Julián López es un autor exquisito. Su última novela, La ilusión de los mamíferos (Literatura Random) es uno de los libros más hermosos que leí en los últimos años. Una historia de amor de dos varones contada con un lirismo increíble y con un nivel de reflexión excepcional. Una historia homosexual que piensa el amor en términos universales. Una historia de amor universal entre dos tipos. Uno de los dos personajes está casado con una mujer y el otro es un solitario. Se ven los domingos en un departamento de un barrio de Buenos Aires. Y la ciudad pesa: “Sí, sí, totalmente. El protagonista es un homosexual porteño. Hay una genealogía de la vida gay en la Buenos Aires de los últimos años del siglo 20”, dice Julián. Y sigue: “Quería era escribir una novela de amor. Estoy leyendo el amor en términos homosexuales, claramente. Mi desafío era escribir una novela de amor”.

No se escriben novelas de amor últimamente. 

-Hay muy poco. Para mí el amor es la temática excluyente. Me gusta la música melódica, el bolero. Era imposible que yo no escribiera acerca del amor. Me preguntaba cómo se escribe una novela de amor.

La pregunta del millón.

-Seguramente el tono confesional del protagonista, la cuestión seudo epistolar; la novela tiene una estructura un tanto absurda: un protagonista le cuenta al otro lo que los dos vivieron juntos. Jugué con la idea de ficción, la idea de que algo, para existir realmente, debe poder ser ficcionalizado, decir este personaje con este personaje hicieron esto en este escenario. El telón de fondo que es Buenos Aires, el escenario donde ellos no pueden estar juntos, entonces escribí la historia de dos tipos que pueden tener una historia de amor porque están encerrados en un departamento, salen al balcón y alguna vez van a la panadería. Es una historia gay, de cueva y de exterior.

Y la cuestión del otro, cuyo problema no sé si es ser gay pero está casado con una señora y quiere seguir así. 

-La novela no aborda la cuestión de que el tipo es casado; ni siquiera explica por qué puede ir todos los domingos a la casa del otro. La escena con la mujer no devela cuál es el trato entre los tres personajes.

¿Cómo te animaste a usar un registro tan literario que por momentos bordea lo sublime?

-Es un romántico, un tipo del siglo 19 que vive en el 21 y está extrañando el siglo 20, una manera de amar que no existe más: encontrar en el otro una respuesta total. Un romántico pasado de tiempo en una ciudad que además muestra que está siendo devorada.

Es la historia de alguien que encuentra una respuesta total en el otro pero acotada en el tiempo: una respuesta total un día por semana.

-Y en un período que la novela no aborda pero yo pensé como tres años de encuentros. Nací en el 65, como Bjork. Somos generación Urano-Plutón, máxima intensidad en el tiempo de un relámpago. La canción “Plutón” de Bjork, toda su obra es la de alguien que percibe de una manera absolutamente genuina niveles de intensidad insoportables.

Te quejaste de que algunos leían la novela como una confesión tuya.

-Incluso entre los escritores, vino la pregunta es “pero, ¿posta?”. La idea del narrador es lo más político de la literatura, que desaparece. Y entonces la literatura ya no es ninguna mediación, ya es el lector hablando directamente con el escritor. Y las redes te lo dejan servido. Ahora vos podés ubicar a los escritores y las escritoras y escribirles y te contestan. La idea del narrador está arrasada por esta creencia de que todo lo confesional es verdad. Ahora, ¿a mí me pasó eso? No, lo inventé. La novela juega con eso, por eso los personajes no tienen nombre, para evitar cualquier distancia, de interferencia en la empatía. 

En los últimos años, hay un montón de novelas de autores LGTB y con personajes queer muy elogiadas.

-La conquista de derechos está siendo leída en términos celebratorios por la clase media, la gente que lee libros, que consume productos culturales. Por eso ahora uno puede leer y escribir formas de habla, de escritura y personajes que antes no estaban. Me interesa mucho Mauro Cabral Grinspan, que se debe poner muy nervioso con mis posteos y alguna vez me hizo una observación en el sentido del pensamiento cis y de la expresión cis y estoy seguro de que soy hablado por el cisexismo, por el machismo, por la homofobia y por otras lacras. Muchos que estamos tratando de revisarnos todo el tiempo, hacer una progresión inclusiva en el discurso. No creo que sea de la literatura eso, viene de afuera. Igual estamos hablando en general de personas de la clase media.

A los más pobres la lucha durísima por la supervivencia les complica escribir. Con excepciones, claro, estoy pensando en Ioshua, por ejemplo.

-Ioshua por pertenencia de barrio y  de clase es el único que estaba dando una pelea. Mis personajes no dan una pelea social, están amparados por la inclusión. Yo me pregunto por Ioshua. Y que esté muerto no me parece casual. Me alegran nuestras novelas, pero no somos Ioshua.

Texto: Gabriela Cabezón Cámara

 


A las y los que amamos fuerte, a las y los que ponemos el cuerpo cuando el amor que conmociona aparece, nos choca y nos descarrila, La ilusión de los mamíferos, la segunda novela de Julián López, que es la historia de un encuentro volcánico entre dos hombres, contada cuando todo ya terminó - contada desde la melancolía, un río que nos lleva atrás para avanzar; decía, que a todos los que amamos fuerte, esta historia nos espeja.

La ilusión de los mamíferos es una masa, una masa poética y narrativa. Si fuera un accidente geográfico, o una estructura geológica, la historia que narra este libro sería el Vesubio: un tubo cónico capaz de matar y de dar al mismo tiempo el sentido de la vida. Los napolitanos son intensos, miran de frente, gesticulan y sus modulaciones físicas son ambiguas: no se sabe si te van a dar amor, a ser gentiles o a modular, contra vos, su rabia: pero no es demasiado raro, son tres millones sabiendo qué si esa forma cónica se activa, se termina todo, se terminan las ragazzas, los ragazzos, las cervezas en las plazas, las motos de baja cilindrada, el bravuconeo, el mar, la libertad y la pizza margarita.

En Tumbas de la gloria Fito Páez dijo todo esto de otra manera: tu amor abrió una herida/ porque todo lo que te hace bien/siempre te hace mal/tu amor cambió mi vida como un rayo/para siempre, para lo que fue y será/lo que fue y será. La ilusión de los mamíferos es una historia de amor entre dos hombres, que, como toda verdadera historia de amor, transforma y desfigura a los que se suben a vivirla. Pero, ¿hay acaso posibilidad de no subirse? En el amor, el corazón va por el ascensor y la razón va por la escalera dijo alguien alguna vez en una red social, un universo virtual que en este libro de López no aparece porque está hecho de poquísimos elementos cuidadosamente elegidos. Las tazas de café de loza, los bares con consistencia histórica, el olor de los huevos revueltos a la mañana, el placer pudoroso y decoroso de ir a la panadería un domingo, las frutas, el escurridor de la vajilla que usaron los amantes; Elis Regina, Catherine Deneuve; el Parque Lezama que no se nombra pero esa luz que aparece es de ahí; Balvanera; Monserrat; La Boca; los pisos de listones de las casas de La Boca; los yuyos que crecen entre las baldosas del sur; la luz del sur; el balcón por donde resbala la tarde; las tipas; las flores del ibirá pitá y todo el cielo; el Glenlivet para que se mezclen la memoria y el olvido; el dar y el haber recibido. Es una historia de amor de dos hombres adultos y en esta reseña no hay posibilidad de spoilers porque en la primera página el narrador cuenta todo lo que va a pasar. Dos hombres, uno casado, otro no, que se amaron cada día domingo y sólo los domingos desde muy temprano; que desayunaron como reyes, se agarraron la pija, se culearon, se chuparon las tetillas y se enlecharon el pecho con la leche del otro. Se usaron las camperas para salir a comprar algo a la calle y sentir el olor que queda del cuerpo del amado en las solapas y en las mangas.

Si bien lo sustancial, “lo que pasa”, está contado desde el principio y de un tirón, y si bien maneja la estructura de la repetición al estar la novela apuntalada en una primera persona que cuenta, cada uno de esos domingos, la soga de la tensión sentimental que une de punta a punta el comienzo y el final del libro se mantiene firme como un nudo marinero durante la navegación.

Esa tensión no tiene que ver con qué pasará, todos ya sabemos que pasará, tiene que ver con la locura alucinada de la pérdida, de la terminación y de la separación que nos hace hablarle a la pared a las 5 de la madrugada como si fuera ella o él, o escribir un libro o 25 poemas desesperados. La pregunta sobre el amor que abre una herida te la contestás diciendo que hacés cuando se te enrosca la serpiente en la garganta. ¿Salís como una posesa a caminar por San Telmo, disfrutás del ruido metálico del blíster del clonazepam? ¿Te tomás otro whisky? 

Que la estructura maciza del libro la dé también, además de la repetición que chupa la atención, la división puertas adentro/puertas afuera de la relación, es por esa pátina apenas perceptible de un tipo de amor, de amor homosexual gestionado casi exclusivamente en la intimidad. Muchos conocemos ese tipo de gestión del cariño: por precaución, cuidado, necesidad, por inevitable, por pedido de la otra persona alguna vez lo gestionamos así. Y no hablo sólo en pasado. En La ilusión de los mamíferos un hombre se queda solo, tan transformado por el que se fue, que el duelo parece del orden de lo imposible. Pero también hay otros duelos, como el duelo por una ciudad acorralada por torres que le chupan toda el agua, el gas y la electricidad a las casas módicas, las sencillas, las casas en las que, para bien o para mal, nos criamos. Y está el duelo por un tipo de gestión del amor que está quedando obsoleto porque está tomando otras formas para realizarse. Es inevitable quedarse mirando un rato esa obsolescencia que alguna vez tuvo la forma de nuestra vida. Y también es inevitable querer largar el libro para ir a escribir el propio. ¿Mucho más no se le puede pedir a la literatura no? Conmoción y motivación para hacer lo mismo. 

Texto Silvina Giaganti