En cualquier competencia deportiva hay dos resultados posibles: el triunfo o la derrota. Hay inmensidad de condicionantes que conducen a perder o a ganar. Precisamente por eso lo que menos importa en una competencia es el resultado final. Puede que este planteamiento suene a consuelo tonto luego de la eliminación de la Selección a manos de Francia en los octavos de final, pero si no se analiza en profundidad qué se hizo mal antes no habrá chances de ir hacia un futuro donde las cosas salgan bien.

El lugar común sostiene que las derrotas enseñan. Es cierto, siempre y cuando se tenga la voluntad de aprender de ellas. Y que este flojo rendimiento de la Selección en Rusia no se repita depende, sobre todo, de quienes formaron parte de las entrañas de ese proceso: dirigentes, entrenadores y jugadores. Deben sacar conclusiones, y no guardarlas entre las cuatro paredes de un vestuario, sino darlas a conocer –nadie pide un harakiri público– para que los que vienen detrás tomen nota y no tropiecen con la misma piedra. Es una obligación que deben cumplir para que sea una realidad aquello de que representar los colores argentinos exige integridad y responsabilidad.

Y los primeros que deben dar ese paso de enriquecer a los que vienen transmitiéndoles lo pasado son los propios jugadores. El tesoro de las vivencias de Mascherano y Biglia –por nombrar a dos que ya anunciaron que no volverán a vestir la camiseta de Argentina– tiene que ser abierto a los Kranevitter, a los Paredes, a quienes sean seleccionados para ocupar esos lugares. Esa iniciativa debe ser asumida por los 23 que convivieron en Bronnitsy. Y es responsabilidad de la AFA generar los medios para que así suceda. El fútbol argentino no puede caer otra vez en el error de arrumbar en un baúl que se abre de vez en cuando en algún evento publicitario las experiencias de los campeones mundiales de 1978 y de 1986. Fracasar es no crear los canales para trasfundir esa mística, esas experiencias, esos conocimientos. Eso es desperdiciar las lecciones de un resultado, que fue positivo en el ‘78 y en el ‘86 y negativo en Rusia. Eso es hacer que la justa eliminación de anteayer sea simplemente un apéndice más del anecdotario de frustraciones del fútbol nacional.