odiados rivales tenían muchas más chances de ganar y rara vez se equivocaba.

Esa debilidad -o fortaleza, según desde que lado lo queramos ver- lo llevó a que sus amigos lo empezaran a dejar de lado cuando de fútbol se hablaba. Nadie quiere a un tipo que nunca contesta con el corazón. Menos en cuestiones de pasión. Pero Diego tenía una explicación. Sin dudas, tenía una buena. Es que el hecho de haber estudiado durante tanto tiempo su carrera, y haber logrado ser uno de los pocos que recibe el título de grado lo hizo priorizar siempre a su cerebro por el motor que bombea la sangre que recorre su cuerpo. Diego es actuario. “Los actuarios somos muy racionales, muy lógicos, muy fríos, muy estructurados”, le escuchó decir a uno de sus primeros profesores en la UBA cuando le preguntaron cómo se definía. Y a Diego le quedó grabado para siempre.

Y así fue premeditando cada una de sus decisiones. Siempre con el orden que un actuario tiene, inclusive para las pasiones. Por eso el deporte que más le gusta a Diego es el básquet. Lógico, porque justamente el deporte de la pelota naranja tiene un gran porcentaje de ver ganar casi siempre al mejor equipo. Pero él no siempre fue así. Antes de su carrera a Diego le gustaba ser un sillonista del tablón bárbaro. Odiaba ir a la cancha, salvo por ocasiones especiales, pero siempre estaba firme junto a la tele cuando jugaba. Gritaba, puteaba, pedía cambios y exigía cabezas cuando las cosas no iban bien. Y alentaba a su equipo aunque supiera que tenía pocas chances de ganar. El todavía no sabía que la lógica le iba a ganar al corazón.

Pero le ganó. Y Diego nunca más fue el mismo desde ese entonces. Nunca más se ilusionó cuando su equipo no tenía chances ante un rival mayor y no festejó más de la cuenta cuando sabía de antemano que las chances de que su equipo ganara eran muchas. Es que un actuario, en el sector seguros (de lo que trabajaba), se encarga de evaluar la probabilidad de que ocurra un evento futuro. Y eso lo hizo perder todo tipo de pasión. Pero desde hace seis meses se dejó llevar por un sueño que soñó todas las noches de una misma semana con el partido que acaba de ver. Argentina-Croacia, 21 de junio, 21 horas. En Nizhni.

Diego está destruido porque en su sueño el que imponía condiciones era el equipo de Sampaoli. En el sueño Argentina llegaba con un equipo de memoria, un funcionamiento aceitado y jugadores que mejoraban sustancialmente su rendimiento en la Selección del que mostraban en su equipo. Por eso, en una alta traición a sus certezas, y previas consultas con su psicóloga, Diego se metió en Internet y sin pensar en nada más que en su corazonada sacó su pasaje y le pidió a un amigo que le consiga una entrada. Una sola. Para este partido.

Diego está destruido a pesar de que sus amados números todavía le dan ciertas esperanzas de clasificación porque sabe que la lógica que predomina su vida no le podía haber permitido cometer semejante locura. “Tenemos a Agüero, a Messi, a Mascherano, eso es bueno, pero ellos tienen al mejor cinco del mundo, tienen a Modric. Tienen a Rakitic y un equipo muy bien construido desde hace años”. Piensa en voz alta y con el corazón en la mano. Diego analiza todas las probabilidades sin ningún tipo de sentimiento y se da cuenta que lo que pasó en Nizhni era lo que tenía que pasar. Y eso lo martiriza. Porque el fútbol que alguna vez amó y con el cual quiso reencontrarse después de mucho tiempo ya no le gusta más. “El fútbol es cada vez un deporte más lógico”. Y eso a Diego extrañamente no le gusta.