La vida musical de Rosa Passos es un feliz ejemplo de la versatilidad con la que la música popular de Brasil ha sabido relacionarse con el jazz, y desde allí con el mundo entero. Versatilidad, sí, pero nunca claudicación. En términos de identidad cultural, Rosa, que en 2008 recibió un doctorado Honoris Causa de la Berklee School of Music, no pierde un ápice de sabor bahiano por más mundano que se vuelva su canto, ya sean Ron Carter o Yo-Yo Ma quienes la acompañen musicalmente. De estatura baja y sonrisa larga, generalmente aferrada a su amiga la guitarra, la gran cantante de la bossa nova por el mundo es una suerte de encarnación musical pura, una mujer que canta sin actuar demasiado. Que canta como una música.

 Con una educación estética signada por el arte de su amado Joao Gilberto, Rosa es dueña de un estilo interpretativo delicado y elegante, alejado de los énfasis de la exuberancia rítmica pero también ajeno a los experimentos electrónicos que últimamente han hecho de ciertas melodías de la bossa un insumo de cultura pop. En ese sentido, podría decirse que se trata de una cantante más bien clásica y amable, creyente en que aun hay cosas por descubrir en el repertorio canónico de la MPB. Lleva grabado unos 20 álbumes. Si se los aprecia desde una perspectiva autoral y compositiva, podría decirse que hay allí una suerte de antología expandida de la música de su país.

 Sin embargo, tras esta consensuada imagen de vocalista que a todos nos gusta, hay al menos tres elementos que, sin llegar a ser disruptivos, marcan la diferencia entre Rosa y otras intérpretes de su superpoblada especie. Por lo pronto, por más que su meridiano esté en las más hermosas canciones de la era Jobim –escúchesela en Rosa Passos canta Antonio Carlos Jobim, 40 años de bossa nova (1998)–, ella revisita el cancionero de su país con un sentido históricamente amplio; digamos que se mueve con soltura y gran convicción entre Ary Barroso y Djavan. Por otra parte, como lo testimonió su primer disco Recriacao de 1979, Rosa es compositora, si bien esta primera vocación, que practicó en parceria con Fernando de Oliveira, fue reduciéndose con el tiempo a favor del arte de la versión. Finalmente, estamos ante una cantante que suele acompañarse a sí misma mediante una diestra ejecución de guitarra. Ahí reaparecen, en dedos fornidos que se mueve sin pedir permiso, esos acordes alterados y al mismo tiempo gentiles que hicieron de la bossa nova toda una lección de armonía. 

 Su timbre de voz recuerda por momento al de Gal Costa. Su entonación perfecta parece traer a la vida algo de la sublime Elis Regina. Pero no es fácil encontrar una cantante brasileña de ayer o de hoy que tenga como ella un vínculo tan firme con el lenguaje del jazz; que pueda volver oportuno un scat en medio de un samba (“No tabuleiro da bahiana”, junto al formidable Lula Galvao, o “Eu samba mesmo”, sobre la percusión de Cyro Baptiste), frasear con swing sin desertar del portugués (“E Luxo So”, especialmente en la vibrante versión de 2011) o sencillamente cantar un tema de Gershwin en onda cool (“It’s wonderfull”, del disco Amorosa). Su hasta la fecha más reciente disco, Rosa Passos Ao vivo (2016), del que seguramente elegirá varios temas para cantar junto a su viejo compinche el contrabajista Paulo Paulelli en sus próximas presentaciones en la Argentina, despliega acaso más decididamente que en trabajos anteriores ese sutil diálogo entre Brasil y el jazz.

 “Desde pequeña tuve oportunidad de escuchar mucho jazz”, explica Rosa desde su casa en Brasilia. “Mi padre era melómano, y gustaba mucho del jazz. A través de él tuve acceso a discos de grandes bandas y grandes intérpretes del género.”

¿En qué medida crees que esa afición marcó la diferencia en el contexto de la música bahiana en el que creciste?

–Justamente por tener esa afinidad con el jazz no me resultó difícil crear un estilo propio, una cierta firma interpretativa sin desvincularme de la tradición bahiana. En realidad, más que facilidad, diría que lo mío ha sido producto de una gran dedicación al estudio. Siempre estoy escuchando jazz, tanto el cantado como el instrumental. 

También podría pensarse que tu vínculo con el jazz deriva de la propia bossa nova. Que se trata, en cierta medida, de un vínculo obvio o “natural”.

–Sí, la bossa nova tuvo y tiene un papel fundamental en mi vida musical, pero en realidad yo acostumbro a decir que hago música brasileña de calidad con intención internacional, como si dijéramos una connotación jazzística. Esto es algo que no tienen todos los intérpretes de bossa. En realidad, mi mayor preocupación es lograr un equilibrio en el que no se sacrifique ni el swing ni la brasilidade.

 Para Rosa, la bossa ha sido la condición de posibilidad para su “intención internacional”. La misma que le ha permitido cantar a dúo con el jazzman y chansonnier francés Henri Salvador, grabar un disco en igualdad de condiciones con el extraordinario Ron Carter, ponerle un poco de sabor al smooth jazz del trompetista Chris Botti e interactuar más allá de la etiqueta de latin jazz con Paquito D´Rivera. Pero, al mismo tiempo, ella puede emerger sola sobre el escenario del Carnegie Hall, como lo hizo en 2006, o delectarse en complicidad con sus compatriotas en la graciosa “O Pato” que inmortalizara Joao. Con su voz íntima y convincente, Rosa nunca detiene su canto entre Bahía y el mundo. Sabe que su rigor musical es un pasaporte seguro, y que no hay músico o circunstancia que pueda intimidarla. Cuenta con el respaldo inestimable de la MPB, pero nunca se limita a ser una mera repositora de una imponente cultura popular.

De todos los músicos de fama mundial con los que has trabajado, ¿alguno para destacar especialmente?

–Yo-Yo Ma, sin duda. Fue una experiencia maravillosa y muy rica. Es cierto que aprendí con cada uno de los músicos con los que tuve ocasión de interactuar a lo largo de todos mis viajes, pero con Yo-Yo Ma hice un viaje interior maravilloso, tanto en sentido humano como musical. ¡Es un genio impar! Hoy somos grandes amigos.

Rosa Passos se presentará el 18 y 19 de julio, junto al contrabajista Paulo Paulelli, en Bebop, Moreno 364. El 21 de julio tocarán en Rosario, en Plataforma Lavardén.