Elsa "Chiche" Pozzi de Massa murió anteanoche, a los 93 años --casi 94, le gustaba decir--, tras una vida de lucha, signada por la desaparición de su hijo Ricardo en 1977. Chiche le decían. Era una mujer vivaz, jovial, llena de ternura, siempre atenta a su interlocutor. Hasta hace pocos años iba en colectivo a las audiencias de los juicios por delitos de lesa humanidad y contaba, con mucha simpatía, sobre los ravioles que cocinaba; la ropa que planchaba, sus pequeños rituales cotidianos. "Chiche" fue cada jueves a la plaza 25 de mayo mientras le dieron sus fuerzas, y estuvo en cada acto del 24 de marzo. Visitaba escuelas, hablaba del terrorismo de estado, se convertía en la abuela que cada niña o niño quería tener. No era grandilocuente, sus discursos tenían más bien el tono de la poesía, de las frases simples y contundentes. Instaba a mantener viva la llama del pasado en el presente, sobre todo entre los jóvenes, por eso amaba la ceremonia del bosque de la memoria: plantar árboles que perduren. Le gustaba recitar, y así lo hizo, incluso, en el geriátrico donde pasó sus últimos tiempos, cuando ya no podía subir la escalera que la llevaba a la casa de planta alta en la que vivió toda la vida. Con Chiche, se va la última de las Madres que mantenían activa la ronda de los jueves, y ahora ese legado les quedará a las nuevas generaciones.

"Esperamos estar a la altura", lloraba desconsolada ayer Iris Pérez, una de las integrantes del Grupo de Apoyo a las Madres, hermana ella de Marisol, también desaparecida durante la última dictadura cívico militar. Entre tantas que fueron a despedirla, Ana Moro, otra de las pioneras en la lucha por los derechos humanos de la ciudad, llegó también triste. Ema Lucero aseguraba que el macrismo --sus políticas-- hicieron lo suyo en el ánimo de las Viejas, como les dicen con amor.

La muerte de Norma Vermeulen, el 5 de mayo pasado, fue un golpe duro para Chiche. "Se fue mi compañera", dijo ese día, cuando fue a despedirla. En los últimos tiempos, nombraba a Ricardo, decía que había recuperado sus restos, algo que siempre añoró y nunca ocurrió. Ricardo Massa, médico, militante montonero, fue secuestrado el 26 de agosto de 1977. Antes, en enero de 1976, habían allanado la casa donde vivían Chiche y su esposo. Lo buscaban a punta de ametralladora. Cuando se fueron, dejaron un paquete. Chiche advirtió que salía una llama y se apuró a bajar las escaleras con su esposo y la perra. Salvaron sus vidas de milagro. En esos días, Ricardo les dijo, conmovido: "Les juro que nunca hice nada que justifique esto que les hicieron a ustedes". Chiche no llegó a declarar en la causa Guerrieri IV, donde se juzgará la desaparición de Ricardo.

Su dolor infinito lo convirtió en un mensaje de esperanza a las nuevas generaciones. Chiche tenía el don de sembrar esperanza y futuro allí donde hablaba. Siempre mechado con algún verso de Almafuerte, siempre recordando su juventud. Había nacido el 23 de agosto de 1924, en la ciudad de Casilda. Laboriosa, tenía la costumbre de regalar pañuelos bordados por ella misma. "Para que me recuerdes", los dedicaba.

El velorio fue breve, intenso, en la Asociación Mutual entre Ferroviarios. Comenzó a las 7 y por su expreso pedido, antes que ofrendas florales pidió que se donen libros a la biblioteca Juana Azurduy. Al mediodía terminó la ceremonia, y la trasladaron al cementerio La Piedad.

A media mañana llegó la intendenta Mónica Fein, que conversó largamente en el velatorio con la hija de Chiche. Estaban también algunos de sus nietos. Chiche era más bien una mujer amante del diálogo y la concordia que la confrontación. Su búsqueda siempre era sumar, con una sonrisa y convicciones democráticas inquebrantables.

Chiche, como Norma, sostuvieron el pedido por la aparición con vida de Santiago Maldonado y mantuvieron el reclamo de justicia después de que apareciera su cadáver. Norma quería que los jueves, en la plaza, se concentraran los reclamos ante cada avasallamiento de derechos. Y así lo hacían con el Espacio Juicio y Castigo. Ayer, Juane Basso, de H.I.J.O.S. llegó al velorio con la vista puesta en recoger ese legado de lucha.

En marzo, Chiche participó del reclamo por justicia por el asesinato de Michelle Franco, la vereadora de Río de Janeiro que fue ejecutada por la calle. Se sumó a la foto y se retrató, con paciencia, con cuantas se lo pidieron. Las jóvenes querían tener una foto con ella. Con su voz cantarina recordaba que ya tenía 93 años y medio.

La muerte de Chiche dejó desazón entre quienes la amaron, entre militantes de derechos humanos y en el Grupo de Apoyo a las Madres, un colectivo de jóvenes y no tan jóvenes que todos los jueves sostiene el espacio. El dolor es inevitable, pero también celebrar una vida digna. Lo que quedará de ella, de ellas, será el camino recorrido. Las huellas alrededor de la pirámide de la plaza 25 de mayo, que quedaron impresos en bronce en la obra "Pasos Encontrados", de Dante Taparelli, y su recuerdo indeleble. La ciudad les debe reconocimiento a estas mujeres que supieron convertir su maternidad en una potente afirmación política. Ellas, con sus pañuelos blancos, dejan sembrado el camino del futuro.