Cuatro de la madrugada. Ya me había tomado la pastilla para dormir y estaba en la cama haciendo mi última recorrida virtual con el celu: Facebook, Grindr, Scruff... De pronto sonó la campanita del Messenger: “¡Holaaaaa!”. Era mi amigo Nicolás, que se fue a vivir un año a Japón. Allá eran las cuatro de la tarde. Le escribí con cierta dificultad que ya estaba a punto de apagar el celu y dormirme. “¡Antes necesito que me hagas un favor!”. Pude captar su desesperación por escrito. “Decime”, escribí cansado pero con mi mejor buena voluntad. “Necesito que recibas en tu celu un mensaje con un código y que me lo pases. Es para una especie de Whatsapp chino”. En mi ensoñación empastillada imaginé mi teléfono lleno ideogramas incomprensibles, varios virus del lejano oriente y de la mafia china. ¡Horror! Fue una de las pocas veces que en casi treinta años de amistad le dije a Nico que no. 

A la mañana siguiente me desperté rumiando la culpa. Recordé las desventuras amorosas de mi amigo en Japón. Según me contó, los japoneses daban poca bola a los extranjeros, entonces decidió, para conocer a alguien, bajarse unas aplicaciones chinas. Hasta el momento lo habían contactado un enfermero filipino y varios chinitos veinteañeros, una especie de solidaridad entre extranjeros perdidos en Osaka. A uno de los chinos no le gustaba besar, otro tuvo una eyaculación precoz y enseguida huyó subiéndose los pantalones. Y ahora yo, al negarme a recibir un código chino en mi celular, le estaría tal vez impidiendo encontrarse con el amor de su vida. 

Para completar mi sentimiento de traición, mientras tomaba los mates mañaneros, recibí un e-mail de la editora de este suplemento, donde me preguntaba si podía escribir sobre un artículo que me adjuntaba en una captura de pantalla borrosa. Era sobre Blued, una aplicación de contactos gays… ¡china! La nota, titulada “Cómo construir un imperio con una app para citas gay” se puede leer en online y cuenta la historia de vida del creador de la aplicación: “Agente de policía en una provincia del norte de China, durante el día, Ma Baoli era un heterosexual casado, con talento para perseguir delincuentes por las calles. De noche, llevaba una vida gay y dirigía clandestinamente un sitio web para homosexuales de toda China, en tiempos en que la mayoría eran vistos como depravados”. 

En China, la homosexualidad fue ilegal hasta 1997, y además, fue definida como una enfermedad mental hasta el 2001. Baolí mantuvo por diez años su sitio web en secreto. Tal como lo temía, fue descubierto por sus superiores, tuvo que renunciar a su trabajo y fue abandonado por su familia. Según cuenta, creó Blued con una visión de negocios, pero también con un importante sentido de misión: “trabajar para legitimar las relaciones entre personas del mismo sexo en tiempos en que, especialmente en China, los gays siguen siendo discriminados”. 

Mientras tanto, el cuento chino me sigue persiguiendo. Después de aquella noche, antes de fin de año, no volvimos a hablar con Nico. Pensé que podía interesarle el artículo sobre Blued y se lo mandé por Messenger, pero todavía no me contestó. Según veo en su muro de Facebook, unos amigos lo fueron a visitar a Japón y se lo llevaron a pasear por Shanghái.