El tiempo sabe disimular en sus pliegues guiños que el régimen cronológico ignora. Son desaires al orden establecido, firuletes de la historia capaces de alterar las categorías de pasado y presente. Son los que permiten, por ejemplo, asistir por estos días al lanzamiento de un nuevo disco de John Coltrane.

A partir de cintas recientemente encontradas del gran saxofonista muerto en 1967, el sello Impulse! editó Both Directions at Once. The Lost Album. Se trata del registro de una sesión de grabación de 1963, en la madurez artística de Coltrane, con música original tocada junto a lo que muchos consideran su mejor formación: McCoy Tyner en piano, Jimmy Garrison en contrabajo y Elvin Jones en batería. Desde hace unos días la música está en las plataformas de distribución digital y desde esta semana el disco “físico” ya circula en las tradicionales disquerías, en CD y vinilo.

El título elegido para el disco, Both Directions at Once, alude a aquello que alguna vez Coltrane le explicó a Wayne Shorter: “Se trata de empezar una frase por la mitad y tratar de ir al principio y al final al mismo tiempo”. Sonny Rollins, uno de los más acreditados descendientes musicales de Coltrane, comparó la reaparición de las cintas al “descubrimiento de nuevas bóvedas en la Gran Pirámide”. Así de grande es Coltrane, que en estas cintas aparece dando enormes pasos hacia el futuro. 

Poco se sabía de la existencia de esta sesión realizada el 6 de marzo de 1963, que por esas cosas de las estrategias comerciales quedó sin editar y se guardó para perderse. Una de las pocas menciones a estas cintas “perdidas” aparece en The Classic Quartet: The Complete Impulse! Recordings, la caja con grabaciones de Coltrane y su cuarteto publicada en 1998. No obstante la constatación de la ausencia –se mencionan en el registro del estudio y del sello–, el título no se priva, por fanfarronería o escepticismo, de usar el siempre eficaz “complete”, que recién ahora se verifica y que llega con la alegría de lo inesperado. 

Con Coltrane regresan además los nombres de Rudy Van Gelder, el legendario ingeniero de grabación de varios de los más grandes discos del jazz, y de Bob Thiele, el productor de Impulse!. Thiele había diseñado para 1963 varios títulos de Coltrane, según una estrategia que debía atemperar con algunas colaboraciones atractivas para un público más amplio el camino radical –desde el hard bop hacia el free jazz vía espiritualidad– que estaba tomando la música del saxofonista. Era un año complicado para el jazz, que para la consideración industrial envejecía en favor del blanco y emergente rock. Mientras el jazz expandía sus horizontes expresivos reivindicando pertenencias y poniendo en tensión las fronteras entre arte y entretenimiento, los Beatles excitaban nuevas formas de juventud con Please, Please Me y Bob Dylan con The Freewheelin’ Bob Dylan, el disco en el que entre otros está “Blowin’ in the Wind”. 

Duke Ellington & John Coltrane apareció en febrero y Ballads en marzo de 1963. En julio se lanzaron Impressions, disco que muestra a Coltrane en la propia ebullición creativa, y John Coltrane & Johnny Hartman, un trabajo con baladas tan complacientes como estremecedoras y que figura entre los más vendidos del saxofonista. Por otro lado, el sello Prestige publicó el mismo año Dakar, Stardust y Kenny Burrell & John Coltrane, con material de sesiones grabadas a finales de la década de 1950. En este panorama no resulta extraño que la sesión del 6 de marzo, un día antes de grabar con Hartman y mientras el cuarteto realizaba una residencia de dos semanas en el club neoyorkino Birdland, haya quedado sepultada entre los afanes de un año de pródiga emergencia y el futuro que llegaría atropellando en diciembre de 1964, cuando en el mismo estudio de Van Gelder Coltrane grabó lo que sería su obra maestra: A Love Supreme.

Con la historia a favor, las cintas aparecieron y cambiaron su destino de sesión de descarte a sensación discográfica. La historia del descubrimiento se reconstruye entre divorcios, hijos, herencias, cajas de mudanza y distracciones. Una novela que sin mayores traumas, 55 años después llega a un final feliz. Fue Antonia, hija de Juanita “Naima” Grubbs, primera mujer de Coltrane, la que recibió de su madre una caja en la que más tarde descubriría unas cintas que oportunamente entregaría al sello. La discográfica a su vez encargaría a Ravi, saxofonista, hijo del segundo matrimonio de Coltrane (con Alice Mc Leod), la curaduría de un disco cuya edición completa consta de catorce temas. 

Más allá del entusiasmo y del valor del hallazgo, no es posible pensar en un “disco” de Coltrane, teniendo en cuenta la poderosa concentración conceptual de sus trabajos mejores. Se trata de temas que en su variedad no representan un concepto unificador. Más bien reflejan al saxofonista y su cuarteto en pleno movimiento, probando posibilidades. Sin embargo trae dos verdaderas perlas, grabaciones originales, músicas del mejor Coltrane nunca antes escuchadas, que en su acritud conservan el nombre con que fueron registradas: “Untitled Original 11383” y “Untitled Original 11386,” ambas interpretadas con saxo soprano. A pesar de la precariedad del título, la ejecución da cuenta de una música ya rodada, de ideas en avanzado estado de elaboración. La primera, “11383”, contiene un curioso solo de contrabajo de Jimmy Garrison, que ante el silencio del resto recurre al empleo del arco, y “11386” presenta la vuelta al tema después de los solos, un recurso ya no muy frecuente en aquel Coltrane y su cuarteto. 

“Impressions”, una de las composiciones más famosas y más grabadas de Coltrane, aparece en cuatro tomas, en versiones relativamente breves, de una calidez maravillosamente precipitada, dos de ellas sin piano. Están también “Nature Boy”, en una versión que es un portento de síntesis expresiva, sin solos, prepara la más extensa que Coltrane grabaría más tarde, en 1965. “Slow Blues” resulta un extraordinario compendio de lenguaje individual y de ensamble, y “Vilia”, canción derivada de la opereta La viuda alegre, de Franz Lehar, suena como una amable versión. 

La primera de las dos tomas incluidas de “One Up, One Down”, tema del que hasta ahora se había editado solamente una grabación en vivo en el Birdland, podría estar entre lo mejor del disco; logra una sugestiva tensión rítmica, además de un caldeado intercambio entre Elvin Jones y Coltrane y solos monumentales de McCoy Tyner y, al final, del mismo Jones. En esa variedad, no deja de ser un hallazgo sorprendentemente feliz, que además de sostener la vigencia de las ideas de Coltrane, muestra al saxofonista inmerso en su búsqueda. Un Coltrane legítimo.