Resulta apropiado que la versión local de estos cuentos reunidos de Susan Sontag (Nueva York 1933-2004) haya optado por reproducir la portada de la edición inglesa y no la de la norteamericana. La inglesa –colores mustios, abstracción pura– se oculta tras el detalle de un cuadro de Howard Hodkin titulado “Artificial Flowers”. La norteamericana –tanto más atractiva y seductora– ofrece en cambio una fotografía en blanco y negro perfectamente definida de esa mujer, en el momento más deslumbrante de su vida y carrera, sonriendo tan satisfecha de ser quien es y con toda una biblioteca cuidándole las espaldas. Pero, claro, el lector mira esa foto y ya todo esta perdido. O encontrado. Y se dice: “Ah, estos son los relatos de la Sontag” cuando lo cierto es que esta es la Sontag de los relatos. Que no es otra que la misma Sontag de siempre. Es decir: la Sontag de las ideas, de las buenas ideas.

Y el título original de Declaración –Debriefing– suele ser el término utilizado por las agencias de inteligencia cuando uno de sus miembros, de regreso de una misión fallida o no, es encerrado en un cuarto hermético para informar de lo que ha sucedido o de lo que nunca pasó. Y algo parecido hace Sontag aquí con el género cuento: rinde cuentas, propone su versión del asunto, ofrece diferentes hipótesis alrededor de un modelo. Y lo hace con ojo clínico y fría mirada. En realidad más C.S.I. que C.I.A.: Susan Sontag, forense agente de inteligencia, con ese aire de que les conviene escuchar/leer lo que tengo para contarles. 

Así Declaración –que da refugio al I, etcetera de 1978 en su totalidad añadiendo piezas sueltas incluyendo cuatro que no figuran en el modelo USA/UK, a destacar entre ellas “Descripción (de una descripción)”– es una especie de formidable informe a una academia que, por momentos, parece buscar con desesperación de alumna estrella la mejor calificación por lograr un gran cuento dentro de una gran tradición. Un cuento, digamos, clásicamente vanguardista como “Babilonia revisitada” de Fitzgerald, o “Colinas como elefantes blancos” de Hemingway, o “Para Esmé, con amor y sordidez” de Salinger o “El marido rural” de Cheever. Pero no apelando al sentimiento puro de hombres sensibles sino a una dicción precisa y cerebral que bien podría ser la de HAL 9000 en 2001: Odisea del espacio justo antes de ya saben qué.

Como el film de Kubrick, Declaración (artificio florido que no se marchita) disfruta hoy de la paradoja de seguir siendo futurista e innovador sin haber envejecido por más que se sitúe en el cada vez más lejano y clásico de los pasados. Si Declaración se publicase hoy como debut de una desconocida, sus métodos y virtudes no distarían demasiado de los utilizados por jóvenes celebradas como Jamie Quatro o Samantha Hunt o Clare Vaye Watkins. Y se consideraría a Sontag discípula aventajada de ya consagrados como Lydia Davis o Stephen Dixon o Amy Hempel o Ben Marcus o Lorrie Moore o incluso del Denis Johnson del final. 

Así, Declaración –con sus varias formas alrededor de un estilo que funciona como eslabón perdido entre sus ensayos y journals– vale también como una rara retrospectiva de lo que vendrá pero como ofrecido por una inteligencia de alien. Los fríos y precisos materiales con los que los terrestres descubrirán el milagro del fuego casi impuestos aquí como ecuaciones previas de la más exacta de las ciencias. Hay un perfecto relato de iniciación (“Peregrinación”, en la que una adolescente Sontag, para la que “leer era clavar un puñal” en su familia y así acceder al “triunfo de no ser yo misma”, visita al maestro idolatrado Thomas Mann, y descubre, entre desencantada e indigna, que “el hombre que había escrito los libros de Thomas Mann” y que ella “quería que hablara como un libro” en realidad “hablaba como una reseña”). Hay uno de los mejores cuentos de Donald Barthelme jamás escrito por Donald Barthelme moviéndose, inasible, entre la parodia y el homenaje titulado “Proyecto para un viaje a China”. Está “El nene”, experimental pero experimento que sale bien. Y, cerca del final, está el antológico “Así vivimos ahora”, de 1986, cuento de ideas y puesta en práctica de sus teorías acerca de la cuestión enfermiza, en el que Sontag retrata y testimonia los estragos del (des)amor en los tiempos del sida.

Y hay muchas cosas más en un libro escrito como si al mismo tiempo se lo apuñalase leyéndolo y que, seguro, ya es uno de los más interesantes de este año, de años pasados, de años por venir. Libro en el que Susan Sontag –aquí nota al pie que pisa fuerte, piedra fundacional en curtidos zapatos que parecen a estrenar– caminó y camina y caminará anunciando que tiene mucho para declarar y que más les vale escucharla con los ojos bien abiertos.