Como si se tratase de un enjambre sísmico, la situación política nicaragüense después del 19 de abril sigue sacudiéndose y mostrando las posibilidades y los frenos para una salida sensata al cuadro crítico que allí se vive.

Lo que comenzó como un rechazo a unas inconsultas reformas a la seguridad social se ha trocado ahora en el más grave desafío de masas que ha tenido un pretendido gobierno progresista en América Latina, pretensión progresista, de la que por cierto, ya solo quedan los pellejos mal asoleándose en el patio trasero. 

Las modalidades de lucha que en estos casi dos meses se han ido desplegando en Nicaragua hablan de la calidad del empeño ciudadano y de su energía rupturista con el estado de cosas prevaleciente.

La represión del gobierno nicaragüense no ha cesado e incluso puede decirse que ha adoptado un formato de dos caras: la Policía presionando y tratando de acorralar a la ciudadanía y por el otro lado los grupos paramilitares progubernamentales imponiendo el terror en las ciudades. 

Pero este proceder no ha hecho que ceje la respuesta popular y ciudadana. Lo que comenzó como una irrupción de estudiantes universitarios es ahora una amalgama de iniciativas de diversa naturaleza que va ganado cuerpo y discurso, y que discurre en los varios terrenos de lucha que están plantados.

No obstante que la situación nicaragüense cada día se descompone más, hay que decir que aún faltan episodios decisivos para saber lo que resultará de esta convulsa situación.

Daniel Ortega, el presidente cuestionado y atrincherado en el fortín de El Carmen, aunque trata de mostrarse inamovible en su posición, tal y como lo aseguran sus emisarios, en realidad se encuentra en una posición muy incómoda, como en un clinch del que quizá no saldrá con bien. Ha errado al enfrentar este colosal desafío de masas que de seguro no lo tenía anotado en su agenda entronización política. Se deslizó por el aniquilamiento ciudadano, al principio de la juventud universitaria, y después de forma indiscriminada, y lo que le ha venido de vuelta es la exigencia de su salida del poder gubernamental.

Parece que Daniel Ortega no se ha movido, y sin embargo sí lo ha hecho. Se ha visto obligado a darle continuidad a las reuniones de diálogo, aunque sus heraldos tienen la misión de la dilación. Aceptó que llegara la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, aunque ahora reniegue de sus recomendaciones. Se ha movido porque dijo al enviado norteamericano con el que conversó que sí adelantaría las elecciones pero él siempre sería el presidente.

El reciente primer paro nacional mostró el rechazo generalizado hacia el actual gobierno nicaragüense, y al parecer ya no importa cuál fue su signo político-ideológico ni cuáles sus orígenes primigenios, lo que cuenta, hoy, es su carácter ilegítimo por los continuos asesinatos políticos perpetrados y la destrucción de la institucionalidad del país. El lamentable caso de la desnaturalización de la Policía Nacional es inocultable.

Frente a las gigantescas movilizaciones ciudadanas el gobierno nicaragüense respondió con balas y con modestísimos despliegues de adeptos. Para levantar los bloqueos de carretera y las barricadas en las ciudades recurre a infructuosas operaciones relámpago. Ante la demanda de su renuncia en la mesa de diálogo sus voceros se hacen los desentendidos. 

Sin embargo no parece claro cómo podrán contener las avalanchas de masas que han comenzado a ensayarse en lugares como Estelí y Jinotepe, donde los puestos policiales han sido abandonados frente al avance de centenares de ciudadanos hartos de la represión. ¿Y si eso ocurriera en el fortín de El Carmen donde Daniel Ortega campea el temporal?

Todo indica que el presidente atrincherado solo a los empellones se moverá más rápido, porque no ha comprendido que la sociedad se está moviendo a gran velocidad para salir del empantanamiento, mientras él vive en una confusa realidad que no tiene ni pies ni cabeza.   

La Iglesia se ha movido. La empresa privada se ha movido. La comunidad internacional se ha comenzado a mover. ¿El Frente Sandinista de Liberación Nacional, si es que tal entidad existe y no es mero adminículo se moverá y guardará distancia de todo este desatino gubernamental? ¿El Ejército de Nicaragua dejará de ser la estatua de sal que es en este momento?

¿Se verán cosas?

Jaime Barba: REGIÓN Centro de Investigaciones.